jueves, 18 de diciembre de 2014

MODO LINTERNA DE SERGIO CHEJFEC


Modo linterna, la obra de Sergio Chejfec, comienza con este juego de palabras en boca de su protagonista que es un ejercicio de estilo repetido durante todo el libro:

"Entonces llegué a Caracas como si fuera la primera vez, pero sabiendo que ese deseo, el de la primera vez, sólo es posible cuando se regresa".

Un estilo que se preocupa por los detalles, por ese tirar del hilo de la madeja para confeccionar párrafos que parece que no tienen fin. De esta forma el autor construye su propio estilo, ni mejor ni peor que otros; vanguardista dirán unos, pesado y alambicado otros, pero al fin y al cabo, esa es la manera con la que Chejfec logra expresarse y que deja marca de autor en párrafos como este de "Modo linterna":  

"Por el fondo del dormitorio los visitantes siguen yendo y viniendo como si se tratara de un baile de autómatas tímidos y acuciosos. Mientras tanto el resultado general de los ruidos siempre sencillos, se ha convertido en música adormecedora. Atisba el paisaje profundo de camas vetustas y ventanas enormes, de seres aplastados contra sus lechos, cada uno con su ajuar propio de objetos diminutos como si blandieran esas colecciones privadas igual que argumentos absurdos contra la adversidad. El estertor o la letanía de algún enfermo crea cierto lazo de continuidad colectiva, es el hilo que amarra lo que parece a punto de separarse por efecto del mismo ralentí general. Así, el ambiente reproduce algo parecido a un adormecimiento..."

Un estilo en donde las palabras está elegidas con sumo detalle, como si estuvieran engarzadas con un solo fin: el de crear belleza. Una labor de orfebrería, de intenso trabajo artesanal que no se puede ocultar, como por ejemplo en el siguiente párrafo que destaco:

 "Como tiene demasiados años sobre las espaldas, el hombre quiere dar testimonio de su experiencia. Ha venido a exponer, no a impresionar y mucho menos a convencer".

No me extraña que el propio autor sienta que camina por caminos diferentes a la mayoría de los escritores contemporáneos. Su estilo, es su característica más personal, un arma que se puede volver en contra de él si pierde la dirección correcta o si se va por las ramas en una digresión estéril que no conduce a nada. Esa sensación de regusto amargo, he tenido en algunos de los relatos de este libro, pero quién no se ha sentido perdido alguna vez en su vida. Así es la vida del escritor y así parece definirse él mismo en un texto de este libro: 

"Parezco extraviado caminando por sitios donde nadie tiene nada que hacer. Suena demasiado romántico o poco contencioso como para decir que en eso consiste la vida del novelista documental".

domingo, 14 de diciembre de 2014

MARTUTENE DE RAMÓN SAIZARBITORIA


En Martutene, hay historia y personajes a los que les ocurren cosas. Hay vida, con sus tristezas y sus esperanzas. Hay nuevos amores que invitan a la aventura y relaciones gastadas por el paso del tiempo que perduran por inercia. Hay muchos diálogos entre los personajes pero también muchos silencios embarazosos que insinúan más que las palabras.

"En la playa, rodeados de hombres jóvenes, las cuestiones que a él le conmueven a ella le son indiferentes, de manera que no surge ninguna conversación".

En Martutene, los sentimientos humanos dan forma a unos personajes que no son de cartón-piedra. Hay muchas aristas en sus diferentes personalidades, una forma de ser que nos ofrece un sinfín de actitudes contradictorias, y en muchos casos, esos sentimientos nos desvelan una pesada carga de tristeza.

"Julia no sabría decir cómo se siente tras leerle. Decepción, tristeza, desasosiego. Decepción porque si bien no espera de él nada sublime, sí confía en encontrar algo distinto de lo que hace siempre: una historia, personajes a los que les ocurren cosas, vida. Tristeza porque, como siempre, está él en lo que escribe, él sufriendo. Desasosiego: el que le produce la duda de saber si se toma en serio lo que escribe, si escribe en serio".

Y en Martutene, también hay mucho resentimiento ocasionado por un exceso de cobardía a la hora de afrontar las relaciones. En el libro aparecen parejas que duermen en camas separadas o incluso en distintas casas, aunque siguen manteniendo su relación pese a la falta de amor. Las consecuencias son evidentes y el desgaste deja frases como ésta:

"Abaitua se detiene en la observación de su rictus de amargura, en las mejillas lacias que tiran hacia abajo de la comisura de su boca hasta que se da cuenta de que ella ha captado su juicio. Supone que piensa: “miras mi boca marchita, mi amargura, ésa es tu obra”.

No me extraña que tras la lectura de este libro sienta una sensación de falta de entendimiento entre los personajes a pesar de la cantidad de diálogos que aparecen en el texto. Pero no es extraño, no, porque en realidad nadie se escucha:

"ATENCIÓN FLOTANTE. Es ilustrativo ese término que usan los psicoanalista para designar la escucha que no tiene en cuenta el contenido. Desde niño se hizo experto en prestar oído a las palabras desentendiéndose del discurso. Se solía aburrir mucho en clase y recurría al dibujo para pasar el tiempo. Todavía lo hace en las reuniones en las que, como ésta, se prolongan innecesariamente, en parte porque todo el mundo tiene el prurito de intervenir aunque sea para repetir lo que otros han dicho con anterioridad y, sobre todo, porque la mayoría prefiere estar de charla que en su trabajo habitual".

miércoles, 3 de diciembre de 2014

SIETE AÑOS DE PETER STAMM


De este libro me ha llamado la atención sobre todo la forma en cómo está descrito a lo largo de sus páginas el egoísmo de la pareja protagonista. La historia que se nos narra es la de dos estudiantes de arquitectura que montan su relación -como si fuera un mueble de ikea-, a la vez que su propio estudio de arquitectura nada más acabar la carrera, una empresa floreciente en sus comienzos que por culpa de la crisis económica se ve abocada a una suspensión de pagos. No obstante, ellos no pierden nada en comparación con los "cadáveres" -es una manera de hablar-, que van dejando en su camino. Aunque, como bien dicen los paratextos del libro, "nadie es en realidad mala persona; pero a veces se pierde la luz". Una de sus "víctimas", la principal, es la amante del protagonista, una devota inmigrante polaca con un espíritu de sacrificio propio de una mártir. De lo abnegada que resulta parece tonta, pero nadie puede negar su enorme humanidad que contrasta evidentemente con el egoísmo de la pareja protagonista. 

Como consecuencia de su carácter, a esta pareja de "guapos" burgueses parece que les sonríe la vida, pero su matrimonio naufraga constantemente ya que esa frialdad que les caracteriza hace que parezca que lleven más una relación laboral que matrimonial. Por cierto, esa ambición profesional prima por encima de todo, sobre todo en lo que se refiere a la protagonista de este libro, aunque en el espíritu errante de su marido también sobresale esta ambición:

"A pesar del persistente fracaso tenía la sensación de que mis ideas iban aclarándose, de que empezaba a comprender ciertas cosas más importantes que la forma, el estilo o la estética, y de que, en contra de todo sano juicio, yo era una persona optimista y sentía alegría por el trabajo".

