jueves, 10 de junio de 2010

LA MUERTE ES FEA



María se levanta de su cama en mitad de la noche. Abre la puerta del dormitorio y avanza descalza hasta llegar a la cocina. Con un gesto que parece medir la distancia, coge un vaso y se sirve agua del grifo. Una vez apurado, lo deja en la encimera, se encamina de nuevo hacia el dormitorio, y se mete en la cama tapándose con el embozo de la sábana.
Al día siguiente María se despierta bastante cansada. A pesar de que ha dormido hasta bien avanzada la mañana, presiente que algo anormal ha alterado su sueño. Se dirige hacia la cocina con el ánimo de desayunar y recobrar fuerzas. Nada más entrar, se da cuenta de la existencia del vaso vacío en la encimera. “Otra noche que he andado sonámbula por la casa. No me extraña que tenga el cuerpo molido”.
Esa misma tarde María se reúne en el salón de su casa con dos de sus amigas más íntimas, Teresa y Yolanda. El aparato de televisión permanece encendido, pero sin voz. En esos momentos la programación de la cadena está emitiendo el telediario, que ilumina de forma intermitente con sus destellos los rostros de las amigas en animada conversación. De vez en cuando la mirada distraída de alguna de ellas, sin aparente interés por las noticias que se emiten, vuela hacia el aparato de televisión. No obstante, la tensión de la charla entre las amigas parece que no decrece:
- María, deberías cuidar un poco más tu alimentación. Ya sabes amiga mía, que tu corazón es tan débil como el de un gorrión -le aconsejó Teresa con autoridad.
- Creo que no hará falta que te recordemos el susto que nos diste hace un par de semanas. ¡Perdiste el conocimiento cuando estabas sola! Si por lo menos hubiera estado contigo tu hermano Juanito... Pero él nunca está en donde se le necesita -puntualizó su amiga con gesto de fastidio.
- Por favor, si no puedo llevar una vida más tranquila y ordenada desde que me detectaron la dolencia en el corazón. Desde que tuve que ir al médico me han hecho multitud de pruebas y sigo con los controles periódicos. Y en cuanto a mis hábitos diarios no creo que haya ninguna queja: hago tres comidas diarias; ni bebo, ni fumo y tampoco discuto con nadie porque vivo sola. Y, por cierto Yolanda, no creo que mi hermano tenga que sacrificar su vida por estar cuidándome en mi casa. ¡Ya es bastante mayorcito como para tenerlo constantemente debajo de mis faldas!
- ¡Ese es el problema! ¡No tienes porqué vivir sola todo el santo día! Con la pensión de invalidez que cobras te llegaría para pagar a una persona. Te ayudaría en casa y te haría compañía durante unas cuantas horas.
- ¡Yolanda, por favor! ¡No me tratéis como a una niña! Os agradezco vuestro interés por mi salud, pero no necesito tener a una persona para que me vigile día y noche, que es al fin y al cabo lo que vosotras queréis. ¡Tranquilas amigas, no tengo pensado morirme todavía!
En ese instante, el telediario emitía las imágenes horrendas de una matanza perpetrada en un país Centroafricano. Las tres se quedaron mudas en un primer momento, luego Teresa subió la voz del aparato para escuchar con detenimiento la información.
- ¡Teresa, por favor, apaga la televisión que no puedo aguantarlo! -exclamó Yolanda tapándose la cara con las manos.
- ¡Es horrible lo que pasa en el mundo! -afirmó con tristeza María-. ¿Y nadie es capaz de solucionar este genocidio? ¡No lo entiendo, ni lo entenderé nunca!
- Son guerras religiosas en donde la razón juega un papel poco importante. Y si a esa circunstancia unimos los intereses económicos en juego, tenemos como resultado esta matanza de seres humanos –afirmó con rotundidad Teresa.
