jueves, 22 de noviembre de 2012

LA COSTA DE LOS ESQUELETOS



La costa de los esqueletos es un territorio desolador al oeste de Namibia en el que parece imposible que haya surgido la vida. Es una inhóspita frontera natural en donde destaca una constante niebla que se agarra a la costa y que ha provocado que muchos barcos a lo largo de su trágica historia hayan naufragado. Sus restos varados a orillas del mar se asemejan a enormes esqueletos de ballenas que el paso del tiempo se ha ocupado de desmenuzar limpiamente. No me extraña que los restos de estos barcos abiertos en canal sean un símbolo de la fuerza de la naturaleza. Viendo el paisaje desolador que se extiende hasta el infinito, nos resulta fácil imaginarnos la situación deseperada de aquellos naúfragos, que aún siendo afortunados por haber sobrevivido en un primer momento, se enfrentaban ante un panorama aterrador en donde las posibilidades de supervivencia eran mínimas. Cumplimiento con nuestro "oficio" de turistas nos hacemos las fotos de rigor al lado de estos restos tan extrañamente envueltos en el silencio. Una de las visitas obligadas en la costa de los esqueletos es Cape Cross, en donde vive una de las colonias más importantes de leones marinos de todo el mundo. Nada más llegar a la zona, un rugido constante anticipa su presencia que viene acompañada por un fuerte olor a detritus que pone a a prueba nuestra sensibilidad olfativa. No obstante merece la pena observar los torpes movimientos de los miles de ejemplares de leones marinos que yacen hacinados en cada recoveco de la costa rocosa en contraste con lo ágiles movimientos que son capaces de realizar en el agua cuando se lanzan en busca de comida. Seguimos nuestro itinerario carretera arriba, comiéndonos kilómetros y kilómetros por una ancha pista de tierra; vamos dejando un rastro de polvo que nubla el paisaje a nuestras espaldas. Este paisaje tan primitivo alberga una de las especies más extrañas que crecen en el planeta: la welwitschi mirabilis. Sólo esta especie tan rudimentaria de la familia de las coníferas se podría haber adaptado a este inhóspito clima. El resto del tiempo lo pasamos adormilados en nuestros asientos y cuando dirigimos la mirada por la ventanilla del camión vemos un paisaje uniforme que se extiende y se extiende hasta el infinito. Llegamos casi de noche al camping de Palmwag. Instalamos las tiendas de campaña; Manuel nos organiza otra salida de bicho-hunting con muchas expectativas pero ningún resultado; y justo cuando decidimos irnos a dormir nos avisa Laura que se ha cruzado con un par de elefantes por medio del camping. La buena noticia se extiende pronto por el grupo. Salimos en busca de los animales iluminando el camino con los frontales. Junto al río y protegidos por un cañaveral se alimentan los dos elefantes, nuestros primeros grandes animales avistados en este viaje. Los observamos con la boca abierta y a corta distancia gracias a la luz tenue del propio camping. Es un momento mágico para nosotros. Permanecemos mudos, sin ganas de irnos a dormir, pero después de un buen rato consideramos que ya es hora de dejar en paz a los elefantes, de no molestarlos más con nuestra incómoda presencia.

jueves, 15 de noviembre de 2012

GÓTICO CARPINTERO



William Gaddis ha escrito un libro que parece una obra de teatro. Nada más abrir el libro me siento como si estuviese en un patio de butacas oyendo recitar a los actores las líneas de diálogo dispuestas para la ocasión. Sí, porque "Gótico Carpintero" es una obra escrita a base de diálogos en donde las personas no se escuchan, sino que las páginas se rellenan mediante voces entremezcladas y expresadas en bastantes ocasiones a base de gritos y reproches. Si juntamos todos estos ingredientes obtenemos una atmósfera de inquietud que endurece toda la escena, capa página de este libro. Todo este ambiente queda encuadrado en un único escenario: la casa alquilada por la pareja protagonista, una casa de estilo "gótico carpintero" que ayuda a realzar ese ambiente decadente que viste tan bien a la obra (la portada elegida por la editorial Sexto Piso resulta ser una vivienda que parece la casa de los Monster). 












