jueves, 12 de mayo de 2011

WADI DANA Y WADI RUM


18/04/11

Hoy toca madrugar un poco para que no nos coma el sol en el camino de bajada por el barranco de Wadi Dana. El sendero, en su primer tercio, salva el mayor desnivel del recorrido (unos mil metros en total) y las piedras son una constante que incomoda a más de uno en su descenso. Ernes, nuestro guía, se muestra un tanto preocupado ante la falta de costumbre de varios miembros del grupo ante este tipo de situaciones, sobre todo si no se dispone del calzado más adecuado para realizar senderismo. "¡Hay que leerse el programa del viaje!", nos recuerda Ernes aunque ya sea tarde. Y esto es sólo el comienzo, porque tras el té servido a mitad del camino, los primeros síntomas de insolación se ceban en dos personas del grupo. "¡Hay que llevar un gorro para protegerse del sol y beber agua para no morirse de sed!", nos recordamos unos a otros a pesar de que ya sea tarde. "¡Qué paciencia tienen los guías!", pienso mientras levanto las piernas a una de las implicadas que previamente se ha tumbado a la sombra del único árbol que crece en el entorno. Tras más de seis horas de marcha llegamos todos a nuestro destino, incluso el burro que acarrea la carga a aquellos que no llevan mochila, que pasa también a ser el mejor medio de transporte para los que se encuentran con las reservas bajo mínimos. Atrás hemos dejado un paisaje semidesértico, en donde pobre familias de beduinos han instalado sus haimas que el gobierno abastece de agua mediante una canalización kilométrica de tubos paralelos al camino. Tras esta pequeña aventura, reponemos fuerzas en un albergue perdido en el desierto, y ya con mejor cara, nos recogen los vehículos todoterreno para enlazar con el autobús que nos llevará hasta Wadi Rum. Nadie pone pegas ni por el aire acondicionado del autobús ni por el del supermercado de la gasolinera de Aqaba en donde paramos para repostar gasolina para el autobús y frutos secos y dátiles para las personas. Es que el calor del día ha provocado que se encendieran las alarmas del personal. Y como parece que hoy sólo cuento adversidades, me explayaré un poco contando la maravillosa impresión que me llevé nada más llegar al desierto de Wadi Rum. La belleza del paisaje está formado por la unión entre la arena y las cadenas de montañas. Éstas últimas tienen formas diversas gracias a la erosión provocada por el viento, que ha esculpido a su antojo estas montañas de arenisca. Viajamos nuevamente en todoterreno hasta el emplazamiento de nuestro campamento. El viento refresca nuestras caras que se muestran alegres ante la contemplación de tan bello paisaje. Esta sensación se acrecienta en el momento que llegamos hasta donde está situada nuestra haima. Escondida en un pequeño entrante de una montaña y protegida por sus elevadas paredes, se encuentra este lugar idílico para sentir plenamente la vivencia del desierto. No conozco mejor forma de evadirse del mundo. Tras la cena y la animada charla frente al fuego, la mayoría decidimos dormir al raso ya que la noche se presenta muy cálida.

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