- ¡Teresa, qué fría eres algunas veces! –saltó de manera espontánea María- ¡Acabas de reducir todo a números e intereses económicos, como si las vidas de los seres humanos no tuvieran valor alguno!
- Sólo sé que a lo largo de la historia la gente se ha matado en multitud de guerras. Aunque a vosotras os parezca horrible ocurre a diario en el mundo. Además, pienso que no se arregla nada analizando esas tragedias, y por eso, no creo que nadie me pueda acusar de ser una mujer insensible y falta de sentimientos; vamos, que no me considero un auténtico bloque de hielo –concluyó Teresa, esta vez con un tono irónico que intentaba romper la tensión generada. Esta última ocurrencia provocó una sonrisa en sus contertulias.
Sus amigas se despidieron a una hora prudencial. Notaban que María se encontraba un tanto cansada y no querían fatigarla más. Una vez que se marcharon sus amigas, María cenó frugalmente y se fue temprano a descansar a la cama. Hecha un ovillo entre sábanas limpias, no tardó mucho tiempo en conciliar el sueño.
“¡Diga! ¿Quién es?” -María, miró atolondrada hacia el despertador. “¡Si son las tres de la madrugada! ¿Quién habrá llamado por teléfono a estas horas? ¡Joder qué mierda, estaba profundamente dormida!”. María se levantó de la cama malhumorada, se calentó un vaso de leche en la cocina y se lo bebió a pequeños sorbos para relajarse. Medio dormida como estaba, no dio más importancia al incidente nocturno.
La oscuridad envolvía el dormitorio de María. Su cuerpo, frágil y liviano, apenas se marcaba bajo el peso de la manta. La noche transcurría de forma plácida y sólo se oía el casi imperceptible tic-tac del reloj despertador.
¡Diga, diga, diga! ¿Quién te crees que eres? ¿Por qué no me contestas, cabrón? ¡Estoy harta de que me llames todas las noches a la misma hora! ¡La próxima vez llamaré a la policía, gamberro!”. Tras este susto, María se vio obligada a tomar un vaso de leche acompañado de un tranquilizante. “¡Esto no hay quién lo aguante! ¡Parece un mal sueño!”. María se encontraba abrumada por los acontecimientos. Lloraba de rabia e impotencia. Ella misma, se sorprendió hablando sola, mientras se enjugaba las lágrimas que resbalaban por su cara. “¡Ya no sé qué pensar; creo que me estoy volviendo loca! ¡Dios mío, sólo se que me he despertado gritando con el teléfono en la mano!”. María, arrastrando su tristeza, volvió a la cama e intentó conciliar el sueño.
Después de varias semanas sufriendo esta pesadilla, María no pudo aguantar más y se lo contó todo a Teresa. Su amiga escuchó atentamente el asombroso relato de los hechos, percibiendo rápidamente la necesidad de ofrecerle la seguridad de su compañía todas las noches que fuera necesario. “Si se trata sólo de un bromista, que se prepare para oír todo lo que pienso soltarle por teléfono. Ya sabes que no me tiembla la voz cuando tengo que decir lo que pienso. Ese cabrón se va a enterar si decide molestarte otra vez”.
Pasaron varias noches sin sobresaltos. Teresa vigilaba el sueño de su amiga y María se sentía protegida con su presencia. Todo parecía haber vuelto a la normalidad. Y gracias a que María estaba más calmada, fijaron de mutuo acuerdo que esa noche sería la última que Teresa durmiese en su casa. Las amigas se fueron relajadas a la cama, que habían decidido compartir desde que comenzaran las llamadas anónimas.