Lo único que interrumpe ese coro de voces crispadas es el continuo repiqueteo del teléfono, que suena a todas horas, y que es el único nexo de unión con ese mundo exterior lleno de confabulaciones e intereses personales. En cuanto al estilo de Gaddis, repetir lo que muchos anteriormente ya han dicho, que es un estilo muy personal que intenta adaptarse al ritmo del lenguaje oral, y que por tanto resulta de difícil lectura. Para conseguir ese efecto el escritor se pasa por el "arco de triunfo" el buen uso de la puntuación, porque para Gaddis todo está supeditado a esos diálogos desbordantes en donde la naturaleza humana se revela con todas sus imperfecciones. Y ese poso de amargura cala hasta los mismos huesos del lector, que una vez finalizado la lectura del libro se queda con la impresión de haber leído una gran obra, un libro que resalta el lado más oscuro de nuestras vidas y de una sociedad corrupta. Un tema muy candente en este época que todo el mundo no duda en denominar como de crisis


sábado, 10 de noviembre de 2012

GÓTICO CARPINTERO

La estupidez es el cultivo deliberado de la ignorancia. Estos idiotas petulantes con sus sonrisas de santurrones no pueden soportar la idea de que descienden de esa pandilla del lago Rudolf que iba por todas partes dando golpes con sus martillos de piedra tratando de aprender algo no, ellos creen que Dios los puso aquí con sus trajes baratos y sus espantosas corbatas a su imagen y semejanza.   ¿Sabías eso? Casi la mitas de la gente de este maldito país cree que el hombre fue creado hace ocho o diez mil años casi igual que como es hoy en día. ¡Creen eso!

William Gaddis en Gótico Carpintero.

viernes, 9 de noviembre de 2012

SPITZKOPPE



No sé si es un sueño, pero en Namibia hay veces que piensas que no viajas por África. Por ejemplo, estás en el centro de la ciudad de Swakopmund, en la intersección de varias calles mientras esperas que se ponga el semáforo en rojo y el paisaje que divisas no puede ser más semejante a la de cualquier ciudad europea. Los edificios son de influencia alemana, los coches que circulan son modernos, las calles están limpias y no se ven muchos negros andando por las aceras. Pero sí, estamos en África, descansando en Swakopmund en un hotel que es también una residencia de ancianos (blancos, por supuesto), después de pasar varios días durmiendo en tienda de campaña. En Swakopmund se puede beber cerveza, visitar algún museo, darse un paseo a orillas del mar y cenar un buen pescado fresco. Pasar dos días en esta ciudad resultaría aburridísmo, no me extraña que los de Kananga se lo planteen como una jornada de transición. Dejemos Swakopmund y hablemos de Spitzkoppe. De dormir cómodamente en nuestra amplísima habitación del hotel, a pasar la noche en un campamento libre, en medio de un paisaje en donde la roca granítica sobresale en múltiples formas ofreciéndonos un paisaje de ensueño. Cerca de nuestras tiendas se encuentra una cueva lo suficientemente grande para que nos sirva de comedor para la cena. Laura, nuestra guía, se ha guardado este secreto y sólo a la hora de la cena nos desvela la sorpresa iluminando el camino hasta el fondo de la cueva mediante velas encendidas. Gracias a esta experiencia vivimos uno de esos momentos que recordaremos durante mucho tiempo. Mis recuerdos después de tanto tiempo van dando saltos en el tiempo, no es extraño por tanto que narre anécdotas que han sucedido después de otras, pero espero que no altere mucho los acontecimientos si me permito esta licencia. Ese mismo día, aprovechando los últimos rayos de sol, nos hemos dado un paseo por el paraíso de los bosquimanos en Spitzkope. Conducidos por un guía del parque hemos escalado una pequeña y empinada montaña agarrándonos a una pasarela montada para la ocasión. Una vez que ascendemos el guía nos muestra unas figuras pintadas en la roca de cazadores y animales salvajes que se encuentran en un estado de conservación bastante precario. La visita termina en un escenario natural con una acústica especial semejante a un teatro. Justo enfrente nuestro, el sol se va poniendo poco a poco, alargando nuestras sombras por este paisaje primigenio de roca granítica. Y qué decir de la cena en la cueva iluminada a la luz de las velas. Parecía un escenario sacado de una película de trogloditas. Sólo nos faltó que después de nuestras ya habituales "cacerías nocturas" o "bicho hunting" nos pusiéramos a pintar las paredes de la cueva con los animales avistados en la jornada.