jueves, 31 de enero de 2013

RESEÑA CORTA SOBRE LA BROMA INFINITA




Hoy en día, si pretendes ser un moderno tienes que leer o haber leído a David Foster Wallace. Y si encima te lees "La Broma Infinita", eres el más moderno de los postmodernos. Y yo que me gusta estar al día de todas las novedades, me lo he leído, como hace años también me leí el Ulises de James Joyce. Son libros de culto que mucha gente entendida presume de habérselos leído, aunque tengo serias dudas al respecto. Sí, yo los he leído, pero también tengo que reconocer honestamente que no guardo un maravilloso recuerdo de su lectura. A pesar de que mi pasión por la lectura me ha proporcionado múltiples visiones del mundo de la literatura, considero que es muy difícil asimilar estilos tan originales y estructuras tan complejas como el de estos libros que en concreto menciono.
Y después de este largo preámbulo, paso a realizar mi reseña del libro "La broma infinita". Aviso para evitar malentendidos; conseguir leerme este libro se ha convertido en un largo proyecto que he tenido que interrumpir varias veces por otras lecturas que aliviaban su asimilación, de forma similar a como cuando se tiene una digestión pesada y hay que tomar un almax para aliviar el malestar. A pesar de todo, "La broma infinita" es un libro que me ha gustado, pero no de una forma constante. Ha habido momentos sublimes, en donde el escritor demostraba toda su capacidad creativa acompañados de otros párrafos insufribles, con relaciones interminables de medicamentos, drogas u otros temas banales que ponían a prueba mi paciencia como lector. Los sentía como callejones sin salida, como pozos sin fondo en donde el autor se hundía en su propia erudición. En resumen: no aportaban nada al desarrollo de la historia. De todas formas, me quedo más con esos momentos mágicos en que la prosa de DFW se manifiesta de manera exultante describiendo de forma minuciosa a lo largo de todo el libro la personalidad de sus protagonistas más representativos (increíbles los retratos de Hal Incandenza y Gately).



"Están aquí para perderse en algo más grande que ellos mismos".

Pero por encima de todo hay que destacar en este libro el halo de tristeza que domina toda la escena. Ironía y tristeza van de la mano en esta historia infinita que parece no acabar nunca.



"Desvistiéndose al pie de la cama alta y antigua, lentamente, sus ropas ligeras y húmedas por el sudor que caen fácilmente al suelo dando paso a un increíble cuerpo femenino, un cuerpo inhumano, el tipo de cuerpo que Gately solo ha visto con un adorno en el ombligo, un cuerpo que parece ganado en una rifa; y se forma un quinto poste, por así decirlo, entre los cuatro postes de la cama".

Pero sí termina; aunque el final abierto parece más un capricho del autor que parece decirnos: "aquí pongo la palabra fin pero hubiera podido continuar y continuar la historia hasta el infinito". Y no es broma.

Y ahora, una curiosidad: me permito la libertad de extraer la reseña del propio autor referente a este libro entresacada de uno de los párrafos de "La broma infinita":


"La Obra era técnicamente espléndida con la iluminación y los ángulos planeados al milímetro. Pero también extrañamente vacía, vacua, sin ningún sentido del propósito dramático; nada de movimiento narrativo con una historia real; ni el menor movimiento emocional hacia una audiencia. Era como conversar con un preso a través de la pantalla de plástico y usando el teléfono; eso había dicho la estudiante de cursos avanzados Moly Notkin de las primeras películas de Incandenza. Joele las veía más bien como si tratasen de un persona muy inteligente que hablaba consigo misma".

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