lunes, 19 de julio de 2010

SI TÚ ME DICES VEN




¡Queridos oyentes, son las dos de la tarde; luce un sol radiante y las previsiones del tiempo nos auguran un fin de semana con altas temperaturas. Acabo de recibir la llamada de un oyente del programa solicitando un bolero muy conocido por todos los aficionados a este género de música. Sé que os gustará este tema que tiene como título “Si tú me dices ven” ¡Ah, por cierto; esta entrañable canción está dedicada con amor a Clara, de su inseparable Juan!
En una ciudad de provincias, un hombre cualquiera se asoma desde el marco de su ventana a un patio de vecinos. La vida se manifiesta en cada hueco de la casa, amplificándose en este espacio estrecho de intimidad compartida, gracias al continuo fluir de voces, músicas y tareas hogareñas:
- ¡Mamá, baja la radio un poco, que no me dejas estudiar!
- ¡Joder, que la niña tiene razón; ni que estuvieras sorda!
...Si tú me dices ven, lo dejo todo...!”
Nuestro hombre vuelve su mirada al fondo de la habitación al verse sorprendido por una llamada de teléfono. Mira el auricular, pero no hace ningún gesto por descolgarlo ya que reconoce el número pregrabado de un amigo. Al sexto tono salta un contestador con su mensaje de bienvenida. Una voz masculina se escucha tras el pitido: “¡Hola Juanito. Acaban de dar las dos de la tarde y aquí estoy, plantado, sin saber dónde cojones estás! ¿No se te habrá olvidado la cita que teníamos para jugar un partido de bádminton? Bueno..., como máximo te espero un cuarto de hora más. Agur”. De nuevo, sólo se oyen los sonidos del exterior, pero en Juan se aprecia un cierto nerviosismo. “¡Manolo, déjame ahora, que espero otra llamada! ¡Olvídate del puto partido de bádminton, que no estoy para juegos! ¡Joder, Manolo! Siempre tan dispuesto a tomarte todo a la ligera; como si las cosas fueran tan sencillas. Nunca le he conocido una preocupación que le angustiara más de dos horas. ¡Qué felicidad! ¡Además, fuiste tú quien me presentó a Clara! Todavía me acuerdo de la cara de pícaro que se te puso cuando nos quedamos mirándonos como lelos tras los besos de presentación. Intuías que había chispa, y acertaste. Fue un flechazo en toda regla. A mi modo de ver todo se desarrolló muy rápido, pero no lo lamento, porque desde el primer instante supe que ella era mi chica. Me acuerdo cuando por primera vez subí con Clara a este piso. No paraba de mirar en todas las direcciones; que si este sofá es muy coqueto; que si es un piso pequeño pero muy bien distribuido; que si la cama de tamaño familiar será por algo... ¡Todo fue rapidísimo! Por asuntos de trabajo pasamos varios días sin vernos aunque no dejamos de telefonearnos. Quedamos en el cine la segunda vez que nos citamos. Era una americanada de las que tanto le gustan a ella. No recuerdo el título de la película..., pero sí el pelo alborotado de Clara, su vestido hippy (que le sentaba de maravilla) y el tacto de su piel cuando nos cogimos de la mano, como si fuéramos dos colegiales. Otra vez, todo fue maravilloso. De vuelta a mi casa, ella ya no se fijó en ningún detalle referente a la decoración del piso. ¡Todo fue rapidísimo! Y la tercera cita..., ¡joder, si quedamos en que hoy a la mañana me llamaría! ¡Y ya son las dos y cuarto de la tarde!”.
El meditabundo Juan se había sentado en el sofá. Alterado nuevamente por los gritos que se oían desde el patio, miró de nuevo el reloj con un gesto de fastidio y se repitió así mismo en voz alta, como para darse ánimos: “¡Juan, hay que ser más fuerte con las mujeres; no des tu brazo a torcer a las primeras de cambio! ¡Joder! Ya sé que en estos momentos es difícil pensar, pero cuanta razón tiene Manolo cuando dice que el amor levanta altares que la pasión desmedida desmorona.
