miércoles, 9 de noviembre de 2011

KENTUNG (11 al 14 de agosto)

Iniciamos una etapa del viaje que nos lleva hasta la ciudad birmana de Kentung que está localizada en el famoso triángulo del oro. Esta parte del mundo destaca sobre todo por ser el territorio dominado por los señores de la droga, que campean a sus anchas entre las fronteras de Birmania, Tailandia y Laos. Nada más acercarnos en avión a esta región te das cuenta que en esta selva verde e inaccesible, sobre todo en la época de lluvias, es casi imposible hacerse con el control militar. Para acercarnos hasta ese territorio, previamente nos despedimos del lago Inle visitando la pagoda Shwe Yan Pyay, que es la actual portada de la guía birmana de Lonely Planet. Realmente es muy bonita, con su fachada de madera de teca y ventanas ovaladas que permiten observar a los monjes mientras rezan, o hacen que rezan, que más parece que posan para las fotografos que se apostan para intentar emular la reconocida imagen de la guía. Volamos desde el aeropuerto de Heho hasta Kentung en nuestro primer vuelo doméstico. Nos llama la atención la sencillez de los trámties a la hora de realizar estos viajes internos. Si hasta se puede llevar una botella de agua en la mano y los aduaneros no te la requisan. Ya en la sala de espera, casi recibimos al avión que esperamos en plena pista de aterrizaje, ese mismo avión que nos deja sordos en pleno vuelo por culpa del ruido de sus motores. Llegamos sin contratiempos a Kentung y nos instalamos en el hotel Paradise, en pleno centro de esta pequeña ciudad. Eso sí, llegamos ya de noche y con el tiempo justo para darnos una vuelta por sus calles más céntricas acompañados por Manu, nuestro guía. Nos levantamos temprano y nada más asomarnos a la ventana vemos que llueve copiosamente. Manu nos avisa que en estos días tenemos que realizar excursiones a pié por caminos embarrados para llegar a los poblados que vamos a visitar. Vamos, que el tiempo actual no acompaña, y que ya veremos lo que se puede hacer si tenemos que andar por sendas llenas de barro que más nos parecerán pistas de patinaje. Pese al mal tiempo salimos a la aventura. Personalmente tenía ganas de estirar las piernas y disfrutar de Birmania de otra manera. Nuestros pasos nos llevan hasta poblados de la etnia Ann, Athe, Palaug y Wa que parecen varados en el tiempo, y en donde las condiciones de vida son muy complicadas (chozas, suciedad, niños descalzos, hombres y mujeres con los dientes negros de masticar betel, etc). Para visitar estos poblados es necesario "pagar la entrada" mediante la distribución a modo de presente de galletas a los niños y champú para los mayores. En esta parte del país también nos toca viajar mucho en vehículos todo-terreno. Largos desplazamientos por caminos embarrados, bacheados e inundados en alguna ocasión por culpa de las abundantes precipitaciones de las que somos testigos estos días. Pero gracias a la lluvia apreciamos un espectacular paisaje, con enormes extensiones de arrozales de un verde intenso y montañas rodeadas por jirones de niebla tras el paso de las tormentas. El último día en esta parte del país nos lleva hasta un poblado de la etnia Loi. La tónica se repite: dos horas de traslado en coche hasta el inicio de la caminata, sendero embarrado con una humedad sofocante que hace penoso el andar, y por fin, llegamos hasta un poblado perdido en la montaña.Pero este poblado destaca sobre todos los demás vistos hasta ahora. Los loi viven en casas comunales en donde reside toda la familia por extensa que sea. Allí duermen, comen, juegan y trabajan, los padres, madres, hijos, tíos, primos y demás familia. Este pueblo también cuenta con un monasterio de una gran belleza, en donde comemos sentados en el suelo mientras niños monjes con sus vestidos de color azafrán juegan montados en sus bicis o fuman a la sombra de los muros. Sentimos que el color naranja se funde con el verde armonizando simbólicamente con el espíritu de este viaje por Birmania.

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