miércoles, 17 de noviembre de 2010

GALBARRA


Siempre que podemos E y yo aprovechamos el fin de semana para ir a Galbarra. ¿Que dónde está Galbarra? En Navarra, en el denominado valle de Lana que linda por el oeste con Alava (escenas de la película Tasio, de Montxo Armendáriz, se grabaron en el valle). Este fin de semana fue uno de ellos. El mantenimiento de la casa en el pueblo nos da trabajo, pero es una labor que la hacemos sin obligación. Trabajar en el campo, al aire libre, recogiendo como este fin de semana las hojas secas en la era cercana a la casa, os aseguro que hasta reconforta. Perdemos mucho tiempo encerrados en oficinas o en desplazamientos en autobús a nuestros trabajos. Por eso, cuando estoy trabajando en el campo con mis propias manos, siento que estoy iniciando un acto que tiene algo de ancestral. Y no me refiero al tema místico, que generalmente me ocasiona urticaria, sino a algo más primario, pero no por eso menos importante: el contacto directo con la naturaleza. Este fin de semana he tenido ocasión de pasear y sentir el frescor del viento en mi cara, de doblar el espinazo y mancharme las manos de tierra, y de mirar relajadamente al horizonte mientras se teñía el cielo de rojo. Y se me olvidaba, de dormir con mayúsculas gracias a un sueño reparador.


Tasio
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martes, 16 de noviembre de 2010

MADRID


Viajamos a Madrid montados en el autobús de ALSA. Llueve y la transitada carretera está hecha un asco a causa de los estrechamientos de carril que nos vamos encontrando según avanzamos por la AP-1. De vez en cuando, un accidente colapsa aún más la circulación y nos vemos obligados a detener nuestra marcha. Para matar el tiempo, E y yo, compartimos los auriculares del móvil y seleccionamos canciones para crear una lista de reproducción. Hasta Bruce Springsteen puede llegar a ser monótono y repetitivo cuando estás en medio de un atasco. Retomo el libro de Paul Bowles, “El cielo protector”, pero mi pensamiento no viaja a ningún desierto, ni sus páginas me hacen imaginar el laberinto de calles estrechas de los pueblos africanos. Con una hora de retraso llegamos a Madrid. Cargamos con nuestras mochilas y nos dirigimos rápidamente al metro. “¡Línea 6; por aquí!”, le digo a E un tanto nervioso porque ya llegamos muy tarde y hemos quedado a cenar con nuestros anfitriones. Pues no, que nos hemos equivocado de sentido, no de línea, y nos espera un periplo circular por Madrid.

A la mañana siguiente quedamos con el resto de nuestros amigos madrileños para comer una injera en un restaurante etíope. Creo que por el barrio de Malasaña, pero mi conocimiento de Madrid es limitado. La injera se come con las manos, y a mí ese acto tan primitivo me trae recuerdos de la infancia, de cuando vivíamos sin prejuicios y las normas de urbanidad no estaban por encima de las personas.

Y otro día más en Madrid. Esta vez desayunamos porras y churros con O. Al mediodía quedamos con el resto para comernos un castizo cocido madrileño. Como se retrasa la hora de la comida (parece que en Madrid es imposible comer antes de las tres y media), picoteamos unas fabes, unas aceitunas machacadas y unos callitos a la madrileña, todo ello regado con cerveza y vermut de garrafón. Ya con el cocidito calentito en nuestro estómago (son las seis y media de la tarde), que tardaremos en digerir el resto del día y de la noche, nos vamos a beber hasta que el cuerpo aguante. A la salida del último garito nos despedimos de P y J, los últimos supervivientes de la noche, y les dejamos solos ante el peligro aunque se les ve muy curtidos en bares de ambiente. Nosotros nos volvemos con O a su casa. El taxi circula veloz por las calles y avenidas del centro. Hay decenas de taxis, se diría que cientos de ellos transitando a estas horas de la noche y ejerciendo su hegemonía entre las luces y sombras de las calles de Madrid.

martes, 9 de noviembre de 2010

EL CIELO PROTECTOR


Últimamente me ha dado por las lecturas referentes a África. Por eso, tenía ganas de leer un "clásico" sobre este continente, como es la novela EL CIELO PROTECTOR de Paul Bowles. Tengo que reconocer que no me ha entusiasmado mucho este libro. Me ha resultado una lectura agradable, y en cierto momentos, cuando transcurre la enfermedad del protagonista, me he sentido más enganchado a la trama, pero el regusto final que se me ha quedado es como de indiferencia hacia los personajes principales del libro. Tanto Port, Kit como Tunner son el arquetipo de americanos aventureros que no saben dónde se han metido. Y claro, les pasa de todo, como cuando tienen que tratar con lo nativos y su cultura, pero sobre todo cuando tienen que sobrevivir en ese medio tan hostil como es el desierto. Lo mejor del libro para mí es esa descripción que hace el autor sobre los rigores que se viven en el desierto. El calor, la sed, la frescura de la noche, está muy bien descrito y resultan creíbles en "El cielo protector". Adaptarse o morir, podría ser la frase que resuma la aventura de estos americanos por tierras Argelinas.

sábado, 6 de noviembre de 2010

ÉBANO


Notas entresacadas de mi lectura del libro de Kapuscinski titulado "Ébano":

"La sequía, el calor, los pozos vacíos y la muerte en el camino también son perfectos. Sin ellos, el hombre no sentiría el goce auténtico de la lluvia, el sabor divino del agua y la dulzura vivificante de la leche. El animal no sabría disfrutar de la hierba jugosa ni embriagarse con el olor de un prado. El hombre no sabría que es eso de ponerse bajo un chorro de agua fresca y cristalina. Ni siquiera se le ocurriría pensar que esto significa, simplemente, estar en el cielo".
"La sabiduría y la experiencia de esta gente les hace trabajar poco y despacio, les obliga a hacer largas pausas, cuidarse y descansar. Al fin y al cabo son personas débiles, mal alimentadas y sin energías. Si alguna de ellas empezase a trabajar intensamente, a deslomarse y sudar sangre, se debilitaría aún más, y agotada y exhausta, no tardaría en caer enferma de malaria, tuberculosis o cualquiera del centenar de enfermedades tropicales que acechan por todas partes y la mitad de las cuales acaba con la muerte. Aquí, la vida es un esfuerzo continuo, un intento incesante de encontrar ese equilibrio tan frágil, endeble y quebradizo entre supervivencia y aniquilación".
"Un ritmo que el clima y la tradición se han encargado de marcar; un ritmo tal vez poco apresurado, más bien lento, pero a fin de cuentas, en la vida tampoco se puede conseguirlo todo; de no ser así, ¿qué quedaría para otros?".