Los continuos altibajos de esta relación interesada, inmadura en muchos casos, nos muestra un tipo de vínculo que ha calado hondo en nuestra sociedad actual: el romanticismo, el amor de la pareja se transforma en un sucio asunto material, un frío acuerdo de bienes gananciales en el que también se incluye el coche de lujo de la pareja o el chalet de ambos. Vamos, que cada uno tiene lo que se merece. 

martes, 18 de noviembre de 2014

IMPRESIONES DE MADAGASCAR (5 Y ÚLTIMA)

Las capitales africanas no suelen ser lugares muy atractivos para el turista, ni los más seguros para su propia integridad y pertenencias. En Tana, como se conoce popularmente a la capital de Madagascar, la seguridad brilla por su ausencia, sobre todo cuando se sale de noche o se deambula por concurridos lugares como el mercado principal de esta localidad. Por esa razón, nuestra guía nos advierte de antemano que la mejor manera de visitar el céntrico mercado de Tana es con los bolsillos vacíos. Bueno, con los bolsillos vacíos y sin cámaras de fotos, ni móviles, ni por supuesto, joyas ostentosas que llamen poderosamente la atención del mangante de turno. Por no llevar, no llevamos ni reloj, y cuando Viky nos plantea quedar a una hora en un punto en concreto, todos reímos la ocurrencia porque vamos casi desnudos para no exponernos a ningún robo. Todas estas recomendaciones de nuestra guía cayeron en saco roto para uno de nuestro grupo, por lo que no dudó en llevar su móvil de última generación además de bastante dinero. Por arte de magia desapareció de sus bolsillos en menos que canta un gallo, y se le quedó una cara de tonto que le duró el resto del viaje. Me figuro que el móvil se materializó en pocas horas en los diferentes coches aparcados al lado del mercado, y que por un módico precio, liberaban en un pis-pas con sus viejos ordenadores los teléfonos robados.


Durante todo el viaje por Madagascar nos acompañan las diarreas. Un día lo sufres en tu propia carne, otro día le toca a tu compañera de habitación que huye despavorida en dirección al cuarto de baño en mitad de la noche, y al día siguiente se extiende como una plaga a una parte importante del grupo. Y eso que nuestra guía tiene la precaución de preguntar a los cocineros de los hoteles si tratan adecuadamente el agua con el que lavan las verduras, y todos le dicen que sí, pero nosotros nos retorcemos a causa de las continuas diarreas que revuelven nuestras delicadas tripas. ¿Será el agua, serán las verduras, será la vajilla que por supuesto no se trata cuando la friegan, será la comida que no llegamos a asimilar convenientemente, o serán los cambios de tiempo entre las frías zonas altas y las cálidas regiones costeras? El caso es que me han extrañado tantos casos de diarrea en un país en el que hemos comido la mayoría de los días en decentes restaurantes, y las comidas nunca han sido ni tan especiadas ni tan exóticas como para que me vea obligado a hacer este comentario escatológico que seguro ha provocado la carcajada de muchos.


Del Indri al ïndico. Ya he hablado anteriormente del Indri, el lemur más tierno a este lado del hemisferio sur. Tan suave como un oso de peluche, un juguete vivo en nuestras manos que hasta se deja acariciar en semi-libertad cuando lo engatusas como a un niño a base de trocitos de plátano. Todo lo contrario del océano Indico. Estamos en la zona del canal de Pangalanes, al noreste de la isla. Esta parte del país destaca por la construcción de una extensa obra de ingeniería de unos 700 kilómetros que sirvió para contener la bravura del océano Indico. Os puedo asegurar que este mar es tan salvaje que horada las playas con tal fuerza que se te quitan las ganas hasta de mojarte los pies. Lo pudimos comprobar los más valientes cuando nos remangamos el pantalón a la altura de la rodilla para jugar con las olas que iban llegando a la orilla a ritmo constante. Dejamos que el agua nos cubriera sólo hasta la altura del tobillo ya que sentíamos como la resaca nos arrastraba hacia el interior como si fuera un imán. Esta fuerza del mar era aprovechada por los niños del pueblo pesquero que visitamos jugando en la playa a su manera. Estos niños no se entretenían construyendo castillos de arena, no. A los críos les gustaba más asumir riesgos subiéndose a lo alto de un talud por medio de unas escalones improvisados que se fabricaban en la arena justo antes de que llegase la ola y se los pudiera tragar. 


Viky es el nombre de nuestra guía en Madagascar. Es una mujer que nunca pasará desapercibida allá adonde vaya. Nos cuenta que ya desde muy joven decidió independizarse de sus padres asumiendo a una edad temprana responsabilidades y obligaciones. Es una mujer que a su edad ya ha vivido muchas experiencias y que también destaca por ser una persona sin complejos. Viky viste de manera informal y también habla con desparpajo, sin miedo a meter la pata en mitad de la conversación. Viky se hizo popular entre nosotros por sus "palabros", aunque teniendo en cuanta que ella es catalana y vive habitualmente en un pueblo perdido en el pirineo leridano, hay que destacar su esfuerzo por hablar el castellano correctamente. No obstante, Viky se hizo famosa por sus frases de ambigua interpretación, como las que a continuación destaco: "que no se pierda nadie que es un lío", "si alguien se pierde yo llevo un silbato", o cuando se inventaba palabras con su habitual naturalidad y que el resto sabíamos interpretar según el contexto de cada momento. Viky, mujer práctica de los pies a la cabeza, lo tenía perfectamente asumido y no dudaba en comentar que lo importante al final es entenderse.


En muchos países del tercer mundo es común encontrarse con una bandada de niños que revolotean alrededor del turista en busca de caramelos o dinero. Los niños son utilizados por sus propios padres como reclamo para enternecer el alma del turista. Es comprensible esta circunstancia cuando aprieta tanto la necesidad, sobre todo si pensamos que una mísera moneda en nuestros bolsillos supone para ellos la posibilidad de comer ese día. 
En Madagascar sí que hay niños que piden en las calles, sobre todo porque hay más miseria en las ciudades, pero en los pequeños pueblos te encuentras a niños que sólo pretenden jugar con el visitante. Nos pasó en un pequeño pueblo pesquero a orillas del mar Índico en donde unos niños jugueteaban en la playa buscando nuestra complicidad. Corríamos detrás de ellos simulando una persecución y ellos rompían a reír con grandes carcajadas. Así hasta que nos dimos cuenta de que era la hora de regresar a la barca con el resto de compañeros, y como nos vieron despistados dudando en un cruce de senderos, no dudaron en ejercer de guías indicándonos el camino de regreso. 
Y una experiencia similiar la vivimos en otro pueblo del canal de Pangalanes, en donde un niño se nos acercó curioso y con ganas de entablar conversación mientras paseábamos a orillas del canal. En esas que observamos como un señor del poblado se desviste y cruza el agua hasta la otra orilla en calzoncillos. A nosotros nos pilla de sorpresa, porque pensábamos que había más profundidad, pero sólo le cubre hasta la cintura. Está claro que debe ser el paso habitual de una a otra orilla para la gente del cercano poblado. Ya que hace calor, decido darme un chapuzón muy cerca del paso. El niño, nada más que me ve meter los pies en el agua piensa que también quiero pasar a la otra orilla, y me hace gestos con la mano para indicarme el camino correcto. Ante su insistencia, y como nuestra comunicación sólo funciona mediante gestos, intento explicarle mis verdaderas intenciones que el crío comprende rápidamente, no obstante, agradezco su atención con una de las pocas palabras que se decir en malgache: misaotra, un gracias en su idioma.


