En Martutene, hay historia y personajes a los que les ocurren cosas. Hay vida, con sus tristezas y sus esperanzas. Hay nuevos amores que invitan a la aventura y relaciones gastadas por el paso del tiempo que perduran por inercia. Hay muchos diálogos entre los personajes pero también muchos silencios embarazosos que insinúan más que las palabras.
"En la playa, rodeados de hombres jóvenes, las cuestiones que a él le conmueven a ella le son indiferentes, de manera que no surge ninguna conversación".
En Martutene, los sentimientos humanos dan forma a unos personajes que no son de cartón-piedra. Hay muchas aristas en sus diferentes personalidades, una forma de ser que nos ofrece un sinfín de actitudes contradictorias, y en muchos casos, esos sentimientos nos desvelan una pesada carga de tristeza.
"Julia no sabría decir cómo se siente tras leerle. Decepción, tristeza, desasosiego. Decepción porque si bien no espera de él nada sublime, sí confía en encontrar algo distinto de lo que hace siempre: una historia, personajes a los que les ocurren cosas, vida. Tristeza porque, como siempre, está él en lo que escribe, él sufriendo. Desasosiego: el que le produce la duda de saber si se toma en serio lo que escribe, si escribe en serio".
Y en Martutene, también hay mucho resentimiento ocasionado por un exceso de cobardía a la hora de afrontar las relaciones. En el libro aparecen parejas que duermen en camas separadas o incluso en distintas casas, aunque siguen manteniendo su relación pese a la falta de amor. Las consecuencias son evidentes y el desgaste deja frases como ésta:
"Abaitua se detiene en la observación de su rictus de amargura, en las mejillas lacias que tiran hacia abajo de la comisura de su boca hasta que se da cuenta de que ella ha captado su juicio. Supone que piensa: “miras mi boca marchita, mi amargura, ésa es tu obra”.
No me extraña que tras la lectura de este libro sienta una sensación de falta de entendimiento entre los personajes a pesar de la cantidad de diálogos que aparecen en el texto. Pero no es extraño, no, porque en realidad nadie se escucha:
"ATENCIÓN FLOTANTE. Es ilustrativo ese término que usan los psicoanalista para designar la escucha que no tiene en cuenta el contenido. Desde niño se hizo experto en prestar oído a las palabras desentendiéndose del discurso. Se solía aburrir mucho en clase y recurría al dibujo para pasar el tiempo. Todavía lo hace en las reuniones en las que, como ésta, se prolongan innecesariamente, en parte porque todo el mundo tiene el prurito de intervenir aunque sea para repetir lo que otros han dicho con anterioridad y, sobre todo, porque la mayoría prefiere estar de charla que en su trabajo habitual".
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