Acto seguido, Juan se levanta de nuevo en dirección a la ventana e intenta relajarse observando el quehacer rutinario de su vecindario. Espía a sus vecinos mientras tienden la ropa en el colgador aprovechando la bonanza del tiempo; escucha sin disimulo a una joven pareja que mantiene una conversación airada sobre un tema que a él le parece banal, y observa desperezarse en la ventana de su dormitorio a la inquilina de enfrente, vestida con un pijama rosa palo. “Creo recordar que Clara me propuso ir esta noche al teatro. De todas formas, me gustaría invitarla a cenar en casa. No soy mal cocinero y seguro que le sorprendería la idea. Todavía no hemos comido uno enfrente del otro, hablando de lo divino y de lo humano. A ver, tengo lechuga y tomates para la ensalada, y en el congelador guardo unos solomillos muy ricos; pero me falta el vino, tengo que bajar a la tienda en un momento y comprar una botella, o dos”.
El reloj sigue delatando el paso del tiempo; ya son las cuatro de la tarde y la ansiada llamada no se produce. “¡Seré tonto! ¿Y si me he equivocado y hubiéramos quedado en que era yo quién llamaba? ¡Lo más seguro es que Clara esté esperando mi aviso impacientemente, mientras yo intento hacerme el hombre interesante y dominador de la situación! ¡Joder; espero que no sea tarde para rectificar! Lo primero..., será pedirle perdón y excusarme con la visita inesperada de algún amigo pelmazo. Para el caso sirve Manolo, ¡cómo no! ¡Ya sé que es una disculpa vulgar; pero cualquier apaño es bueno para salir del paso! De todas formas, una vez que pase el tiempo, ambos nos reiremos de esta anécdota graciosa. ¡El amor es así de loco!”.
Juan marca el número de teléfono de Clara. Gracias a esta decisión se siente más aliviado y cargado de razones. Los tonos se suceden y Juan los cuenta en voz alta alargando la entonación hasta el comienzo del siguiente tono: “cuatro..., cinco..., seis...,” Cuando llega a doce, el teléfono rechaza su llamada con un pitido intermitente y desconsolador. “¡Joder, qué tonto soy! Clara ha salido de casa, seguramente harta y aburrida de esperarme”.
Apesadumbrado, se deja caer en el sofá. Al momento le embarga una sensación de frío que recorre todos sus miembros. Agacha la cabeza y sus manos temblorosas corren raudas hacia sus mejillas. Dos lágrimas descienden de sus ojos, fijados en la distancia, en algún punto inconcreto de la habitación. El recuerdo de su amor por Clara le provoca esta cascada emocional de manera irremediable.
Juan está tan ensimismado que no se ha dado cuenta de que el teléfono está sonando de forma insistente. Atolondrado, da dos pasos en dirección al aparato, que casi se le resbala de las manos:
-¡Sí,dígame!
- ¡Hola Juan, soy Manolo! ¡Joder tío, desde que eres escritor no se te ve el pelo! Recuerdo que la última vez que nos tomamos juntos una cerveza fue hace un mes, y los amigos de la cuadrilla están un poco mosqueados con tu retiro creativo. A propósito, ¿has escrito algo interesante sobre esa historia que me describiste? ¡Sí; de un sueño que te dejó marcado hace ya tiempo! ¡Joder, tío! ¿No te acuerdas? El sueño era de una tía llamada Clara, de la que te enamorabas perdidamente nada más conocerla...; y todo era muy bonito...; y como dice el cuento, fuisteis felices y comisteis perdices. ¡Oye, por cierto!, A ver si de una puta vez, dejas la fantasía a un lado y te vemos el pelo más a menudo, que de un tiempo a esta parte todo el mundo te busca novia, más si cabe, desde que eres un afamado escritor...

No hay comentarios:

Publicar un comentario