No niego que cuando viajo por el mundo me considero un turista. El término viajero enfrentado al de turista es una discusión estéril que no lleva a ningún camino. Hay mucho viajero disfrazado con la vestimenta del coronel tapioca que no es más que un coleccionista de visados. Un caso aparte son estos viajeros armados con sus exclusivas cámaras fotográficas a los que no les tiembla el pulso cuando se trata de captar las moscas comiéndose la carita de los niños famélicos africanos. A esta clase de gente se le huele a la legua y su presencia se hace evidente nada más que desembarcan con su ardor guerrero por hacerse un hueco frente a todos los demás turistas. Buscan una foto exclusiva con la que impresionar a sus amistades nada más que regresen a su afortunado primer mundo. Frente a esta forma de viajar o de hacer turismo, está lo que a continuación os describo y que es la última impresión de mi viaje por Madagascar: "pasear" un pueblo. Cada guía tiene una forma de trabajar, un estilo muy personal de viajar con un grupo de turistas. Viky es de esas guías a las que les gusta hacer una parada con el autobús a la entrada de un pueblo para que estiremos las piernas mientras el conductor nos espera con el vehículo a la salida del poblado. De esta sencilla manera visitamos el pueblo, normalmente menos turístico que otros de obligado visita; pequeñas poblaciones en donde el turista pasa habitualmente de largo y en donde su estancia causa verdadera sorpresa entre sus habitantes. Uno tiene la impresión de caminar y no estorbar. Ya sé que sólo es una ilusión fruto de mi inquieta imaginación, que busca, compara y no encuentra mejor forma de integrarse con la población.

viernes, 24 de octubre de 2014

IMPRESIONES DE MADAGASCAR (4)


En la ruta en 4x4 por la costa oeste se pasa por muchas aldeas perdidas en mitad de la nada. En todas ellas hay una característica en común: un hombre de porte digno que parece el jefe del poblado y que nos mira como si ya sobráramos. Ni se te ocurra sacarle una foto porque parece un gallo de pelea, de esos que tienen tan malas pulgas que no dudan en enfrentarse con cualquier otro gallo que se adentre en su territorio. Otra característica de este hombre es que siempre lo encontramos un poco alejado del resto, ya que como buen macho que es no necesita a nadie que le dé palique. Me figuro que es de esos machos alfas de la manada que sólo se dignan a acercarse cuando tiene que ejercer de semental. Igual que un gallo en su corral, hace y deshace a su antojo.



Madagascar se define en tres colores: el verde de la época de lluvia, el amarillo de la estación seca y el negro de cuando los agricultores queman la hierba seca para que crezcan nuevos brotes. A esta quema "controlada" de rastrojos que reseca la tierra, se une la tala masiva de maderas nobles en beneficio de las clases adineradas, junto con el uso masivo de la leña para cocinar por parte de la inmensa población malgache. Por eso, la anteriormente llamada gran isla verde se observa desde el cielo de color rojizo por culpa de esta agresiva desforestación. En Madagascar, te muevas por donde te muevas, es fácil encontrarse la señal delatora del humo y una bandada de aves rapaces sobrevolando el cielo a la espera de comerse todos los reptiles que intentan huir del fuego.


Hay sorpresas en la vida que serán muy difíciles que olvidemos; anécdotas de viajes que contaremos mil veces como si fuéramos el abuelo porreta. Una de ellas se refiere a la mariscada que nos comimos en Belo-Sur-Mer, un bonito pueblo de humildes pescadores en la costa oeste de Madagascar. Viky, nuestra guía en el país, nos tenía preparada esta sorpresa en los bungalows de lujo en donde estábamos alojados ese día. Langosta, ostras, camarones, almejas... Lo curioso de este viaje es que intercalamos días enfangados de polvo y comiendo en el suelo un pic-nic a la sombra de un mango, con otros en donde el lujo nos hace sentir que somos personas importantes en contraste con las miserias del país que visitamos.


Estamos en Morondava. Hace calor, mucho calor. La calurosa noche invita a cenar en una terraza y a disfrutar de la velada tomando unas copas. Por recomendación de nuestra guía cenamos en un restaurante rastafari con música en directo. El ambiente es muy peculiar, parece que no estamos de vacaciones en Madagascar sino en Jamaica. Y el ritmo, también es diferente. Si la frase que describe al estilo de vida de los malgaches es el "mura-mura", o sea, que prisa mata, el ritmo de un malgache-rastafari es como para armarse de paciencia y olvidarse del paso del tiempo. Tardamos un mundo en cenar, pero la música, la bebida y el ambiente del bar nos hacen olvidar el hambre que estamos pasando. Por fin nos sirven la comida mientras disfrutamos bailando al ritmo de Bob Marley.


Día libre en Morondava. Acostumbrados a ir de la mano de nuestra guía durante todo el viaje, tardamos un poco en reaccionar cuando tenemos que planificar nuestro día libre de actividades. Viky nos propone varias alternativas que hacen que el grupo se divida según sus motivaciones. La mayoría decidimos realizar un trayecto en barca por los manglares junto con la visita al pueblo pesquero de Betania. Después del paseo por el pueblo, nos dirigimos a la playa en donde las barcas de pescadores van llegando poco a poco según acaban su faena. Es toda una experiencia asistir al momento en que los pescadores y sus familias sacan el pescado recién capturado, seleccionándolo para su propio consumo y venta según tamaño y variedad. Nadie se molesta por nuestra curiosidad, aunque siempre hay alguno del grupo no tan discreto que no duda en meter la cámara directamente en las narices de los pescadores. Se diría que todo fluye en la playa de Betania y que estamos viviendo uno de esos momentos mágicos que se experimentan tan pocas veces a lo largo de una vida. Es una sensación como de atrapar el tiempo y de sentir que el ritmo natural de la vida es el que respiramos en Betania.



