miércoles, 23 de noviembre de 2011

BAGÁN

BAGÁN (18-21 DE AGOSTO) Nos despedimos de Mandalay embarcándonos bien de mañana en un viaje que nos llevará después de unos 350 kilómetros y unas once horas de navegación por el río Irawadi hasta la ciudad de Bagán. Esta larga travesía supone, por tanto, pasar todo el santo día dentro de la superficie de un pequeño barco. No hay muchas comodidades, pero tampoco estamos nada mal, sobrellevando el día recostados en las tumbonas mientras sesteamos, comiendo las viandas que previamente hemos comprado para almorzar, jugando a las cartas, tomando ese sol que por fin se anima a salir y admirando el paisaje que lentamente vamos dejando atrás, con un cielo en donde el horizonte se extiende sin límites solamente difuminado por algunas nubes que presagian tormenta. Una vez en Bagán nos instalamos en el hotel Thante que cuenta con unos bungalows y sobre todo con una piscina que seguro que utilizaremos en estos días que se presagian un tanto bochornosos. Pare recorrer la zona monumental de Bagán hay dos maneras de hacerlo, o bien en carro, o bien en bicicleta de alquiler. Nosotros elegimos la bici, ya que nos permite desplazarnos con comodidad de pagoda en pagoda. Manu nos ha proporcionado un mapa con las pagodas más representativas y el orden para visitarlas. Nos movemos siguiendo las indicaciones de nuestro plano como si participáramos en una prueba de orientación, parándonos en todas las pagodas marcadas de antemano como si se tratase de balizas. El conjunto monumental no desmerece en nada a lo que esperábamos. Nos encontramos pagodas pequeñas decoradas con antiguas pinturas en sus muros de un gran valor artístico, pagodas de gran tamaño que ponen a prueba nuestras piernas al intentar subir sus empinados escalones, y pagodas edificadas en una posición privilegiada, como la llamada Taghyanpone, que nos permite realizar unas fotos de toda la zona monumental al atardecer que ya de por sí justifican un viaje a Birmania. En sólo dos días recorremos en bicicleta toda la zona arqueológica, moviéndonos por carreteras asfaltadas y caminos de tierra que ponen a prueba nuestra pericia sobre las bicicletas. El tiempo sigue revuelto, provocando que de vez en cuando tengamos que guarecernos de la lluvia debajo de un árbol o bajo el techo de un restaurante que elegimos al azar. También pasamos por el pueblo de Minnanthu, en donde una niña, cómo no, (en estos países siempre te encuentras con un niño en el camino que curra para la familia), nos ofrece que pasemos por su casa. Su hogar parece un museo etnográfico, con su telar, con su molino para moler sésamo para aceite, con su cocina tradicional en donde nos enseña la alimentación que llevan, sobre toda a base de vegetales porque la carne es más cara para ellos, y con su puestecillo en donde venden las telas que confeccionan ellos mismo. El último día en la zona de Bagán nos conduce hasta el conocido monte Popa. Y el tiempo que tampoco vuelve a acompañar, porque el día sale nublado y no nos permite ver la roca volcánica en el que está asentado el monasterio de Popa. Pues nada, bajamos del autobús, nos descalzamos y subimos las tropecientas escaleras que no llevan hasta la cima del monasterio. Si es reconocido el monte Popa es sobre todo por la cantidad de monos que alberga. No me extraña que no haya más que cagadas de monos por toda la escalera, y claro, andar descalzo no resulta ni muy agradable ni higiénico. Y ojo con los monos, que tienen muy mala leche y no se les puede sostener la mirada mucho tiempo, o como te descuides te roban la cartera como si fueran vulgares rateros. En este final de viaje siento que un sentimiento de decepción se está haciendo fuerte dentro de mí. En estas circunstancia me pregunto si merecía la pena el desvío hasta el Monte Popa para sólo intuirlo y pisar cagadas de mono, si hubiera sido mejor haber pasado el último día en otro lugar que no fuera Yangón, que ya lo tenemos visto, etc. Aunque creo que mi estado de ánimo está influído por la pequeña gastroenteritis que me persigue en este final de viaje. No lo sé; también está la tristeza motivada porque el final del viaje ya está demasiado cerca, tanto que nos sentimos nostálgicos cuando realizamos las últimas compras, los últimos regalos para cumplir con amigos y parientes.

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