jueves, 13 de mayo de 2010

JUANITO KUESKO



Me asomo a la ventana y veo una mañana triste nacida de la fina y constante lluvia. Es temprano, muy temprano. Observo un lujoso coche salir de repente del garaje y estacionarse en medio de la acera, interrumpiendo el paso normal a los viandantes. En ese mismo instante, un peatón ciego avanza con cautela pegado al edificio. Al toparse de frente con el vehículo, lo rodea, rozando suavemente el coche con su bastón, hasta llegar de nuevo a la pared del edificio que le sirve de guía en su desplazamiento. Observo que el orondo propietario del coche no se inmuta cuando lo ve pasar delante de él, ni muestra señales de pretender rectificar la maniobra que acaba de realizar. El ciego no puede ver la sonrisa prepotente que el conductor esgrime en sus labios, pero a mí me causa bastante cabreo ser testigo de tanto egoísmo. Después de este gesto tan feo, el coche arranca envuelto en una nube de humo, fundiéndose con el gris de la mañana.
Me asomo a la ventana para sentir la realidad, pero el antojadizo pasado me envuelve con sus artes. El recuerdo me despierta en la cama de una pensión barata; mi cuerpo desnudo se encuentra acostado junto a una persona que está dormida, dándome la espalda. He poseído ese bello cuerpo de forma alocada, hasta el límite de la resistencia. Casi no la conozco, pero hemos follado de manera salvaje, como a mí me gusta, como si fuéramos animales en celo. Todavía me excito pensando en cómo se movía ella encima de mis caderas; en cómo se le subían y se le bajaban las tetas con cada nuevo embate. Y la cara que ponía cuando me corría... Ella quería más ; y en seguida me excitaba con suaves, expertas caricias, y ya estábamos follando otra vez ; ella me abría sus piernas tumbada de espaldas, ofreciéndome su sexo, y yo entraba en su cuerpo, y salía, y entraba, y salía, y como siempre, nunca me quedaba. Nos despedíamos a la mañana, temprano, muy temprano. Nos alejábamos de la pensión despidiéndonos con un último beso, frío como un invierno, cada uno por caminos separados, por calles casi vacías, con charcos aquí y allá. Yo soy Juanito Kuesko y ella, la que me daba la espalda en la cama, es Maite, es Edurne, es Ainhoa, es Estitxu, es Clara, es Zuriñe, es Lucía, es Inés, es Almudena, es..., es mil veces es.

Asomado al marco de la ventana, me escondo tras el vaho de los cristales. Veo a la gente correr bajo paraguas de colores buscando guarecerse del viento malicioso y juguetón, que levanta faldas sin pudor, seguidas de flexiones complacientes de cabeza. Los coches parecer jugar con sus limpia-parabrisas: ahora lento, ahora rápido, ahora más rápido, que pasa un camión y arrecia la lluvia.
Mis recuerdos continúan al amanecer, cuando finalmente llego a casa de mis padres. He bebido poco, pero estoy embriagado de placer y con el sueño cojo y dando tumbos. Me acuesto al momento, pero me despierto sobresaltado, pensando que duermo acompañado de nuevo por otra mujer. Miro al lado frío de mi cama, y por supuesto, nada encuentro. Vuelvo a dormirme de puro agotamiento, y sueño que soy otro, más robusto y musculoso, y con una fuerza de voluntad envidiable. Él no se hace doblegar por vaguedades. Es una persona de porte desafiante, victorioso caballero andante en mil batallas, pero..., con un punto débil que su coraza no puede defender: sus ojos revelan una naturaleza contradictoria, una humanidad que refleja miedos y tempestades. ¡Nadie es perfecto! Sobresaltado, cambio de postura para impulsarme hacia el otro extremo de la cama. Ahora sueño que soy una espiga más en medio de un inmenso campo sin propiedad. El viento me zarandea de un lado a otro, a causa de mi flexibilidad. No soy dueño de mis movimientos, pero mi cintura no se quiebra aunque me azote con sus bufidos. Me estremezco de nuevo, y me despierto malhumorado por esas imágenes preñadas de luz que dibujamos en nuestros sueños alborotados. Me levanto y desayuno. Miro a mis padres de soslayo y ellos me observan de hito en hito, sin querer saber. Leo sus pensamientos y ellos fingen no comprender.
Ha dejado de llover. Tengo ganas de salir a la calle y de que me dé el aire; anhelo actividad. Piso a propósito los charcos sin importarme la humedad. No llevo rumbo fijo y me encanta improvisar. Tuerzo una esquina, cruzo un parque, me cobijo en la multitud cargada de bolsas por Navidad. Entro en unos grandes almacenes y paso la mirada por las vitrinas y expositores llenas de productos para regalar. Cuento con algo de dinero, porque este mes he empezado a trabajar. Los estudios se me hicieron eternos; no me interesaba el teatro de la escuela, aunque mis profesores me clasificaban entre los que contaban con posibilidades. Cuando lo dejé, defraudé a mis educadores y alegré a mis progenitores. En mi casa se necesitaba más un sueldo mensual que un título universitario con el que impresionar a las vecinas. Eso a mi entender, se llama cultura de barrio obrero.
Me acerco a la sección de música. Jugueteo con las cajas clasificadas por estilos. Me sorprendo a mí mismo cuando en un arrebato comienzo a descolocarlas. Mezclo el JAZZ con el POP, y me sale un CLÁSICO ÉTNICO, con sabor HEAVY. De repente me quedo paralizado. Un CD de AC/DC me está mirando, me dice “róbame”. Me aseguro, ladeando la cabeza de un lado a otro. Todo está abarrotado de gente y los de seguridad están atentos a mil caras y a ninguna. Me meto el CD en el bolsillo de la cazadora. Nadie me ha visto. Sé que cuando llegue a la puerta de salida, la alarma sonará y no me quedará más remedio que correr. Localizo de nuevo al tipo de seguridad más cercano y paso delante de su jeta con sonrisa burlona. Valoro sus posibilidades contra mí y noto que me atrae el reto. Me decido y paso rápido por la alarma que no deja de sonar en mis oídos a pesar de que me alejo con rapidez. No miro hacia atrás, sólo oigo un tumulto de voces que se dirigen hacia mí. El aire frío me sorprende en plena cara a la salida de los grandes almacenes y me incita a correr cada vez más rápido. La lluvia me recibe con su frescura y noto su presencia en todo mi cuerpo. Por fin, paro mi carrera. Cojo aliento, mirando con cautela directamente a las caras despreocupadas que en ese instante me rodean. Me refugio entre la multitud sin rostro mientras una amplia sonrisa se abre paso en mi semblante.

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