El animal por excelencia de Madagascar es el Indri. Es un lemur que intenta luchar por su supervivencia siendo una de las especies más amenazadas de esta isla. Los proteccionista lo tienen complicado porque otra de las razones por las que está seriamente amenazada esta especie es porque no se ha podido criar en cautividad. Ahora mismo, este lemur habita sólamente protegido en parques naturales y su número es cada vez más escaso. Lo más característico de este curioso lemur es que es capaz de emitir un grito que se oye en un radio de dos kilómetros. Impresiona oír el volumen de sus gritos en medio de la espesura de un bosque primario. Más características del indri: es un lemur sin cola, monógamo, el clan familiar lo domina la hembra y tienen una esperanza de vida de unos cuarenta y cinco años. Su hábitat se encuentra en los árboles, por los que transitan de rama en rama con gran agilidad, y sólo bajan a tierra para comer arcilla que les sirve para neutralizar la acidez de las hojas, y para que los simpáticos turistas les podamos fotografiar y acariciar como si fueran ositos de peluche.

martes, 14 de octubre de 2014

IMPRESIONES DE MADAGASCAR (3)

No llevamos ni una semana de viaje y la comidilla del grupo es que tenemos la sensación de haber pasado un mundo en Madagascar. Es la primera señal de que en estas vacaciones estamos desconectando de nuestras rutinas habituales. Es como si tuviéramos pintado a bolígrafo un reloj en la muñeca porque el tiempo discurre como si no fuera con nosotros. Es lo más parecido a vivir de la manera más natural, que no es otra que levantarse con la salida del sol y dormir como un pajarito cuando se echan las primeras horas de la noche. Hemos llegado a Isalo y el calor hace su presencia por primera vez en el viaje. Menos mal que la caminata prevista cuenta con la posibilidad de bañarse en varias pozas de agua helada. Es la mejor manera de combatir la canícula y de sentir eso que vengo diciendo desde que he empezado esta impresión, que el tiempo pasa volando cuando estamos felices.

Ilakaka es lo más parecido a un pueblo del salvaje oeste. Y el topónimo no puede ser más acertado para lo que se destila en esta población. Nos cuenta la guía que este pueblo puede llegar a ser muy peligroso cuando se agota la veta de la mina en la que trabajan la mayoría de sus habitantes. Estamos hablando de minas de zafiros y de mujeres tamizando el río en busca de piedras preciosas. Estamos hablando de mucho dinero en juego, de pobres mineros que trabajan bajo duras condiciones por un jornal que les permita sobrevivir; me refiero a lo más parecido a esos despiadados buscadores de oro que hemos visto en muchas películas que matarían por unas pepitas de oro. Ahora la mina está abierta, pero aún y todo, recorremos la calle central del pueblo con mucha precaución. A pié de calle no se venden collares, telas o suvenires para turistas. En este pueblo se venden piedras preciosas, desde las que son más piedras que preciosas y son vendidas por gente muy humilde, hasta las más valiosas que se venden en locales lujosos con guardias de seguridad apostados en la puerta.

En toda África es común el pollo olímpico. ¿De qué animal exótico hablamos; no se tratará de una aberrante mutación animal? Pido calma a la humanidad, porque este pollo no es otro que el que vemos habitualmente picoteando por míseras aldeas y también por pobladas ciudades africanas, y que es capaz de correr a grandes zancadas como si fuera en pos de un record mundial. Es que este animalillo tiene tipito de fondista africano y una gran genética para la carrera. Pero eso sí, desde el momento que lo cocinas en la cazuela pierde todos sus virtudes y pasa a convertirse en un plato correoso y duro. Para colmo, es utilizado como principal ingrediente por la inmensa población africana, con lo que es fácil que forme parte del menú del turista a lo largo de su viaje. Lo pruebas una vez, incluso dos, pero a la tercera ocasión la mayoría nos decantamos por el pescado o el cebú, que por lo menos tienen una presencia más agradable.

Llegamos a la zona costera del oeste de Madagascar y dentro de las actividades programadas para el día está una excursión en barco de vela tradicional de la etnia Velo. Las barcas cuentan todas con dos tripulantes y pueden llevar tranquilamente a cuatro pasajeros que se sientan en fila india a lo largo del tronco vaciado de una pieza que forma el casco de la piragua. A simple vista no fuimos capaces de ver ningún clavo en la estructura y la vela era un trozo de tela parcheada y sucia que manejaban con destreza los marineros buscando la fuerza del viento. Nuestro barquito tuvo un pequeño susto en mitad de la navegación por culpa de un fuerte golpe de viento que nos dejó mudos porque casi nos vuelca la embarcación. Gracias a la rápida intervención de nuestro equilibrista-marinero, que se subió al patín con el que cuenta la piragua para estos casos, pudimos evitar el pequeño naufragio. Después de que volcáramos hace unos días en Tulear con un pousse-pousse mientras trazábamos una curva, y que nos dejó un poco magullados, nuestros compañeros de barco pensaban que éramos unos auténticos gafes. La travesía continuó sin sobresaltos pero por culpa de este contratiempo llegamos los últimos a la isla desierta, y nuestra bandera, que no era otra cosa que un vulgar pañuelo de mocos, no fue la ganadora de la regata de "traineras" de Andovadoaka.


La ruta de la costa oeste de Madagascar se hace con vehículos todo terreno porque no hay carreteras, y las pistas son caminos de tierra llenos de baches que dejan a vehículos y personas cubiertas con un fina capa de polvo. Este polvo nos acompaña durante todo el trayecto, se masca en la comida del picnic, y tras la ducha ensucia las toallas de un color marrón muy delatador. La jornada más larga de este recorrido nos lleva hasta Manja, un pueblo humilde perdido en mitad de la nada. Deambular por sus calles es como retroceder un siglo. Casi te sientes como un verdadero negro y no como turistas, que es lo que realmente somos, ya que nadie te ve como un "dólar con patas". Comprar unas botellas de agua o unos plátanos en el mercado supone pagar el precio justo, y sin pasarse. Y beber una cerveza de 650 cl en la terraza del hotel, mientras se comentan las incidencias del día, nos cuesta 3000 aris, un euro al cambio. En Manja nos pasó también una de las anécdotas más divertidas de este viaje. En el paseo por el pueblo nos encontramos con un policía despistado aficionado al soborno que nos pidió los pasaportes. El ánimo del policía no era otro que sacarnos algún dinerillo porque en este país el turista está obligado a llevarlo siempre consigo. Como ya estábamos advertidos por nuestra guía le plantamos en la cara los documentos de identidad, y el poli se quedó con una sonrisa de tonto pintada en su cara y sin negocio.

lunes, 6 de octubre de 2014

IMPRESIONES DE MADAGASCAR (2)


Ya en nuestro primer día de viaje pudimos ver los primeros muertos en la carretera. No se trataba de los provocados por accidentes de tráfico, ni de las víctimas de una batalla campal entre dos etnias enfrentadas. No, sencillamente me refiero a la celebración de la Famadhiana. En esta curiosa tradición se festeja a los muertos durante tres días, eso sí, cuando la propia familia cuenta con el dinero suficiente para semejante dispendio. Cuando se dan esas circunstancias materiales la familia desentierra a sus muertos, los transporta si hace falta atados al techo de un autobús o camioneta hasta la casa familiar, y se monta una fiesta de cuerpo presente para todo el pueblo con banda de música y bailables. Aprovechando un alto en el camino ejercimos de intrépidos turistas colándonos en una fiesta de la Famadhiana. La celebración la vivimos muy en primera persona, incluso algunos del grupo acabaron formando pareja de baile con varios familiares de los muertos mientras el resto nos mezclábamos con gente sin saber su verdadero parentesco. La experiencia fue corta, porque debíamos proseguir nuestro largo camino, pero de una calidez humana que no pasó desapercibida para nadie del grupo. Nosotros nos fuimos, pero la fiesta seguía y el alcohol se manifestaba en las caras sonrientes de la gente. Así los dejamos, felices al contar con la presencia de sus muertos, a los que una vez festejados vuelven a enterrar, esta vez para siempre.




