sábado, 12 de noviembre de 2011

MANDALAY

Mandalay (14-17 de agosto) Nos despedimos de Kentung con una visita mañanera a las pagodas de la ciudad antes de coger el vuelo que nos llevará hasta Mandalay. La amabilidad de esta gente queda reflejada en la conversación que tuvimos con una anciana en una de las pagodas. Aparte de explicarnos la vida de Buda con una paciencia infinita, no dudó en invitarnos a comer junto al resto de su comunidad. Declinamos amablemente la invitación con la excusa de que teníamos que coger un avión, ese avión que en menos de dos horas nos dejaría en Mandalay, una de las capitales antiguas de Birmania. Nos alojamos en el hotel Mandalay City, muy céntrico, muy moderno y el más cómodo hasta la fecha. Dejamos las maletas y en medio hora salimos para visitar el festival de la luna llena de los Nats. En este país además de profesar el budismo, en algunas partes son animistas y creen en los Nats, que son unos espíritus tan juguetones que les da por poseer a la gente cuando se les presenta la ocasión. Las personas bailan totalmente borrachas al sentirse poseídas y se monta una fiesta en donde la música atonal es la estridente protagonista que resuena por todos los rincones del festival. Para evitar robos y despistes del personal vamos por la feria detrás de Manu en fila india, algunas agarraditas de las manos y con el corazón en un puño, el resto empapados en sudor debido al calor asfixiante que se respira. Después de dar vueltas y más vueltas sorteando al respetable salimos sanos y salvos del festival Nats. Al día siguiente embarcamos hasta Mingún, otra de las antiguas capitales desiertas de Birmania que destaca por su pagoda de ladrillo. Las pretensiones del monarca de la época es que fuera la más alta del mundo pero un terremoto echó por tierra su proyecto. Desde su máxima altura se aprecian unas bonitas vistas del río Irawadi, de la pagoda Hsinbyume y de la campana de Mingún, la segunda más grande del mundo. Por la tarde visitamos otra pagoda, la segunda más importante de este país a nivel religioso, la llaman Mahamuni Paya, y aquí también revisten a su buda con láminas de pan de oro como forma de veneración. Al día siguiente visitamos más capitales antiguas de Birmania: Amarapura, Inwa (Ava) y Sagaing. En Amarapura está el famoso puente de teca de Ubein de más de un kilómetro de longitud y que ha resistido el paso de los años a pesar de las periódicas crecidas del río. Cruzo el puente de la mano de Teté, una niña de catorce años que habla bien el castellano y me figuro que otros idiomas, porque quiere estudiar turismo de mayor para conseguir un futuro más digno. Gracias a toda la información que me ha facilitado, Teté se ha ganado a pulso que le compre un collar, que al fin y al cabo, para eso estaba conmigo. En Ava nos montamos por parejas en carretas de bueyes porque parece que no hay otro medio mejor de locomoción para hacer las visitas obligadas. Sólo nos falta en este viaje montar a caballo. En Sagaing nos subimos hasta la colina del mismo nombre para contemplar al atardecer las vistas del Irawadi, y observamos desde su altura las cúpulas brillantes de las pagodas que resaltan en medio de toda la vegetación. Nuestro último día en Mandalay comienza con la visita a un taller de fabricación de pan de oro. Nunca había visto un trabajo tan duro, una labor tan de esclavos. A base de martillazos que les va rompiendo la espalda poco a poco, estos jóvenes dedicados a esta dura labor (no se puede trabajar muchos años en este oficio), transforman una onza de oro en láminas muy finas que luego son vendidas como lo que nosotros conocemos como pan de oro. No se golpea directamente sobre el oro, sino que se introducen intercaladas en un librillo de papel de estraza recubierto en cuero duero. Y así durante ocho horas al día, parando únicamente para comprobar que el trabajo se realiza correctamente. Además, en este trabajo se cobra a destajo un sueldo mínimo, que un día de esfuerzo equivale sólo al coste de una comida en un restaurante de turistas. Nuestro guía decide dejarnos la tarde libre porque intuye que ya estamos un poco hartos de ver pagodas. Ya veis, unos se cansan trabajando en talleres de mala muerte y nosotros nos cansamos de hacer turismo. ¡Ironías de la vida! En fin; aprovechamos la tarde yendo a la piscina del hotel en donde nos bañamos para reponernos del calor húmedo de este clima. Incluso, no nos importa en absoluto que nos caiga un chaparrón en pleno baño.

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