Ahora no lo recuerdo bien, pero pondría la mano en el fuego si os digo que desde la primer noche de estancia en Madagascar, un parte del grupo no dábamos por finalizado el día hasta que no saboreábamos un vaso de ron. Y cada noche era una sorpresa diferente, ya que según la categoría del local te podían servir un ron local de dudosa calidad o sentirte sorprendido gratamente con un ron "arrange" de vainilla, baobab, canela, café, etc, etc, que tanto gustan en este país. Estos últimos son los que nosotros denominados licores y que en nuestro país también son de variados sabores. A mí me gustan más los rones a palo seco, pero cuando no había esa posibilidad tocaba arriesgarse y probar un ron cualquiera de los allí expuestos. A veces había suerte y las botellas estaban colocadas en la barra del bar, por lo que era fácil hacer un descarte fijándose en la intrigante apariencia de algunos licores de color sospechoso. Unas veces se acertaba y saboreabas a gusto el digestivo, y otras, tocaba beberse el vaso de un solo trago y sin respirar.



En Madagascar se aprovecha todo de un arrozal. Además de la posibilidad de contar con dos cosechas anuales de arroz, en la época seca los agricultores se pasan al gremio de la construcción y aprovechan el limo seco de los arrozales para fabricar ladrillos. Se ven familias enteras acarreando ladrillos de adobe que van del arrozal al horno para ser cocidos y después depositados en enormes pilas para su posterior transporte. Un trabajo muy duro, sobre todo para los niños y niñas que colaboran con sus padres para aportar más dinero a la familia. En la parte central del país, que es más próspera que otras zonas de la isla, tienen mucha salida estos ladrillos porque se construyen con ellos casas de hasta dos plantas, muchas de ellas con tejado de paja, por donde sale el humo de las cocinas. La contrapartida de esta extracción agresiva del limo de los arrozales por parte de los agricultores es la aparente pérdida de fertilidad de la tierra, que unida a la abusiva desforestación del país, dan como resultado un paisaje sin vegetación, totalmente erosionado, que a vista de pájaro ofrece un aspecto desolador en donde predominan los tonos rojizos.

lunes, 22 de septiembre de 2014

IMPRESIONES DE MADAGASCAR (1)



Lo primero que nos advirtió nuestra guía de Madagascar nada más aterrizar en este país, es que señalar con el índice extendido hacia una tumba está muy mal visto por los malgaches. Bueno, mejor dicho, es fady, o lo que es lo mismo, una falta de respeto y consideración hacia sus muertos. En cambio, no está mal visto señalar con el dedo índice encogido, como si empuñáramos una pistola imaginaria, o con toda la mano extendida en dirección al lugar sagrado. A las primeras de cambio, todos metimos la pata señalando de forma indebida, pero como somos turistas nadie nos cortó el dedo ni fuimos llamados al orden. Yo creo que a los nativos les hacía gracia nuestra incorrección, sobre todo cuando nosotros mismos nos reprendíamos de viva voz o bajábamos aprensivamente el brazo sacrílego de nuestro compañero cuando señalaba con todo descaro la tumba de marras. 


Desayuno con maletas. Era la frase que nuestra guía nos repetía para arrullarnos todas las noches antes de acostarnos, y que suponía que nos teníamos que levantarnos al día siguiente a una hora muy temprana. Como turistas cumplidores que siempre hemos sido, sabíamos que teníamos que adaptarnos a las horas de luz de Madagascar. Por tanto, nos despertábamos a eso de las seis o seis y media de la mañana para desayunar con las maletas ya hechas para no perder tiempo, comíamos sobre las doce de la mañana, y cenábamos no más tarde de las siete y media u ocho de la tarde. Como estamos en el hemisferio sur, el invierno de Madagascar es nuestro verano, y la noche llega a eso de las seis de la tarde. Os puedo asegurar que después de todo el ajetreo turístico del día, el grupo llegaba muy cansado a la noche y no era extraño que la gente se retirara a la cama a eso de las nueve o nueve y media de la noche. Un grupo de irreductibles resistíamos sólo una hora más saboreando un ron local de dudosa calidad. Y también os puedo asegurar, que cuando se echa la noche en Madagascar la luz artificial es escasa o brilla por su ausencia a causa de los numerosos apagones eléctricos. Y os puedo asegurar (es la tercera ocasión que cercioro en este texto), que la seguridad que da la luz tenue de las velas en los locales nocturnos deja mucho que desear.

La última impresión o comentario curioso de este post es aquella que se refiere a la incapacidad de los malgaches para negarse a una petición. La mentalidad con que abordan todo tipo de situaciones es distinta a la nuestra. Incluso lo que nosotros consideramos lógico pasa a un segundo plano para ellos. Y este comentario no tiene nada que ver con la parsimonia que les caracteriza a la hora de trabajar, ni tiene que ver con su peculiar interpretación del tiempo. Mejor explicar este asunto con un ejemplo práctico que le sucedió a nuestro guía. La primera noche en Antananarivo llegamos al hotel de madrugada después de un largo viaje. La guía comenzó a repartir las habitaciones a los miembros del grupo, y para nuestra sorpresa, nos comunica que ella se tenía que ir a otro hotel porque el recepcionista le había dado su habitación a otro cliente que se había quedado "tirado" en la capital al no poder coger su vuelo. Nuestra guía contaba con una reserva en firme pero ella misma nos explica que un malgache no puede negar una habitación a un cliente en esa situación, aunque con su decisión complique más la vida de otra persona. De nada vale protestar o incluso llegar a gritar a un malgache porque se bloquea, no reacciona y al final no se consigue ningún beneficio. Esa es la experiencia que nos relataba nuestra guía después de vivir muchas temporadas en Madagascar.

miércoles, 16 de julio de 2014

SUAVE ES LA NOCHE



Primera impresión. Primeros días en la playa. Coincidiendo con estas fechas, mi familia política alquila durante una semana un apartamento en Isla, una pequeña población costera de Cantabria muy cerca de Noja. Yo me suelo coger uno o dos días que empalmo con el fin de semana para alargar las mini-vacaciones. En agosto nos llega el plato fuerte, un viaje a Madagascar de veinticinco días que siento que necesitamos como agua de mayo. No sé que sería de nosotros sin esas escapadas en donde desconectamos tanto del trabajo como de la rutina diaria de amigos y familia. Que nadie se sorprenda con este último comentario. Sí, hasta los ratos que pasamos con los amigos implican una rutina que conviene romper de vez en cuando. Se vive muy bien sin obligaciones, dejándose llevar por la inercia del propio viaje por países que no dejan de sorprenderte gracias a su variedad de costumbres y tradiciones enmarcadas en paisajes que se burlan de las dimensiones de nuestros lugares de residencia habitual.

Segunda impresión. Suave es la noche de Fitzgerald es mi lectura del verano. La citaba continuamente Rodrigo Fresán en La parte Inventada, su último libro publicado. Una cosa lleva a la otra, y después de leer un gran libro es lógico dejarse influir y cobijarse en la sombra que proyecta. Un buen libro es como esos árboles de los que cuelgan sabrosos frutos. Todo alimenta. La semilla de un libro son sus palabras, unas se las lleva el viento y caen en terreno desértico y no prosperan, en cambio otras germinan, crecen con la humedad y el calor, y toman forma en otros libros igual de interesantes. Y así se forma una cadena que no tiene fin y que me tiene encadenado a la lectura de Suave es la noche y de otros libros que se multiplicarán en los estantes de cualquier librería o biblioteca para uso de lectores hambrientos.

Tercera impresión. Ya he comentado antes que el verano es el mejor escenario para intentar desconectar del mundo. Por lo menos de ese mundo que nos acompaña durante once meses, y que fluye despacio, estancándose a menudo en el fango más pantanoso. En su esencia la vida es fácil. Y por eso me gusta rodearme del tipo de gente que hace que la vida fluya fácil y sin complicaciones añadidas, personas que disfrutan y dan valor a muchos de sus actos aunque aparentemente sean insignificantes. La perspectiva de viajar a sitios desfavorecidos me ha enseñado que las necesidades reales son bien pocas, y que la acumulación sólo sirve para hacernos más esclavos. Iba a escribir un decálogo en plan trascendente de necesidades básicas, pero lo he pensado mejor y no lo considero ni básico ni necesario. Prefiero seguir con la lectura de Suave es la noche.

viernes, 4 de julio de 2014

LA PARTE INVENTADA DE RODRIGO FRESÁN

Primera impresión. Hacía tiempo que no leía algo interesante, algo con estilo y personalidad, y no ese contar o juntar palabras como lo haría un estudiante de primaria, frases como esa que cita Rodrigo Fresán en varias entrevistas realizadas a raíz de escribir LA PARTE INVENTADA, "giró sobre sus talones, abrió la puerta y salió". De esta manera tan plana están escritos muchos libros que ahora se publican. Escribir libros es otra cosa. Un escritor acota un pensamiento o una parte de la realidad y le da un valor añadido gracias a su visión personal. El punto de vista es igual de importante a la hora de sacar una foto con estilo como cuando el escritor escribe en su ordenador un relato que quiere dar forma. Una cita de este libro como ejemplo: "no hay nada que se "gaste" más rápido que las lágrimas: calientes bajo los párpados y enseguida, unos centímetros colina abajo, ya frías sobre las mejillas".

Segunda impresión. LA PARTE INVENTADA de Rodrigo Fresán es un libro que disecciona la mente de un escritor, una especie de Rodrigo Fresán -según el propio autor-, sin esposa ni hijos y con un punto romántico hacia la literatura digno a destacar. Este libro habla sobre escritores y sobre el proceso creativo que conlleva su trabajo: "la buena ficción -si sabemos aprovecharla- es un manual de instrucciones para nuestra no-ficción". Metaliteratura pura y dura, referencias continuas a escritores, inserción de citas que dan pié a pasajes que se desbordan en ríos de letras. La ficción no tiene límites porque nunca se oculta el sol de la creatividad en el reino de Fresán. 

Tercera impresión. ¡Qué difícil es desempeñar el oficio de escritor! En el libro se dice eso de que "a mí cada vez me gusta más escribir y cada vez me gusta menos ser escritor". Ahora, en cambio, todo el mundo pretende ser un escritor. Pretenden, claro está, pero la realidad es bien otra. Hoy en día no se tienen hijos, ni se plantan árboles, pero sí se autopublican libros que la mayoría son sólo basura para alimento de egos que viven de cara a la galería. El mundo de la moda vive de la imagen, del diseño de los trajes y vestidos que confecciona cada temporada. En este caso se trata de marcar tendencia para consumir. La literatura como producto de consumo cuenta y recuenta pero no escribe historias. El escritor tipo IKEA ensambla palabras según un modelo específico y todos los muebles son iguales. Los escritores tipo IKEA son idénticos, funcionales y responden a un diseño repetible. Un escritor IKEA escribe de esta forma: "El azul de este cielo se repite cada amanecer sobre una playa uniforme de belleza universal". El escritor Rodrigo Fresán la describe de esta forma: "Ese azul es algo que está ahí desde siempre y, aún así, para EL NIÑO, la sensación de que todo eso -como el mantel de una mesa- se tiende todas las mañanas y se recoge todas las noches, como si se tratase de una escenografía que vuelve a montarse con cada amanecer. Una de esas playas que -de poder subir o bajar su temperatura- podría ser tanto un desierto africano como una estepa siberiana".

Cuarta impresión. El paso del tiempo. El tema tan recurrente de la magdalena de Proust ha dado para mucho en la literatura. A Penélope también le tocó esperar a Odiseo mientra tejía y destejía para engañar a sus pretendientes. Sí, es innegable que el paso del tiempo hace que se eche la mirada atrás y que surja la nostalgia. Al fin y al cabo vamos a estar cuatro días en este mundo. Mira que he leído libros, en general buenos libros, en donde se ha tratado este tema con estilo y sin caer en el cursilería. Y ya que a mí nunca me han gustado las despedidas, demos voz nuevamente a LA PARTE INVENTADA con un hasta la vista"Penélope los contempla alejarse con la tristeza rara de ver algo que ya nunca se volverá a ver. Algo que no te importa demasiado dejar atrás pero aun así es otra cosa que vas dejando atrás. Y el pasado irrecuperable se va construyendo así, de a poco, sin pausa y arbitrariamente".

martes, 17 de junio de 2014

ÁGAPE SE PAGA DE WILLIAM GADDIS



Esta es una reseña en donde prima el estilo por encima de toda crítica justificada o no y por esa razón sobran las comas los puntos y todo lo que signifique interés por la puntuación gramatical. Voy a utilizar un estilo ligero para reseñar "Ágape se paga" de William Gaddis que es su libro póstumo, una obra de menos de cien páginas ya que el hombre se veía morir y tampoco era cuestión de explayarse. El tiempo inexorablemente se escurre como el agua en nuestras manos y el paso del tiempo y la consiguiente mecanización de todos los ámbitos es el tema principal de este libro. El escritor es de la vieja escuela de aquellos que por ejemplo añoran el piano por encima de la pianola o la escritura de puño y letra en vez del moderno ordenador. 


"Cuando el placer estético radicaba en la adoración del arte y era privilegio de unos pocos, y esta democracia en la que cualquier hombre es el artista que necesita ser para su propio consumo, que es donde estamos hoy".

Y el libro avanza como si fuera el delirio o las últimas voluntades de un hombre enfermo postrado en la cama que intenta poner orden en su vida y en su obra. Un hombre que ya no es de este mundo o que ya está de vuelta de este mundo. Un escritor que acumula toda su sabiduría en montones de apuntes sin clasificar de forma similar a como se acumulan los conocimientos en su vieja mente que ha registrado experiencias vitales hasta el límite de su capacidad.

En las páginas de este libro se expresa el rechazo del artista por ver como prima el entretenimiento por encima de todo. El lema de este tiempo parece ser eso del más ocio y menos esfuerzo. Para Gaddis ya no hay profundidad en las ideas sólo espectáculo visual para consumo rápido. Y para eso no se necesita mucha preparación ni horas de documentación porque la tecnología a puesto al alcance de cualquiera la posibilidad de ser un proyecto de artista. Y yo comparto su opinión porque se pasa sin pudor la frontera de la lectura a la escritura y sólo se fabrican en serie escritores de un sólo lector. Ya nadie lee a otros escritores porque el ombligo del aspirante a artista es tan grande que ya no le deja ver otras realidades que la suya propia ni otra ficción que la que surge de su propia cabeza. Ya no leemos -salvo a los famosos o superventas-, sólo nos releemos a nosotros mismos y sólo nos interesa contar nuestras propias miserias.


"Toda la chusma estupefacta que ahí fuera espera que se le dé entretenimiento, convertir al artista creativo en un mono de feria, en un famoso como Byron, el hombre en lugar de su obra".

Ahora que releo esta reseña intentando corregir en la medida de lo posible mi falta de talento considero que quizás debería haber leído mejor este libro con más atención y dejar para otra ocasión la escritura de este reseña.

domingo, 1 de junio de 2014

EL JILGUERO DONNA TARTT




¿Por qué me embarco en la lectura de un best seller de casi 1200 páginas? ¿Por qué, en este caso, me ha dado por leer el Jilguero de Donna Tartt? ¿Por qué, por qué...? Eso me pasa por hacer caso a los suplementos culturales de los periódicos. También es verdad que la fama de la autora al ganar el pulitzer con este libro ha influido en mi decisión. Una crítica (señora, no texto) que me dio por leer en un suplemento digital, comentaba para mi asombro del "jilguero" que le había llevado unas dos semanas de su precioso tiempo terminarlo. No es mi caso; yo llevo por lo menos un mes y todavía no lo he acabado. Sí que es un libro entretenido, de esos de los que se leen fácil, pero eso no quita para que personalmente sienta que estoy perdiendo miserablemente mi también precioso tiempo. 

Sumergido en esta confusión me pregunto si sólo hay que leer textos que supongan para el lector pura distracción. No es mi intención justificar este tipo de libros -y tampoco pretendo entrar en conflictos-, pero siendo generoso conmigo mismo, como máximo estaría dispuesto a aguantar con un libro de los que catalogo como "sólo entretenido" durante un par de semanas. Uno de esos libros de famosos autores del momento que han escrito sus trescientas páginas como máximo, y que ocupan un lugar destacado en la mayoría de las librerías. 

No obstante, soy un lector ingenuo, y pienso que detrás de cada página es posible que encuentre una brillante frase que me inspirará una relación con otras gratas lecturas, o que en cualquier momento leeré un profundo diálogo del que me sentiré identificado, o que en el esfuerzo de la lectura se me develará una razón, aunque sea diluida entre líneas, para postergar el cansancio, el hastío y por qué no, el natural bostezo que es muy expresivo de la situación que describo. 

Sin embargo, avanzo en la lectura de este libro y no encuentro más motivo que la propia inercia. Y sigo avanzando a trompicones hasta que finalizo el libro, y no he subrayado ninguna frase, y tampoco he entresacado nada que considere digno de recordar en un futuro. Una conclusión me surge en la mente tras la lectura de este libro: ya sé el tipo de lectura que no quiero leer nunca jamás. Por favor, que nadie me intente engañar con textos similares, porque si buscara sólo entretenimiento dejaría de leer libros, sobre todo si son igual de extensos que "el jilguero", que no me sobra ni el ocio ni el tiempo en esta vida.

martes, 20 de mayo de 2014

ME LLAMO JUAN CARLOS



Hay que madrugar mucho para correr en una maratón. Teniendo en cuenta que la carrera comienza a las nueve de la mañana, es necesario poner el despertador a las seis para desayunar con tiempo. Parece exagerado, pero los preparativos previos a la maratón van consumiendo los minutos poco a poco, y cuando te quieres dar cuenta hay que salir corriendo de casa para no sufrir los nervios de última hora. Uno de esos preparativos es poner el chip en las zapatillas y coser con imperdibles el dorsal a la camiseta. Mi dorsal, bueno el de mi amigo, indicaba su nombre: JUAN CARLOS. Ya me advirtió mi amigo cuando me pasó el dorsal que más de una persona del público me animaría por mi "nuevo" nombre. Bien, este domingo me llamo JUAN CARLOS.

Estoy en la línea de salida junto a más de cuatro mil atletas. No todos corremos la maratón. La organización ha previsto que salgamos juntos tanto los corredores de la carrera de 10 kilómetros, los de la media maratón y los de la maratón. Los minutos previos al pistoletazo de salida relajo mi respiración mientras escucho una selección de música en mi ipod. Música cañera para motivarme durante todo el recorrido de la maratón. Por fin dan la salida. Desde el primer kilómetro intento llevar mi ritmo, ese paso que me permitirá llegar a la meta en tres horas y media. 

Todo marcha bien hasta que en el kilómetro diez comienzo a notar molestias en un dedo de mi pié derecho. ¡Alarma, me está rozando el vendaje! Intento olvidarme del tema, pero soy consciente de que la he cagado, que no hacía falta vendarme el dedo y sí un poco de vaselina para evitar las rozaduras. No importa, repito para mí mismo varias veces la frase de fuerza de esta maratón: "correr o morir". Es una frase entresacada del libro homónimo de Kilian Jornet. "Correr o morir, correr o morir, correr o morir..." Y así llego hasta la media maratón salvando este momento de crisis. Paso por este punto con un tiempo por debajo de la hora y cuarenta y cuatro minutos. Lo jodido es que tengo que mantener este ritmo durante otra media maratón. "Correr o morir, correr o morir".

Los kilómetros se suceden y mi zancada se acorta un poco por el cansancio acumulado. Sobre el décimo kilómetro me he comido un gel para no perder el ritmo, ese paso interiorizado por todo maratoniano que se precie para conseguir llegar a meta en el tiempo estimado. Ahora que paso por el kilómetro 25 siento que mi energía se desvanece y que necesito un "doble chute".

El kilómetro 36 pasa justo por debajo de mi casa. En ese momento coincido con otro atleta que va como una moto y que me sobrepasa animándome con la típica frase de que ya no queda nada. Tiene gracia. Le comento que me dan ganas de parar, ya que estoy tan cerca de casa, y él parece no creérselo. Pienso que esas son las anécdotas que luego uno recuerda cuando pasan los días. Pienso que aparte de repetirme constantemente la frase "correr o morir" para darme ánimos, también es bueno desviar mi mente del sufrimiento con anécdotas como ésta. En ese tramo de la carrera acelero un poco el paso, intento esbozar una sonrisa en mi cara y saludo a los conocidos como si todavía estuviera con las fuerzas intactas. Puro maquillaje. Cuando giro hacia otra avenida, fuera ya de mi barrio, recupero mi ritmo pausado.

Me acerco a los últimos tres kilómetros de la maratón y la carretera se empina más de lo deseado. En esos duros momentos uno está solo con sus miserias. No consuela ver como otros corredores tienen que parar su carrera para estirar sus fatigados músculos, o en el peor de los casos, solicitar la ayuda del público porque los dolorosos calambres le han obligado a tumbarse en el suelo. ¿O sí? A estas alturas de la carrera el instinto de supervivencia está por encima de cualquier empatía, incluso por encima de cualquier atisbo de solidaridad mal entendida, sobre todo cuando sientes como tus piernas también están al límite y los calambres pueden paralizarte en cualquier momento. Vamos, que en estas circunstancias no está uno para ayudar a los demás. Eso sí, creo que en esta fase de la maratón todos los corredores supervivientes tenemos en nuestros pensamientos al diseñador del circuito. ¿Quién cojones ha diseñado un circuito reservando las cuestas más duras para el final? Ni que el sufrimiento fuera gratuito.

Una vez pasado el trago encaro el último kilómetro corriendo pareado con una maratoniana. Se la ve más fresca que yo, y tan simpática, que va sonriendo a todo el mundo. Me alegra estar en su compañía. Hablamos de lo común, de que ya no queda nada, de que los calambres no me dejan correr más rápido, de que gracis por el agua pero que no te puedo seguir. ¡¡¡Ahhh, amago de calambre en la pierna derecha!!! ¡¡¡Ahhh, ahora en la izquierda!!! ¡Correr o morir, correr o morir! ¡Por fín la recta de meta! Oigo por megafonía que Juan Carlos ha llegado en tres hora y media, a cinco minutos el kilómetro. ¡Objetivo cumplido!

viernes, 16 de mayo de 2014

EL RETO DE UN MARATÓN


Tengo cuarenta y seis años y muchos de ellos los he dedicado a competir en triatlón. En ese tiempo de actividad deportiva llegué a completar dos ironmans además de participar en unos cien triatlones de diferentes distancias. Mi inquietud deportiva me llevó a probar también en varias carreras de montaña de larga distancia y en tres maratones diferentes. Pero desde que decidí "retirarme" de la competición llevaba más de diez años realizando sólo deporte en plan mantenimiento, ya se sabe, como máximo cuarenta minutos de carrera continua, o una hora y media de bicicleta a ritmo medio. También participaba de vez en cuando, cada vez más de vez en cuando, en alguna prueba popular de atletismo organizada en Vitoria, mi ciudad de residencia. 

Mi vida discurría así de plácida, así de rutinaria, hasta que faltando una semana decidí que participaría con un dorsal prestado en la presente edición de la maratón de Vitoria. La idea me vino a la mente disfrazada de reto. También era una pequeña locura que no sabía si se volvería en contra mía como un boomerang. No obstante decidí arriesgarme y la semana previa a la maratón, esa en la que todo el mundo comienza a rebajar sus entrenamientos, opté por realizar un par de entrenamientos de larga distancia para saber si era capaz de resistir un mínimo de tiempo corriendo. 

El primer test lo realicé el domingo y la idea era completar un recorrido de dos horas por los montes y pistas cercanos a mi ciudad. Los primeros kilómetros los corrí de forma agradable, dosificando el esfuerzo, pero a medida que iba sumando kilómetros y subiendo cuestas, mis piernas notaban el cansancio que se traducía en una bajada del ritmo que no presagiaba nada bueno. Pensaba que una vez que tomara el camino de regreso en franco descenso hacia casa, recuperaría fuerzas y motivación para completar el objetivo inicial. Pues no, las sensaciones cada vez eran peores y las ganas de acabar dominaban cada vez más mi mente. Por fin llegué a casa después de correr veintiún kilómetros durante una hora y cincuenta minutos. El ritmo que marcaba el gps era de cinco minutos y doce segundos el kilómetro, mucho más de lo que esperaba. Estaba claro que ese era mi estado de forma real y no se correspondía en nada con el que deseaba. Al día siguiente, como era previsible, tenía las piernas llenas de agujetas y la moral vacía de motivación. Menos mal, me consolaba, que a mi amigo lesionado y dueño del dorsal no le había comentando nada, ya que hasta ahora todo era un proyecto que llevaba en el más completo silencio.

El martes me encontraba mejor físicamente y decidí que había que hacer otro entrenamiento largo para saber si había mejorado mi estado de forma actual. Sabía que no había más margen de maniobra, que el plazo para participar en el maratón no se podía estirar más. Estaba vez elegí un recorrido más suave para evitar un sobresfuerzo innecesario. Iba sumando kilómetros a un ritmo cómodo y las sensaciones no eran malas. Teniendo en cuenta que la maratón se corría cinco días después opté por ser prudente y dí por finalizado el entrenamiento después de hora y media y 19 kilómetros. El ritmo medio en esta ocasión fue de 4:50 el kilómetro y las posibilidades de poder correr la maratón había ganado muchos enteros. No obstante, había que esperar al día siguiente y comprobar si la recuperación era la idónea para afrontar este reto.

Y sí, un día después las piernas no se me habían convertido en dos bloques de hormigón armado. Ahora sí (la palabra sí sonaba eufórica en mi mente), el objetivo estaba cada vez más cerca. Llamé a mi amigo lesionado para contarle mi proyecto y fue como hablar con un alma gemela. Por supuesto, me cedía gustosamente el dorsal para mi pequeña aventura. Ya sólo faltaba dar los últimos pasos: el jueves carrera continua durante cuarenta y cinco minutos a ritmo suave. Viernes y sábado descanso. Y el domingo, la maratón.
Próximamente segunda parte: "Me llamo Juan Carlos".

viernes, 11 de abril de 2014

KASSEL NO INVITA A LA LÓGICA (SEGUNDA PARTE)

Vida y muerte en tres citas de "Kassel no invita a la lógica":

"Una vez oí decir que la verdadera vida no es la que llevamos, sino la que inventamos con nuestra imaginación".

 
 

"Quizás tanto optimismo se debiera a que allí en Kassel había recobrado los mejores recuerdos de mis inicios de artista. Mi admiración, por ejemplo, por aquellos que habían hecho de la escritura su destino: Kafka, Mallarmé, Joyce, Michaux, aquellos para los que la vida apenas era concebible fuera de la literatura, aquellos que hicieron con sus vidas literatura".



"La inscripción en la tumba de un gran genio ya casi olvidado, Martinus von Biberach:
[Vengo de no sé dónde,/ soy no sé quién,/ muero no sé cuándo,/ voy a no sé dónde,/ me asombro de estar tan alegre.]"

martes, 25 de marzo de 2014

KASSEL NO INVITA A LA LÓGICA


"Porque contrariamente a lo que creen tantos, no se escribe para entretener, aunque la literatura sea de las cosas más entretenidas que hay, ni se escribe para eso que se llama "contar historias"aunque la literatura está llena de relatos geniales.

 No. Se escribe para atar al lector, para adueñarse de él, para seducirlo, para subyugarlo, para entrar en el espíritu de otro y quedarse allí, para conmocionarlo, para conquistarlo". 



"En aquella habitación blanca de Ceal Floyer se exponía la necesidad del artista de continuar siempre en busca del difícil acierto, lo que me recordó la tarde en la que en un coloquio una mujer me preguntó cuándo pensaba dejar de hundir en la niebla a mis pobres personajes tan solitarios (...) 


La mujer me reprochó entonces la oscuridad de mis textos. Señora, por favor, dije airado, ¿no vio usted lo oscuro y complejo que es el mundo? Pero poco después me fijé en la luz del día, que era suave y hermosa. Y pensé: uno quisiera verlo todo con tanta claridad".



* Textos entresacados del libro de Enrique Vila-Matas "Kassel no invita a la lógica".