Teresa estaba desvelada esa última noche. Su mirada se dirigía a su amiga, que hecha un ovillo, buscaba el calor de su cuerpo. Pasaban las horas y Teresa seguía sin poder conciliar el sueño. De repente, sintió un leve estremecimiento que nacía en el otro extremo de la cama. Entonces, fue testigo de como repentinamente María se levantaba de la cama para salir del dormitorio. Teresa se levantó también y decidió seguirla a corta distancia. Contempló todos los pasos que su amiga dio de un lado para otro de la casa, manteniéndose al margen, hasta que por fin María retornó a la cama como si no hubiera sucedido nada. Teresa, aunque ya sabía que su amiga era sonámbula, nunca había sido testigo directo de los acontecimientos. Por eso, a pesar de su sorpresa, ella sólo se había preocupado de que no sufriese ningún accidente en todo su recorrido.
Al domingo siguiente, volvieron a reunirse las amigas en casa de María. La conversación giró, cómo no, sobre los últimos sucesos:
- ¡María, vaya situación que has tenido que sufrir! –exclamó indignada Yolanda-. Si hubiera sido yo, habría llamado a la policía al momento. ¡Nunca se sabe con esos gamberros! A lo mejor, es un violador en serie que estaba esperando la ocasión para atacarte...
- ¡Yolanda, por favor, no le metas miedo a María! –cortó tajante Teresa-. No ha pasado nada y creo que estamos haciendo un desierto de un grano de arena. ¡No exageremos! Lo único cierto es que ya se ha aburrido de molestar a María con sus llamaditas.
- Tiene razón Teresa -corroboró María-. Creo que hay que tomárselo como una broma pesada de algún gracioso. Eso es todo. Además, a mí me daría mucha vergüenza tener que avisar a la policía sólo por una gamberrada.
- No pretendo dramatizar más el asunto -prosiguió Teresa-, pero tengo una duda que comentaros. El último día que pasé en tu casa anduviste sonámbula en mitad de la noche, y por supuesto, no eras consciente de lo que hacías. En un momento determinado, giraste sobre tus pasos para ir en dirección al teléfono que tienes en el dormitorio. Y cuando llegaste hasta la mesita hiciste un gesto como de coger el auricular, pero te despistaste sin motivo aparente, y con un andar mecánico fuiste hacia la cocina para servirte un vaso de agua. Y mi pregunta es: ¿como consecuencia de tus paseos sonámbulos por toda la casa, no acabarás alguna vez descolgando el auricular porque crees que alguien te llama por teléfono? -Hubo un silencio embarazoso que volvió a romper Teresa-. Y no creo que sea tan descabellado lo que digo –se defendió Teresa ante la cara de incredulidad de Yolanda, a quién todo este asunto le parecía una exageración-. Ella ha sido testigo de que nadie nos ha molestado en toda esta semana. Además, no quiero echar más leña al fuego, pero en varias de esas noches, María ha dormido muy alborotada, incluso hablaba en voz alta sobre extrañas persecuciones...
- Pero Teresa, ¿cómo puedes insinuar que María se lo ha inventado todo? –Intercedió Yolanda-. ¡Qué poco tacto tienes!
- ¡Por favor, no discutáis! Os doy las gracias a las dos por vuestro cariño, pero... –María cogió aire como el que se agarra a un último asidero para no hundirse-. ¡No sé lo que me está sucediendo últimamente! Al principio, era de la opinión de Yolanda y creía que algún gracioso me estaba jugando una mala pasada, pero de un tiempo a esta parte comienzo a dudar de lo que hago o no hago de verdad. Sí; la versión de Teresa no es tan descabellada como parece. Desde hace poco tiempo esa misma pregunta ronda constantemente por mi cabeza. Por eso, queridas amigas, prefiero no darle más vueltas a este asunto.
Teresa y Yolanda se despidieron de María casi de madrugada. Ella estaba muy preocupada por el tema de las llamadas telefónicas. En el fondo, se sentía molesta por haber implicado tanto a sus amigas con este asunto. No obstante, a eso de las dos de la madrugada consiguió dormirse.
“¡Sí; dígame!¡Dígame! ¿Quién es? ¿Quién es? ¡No; no es posible, otra vez lo mismo! –María estaba desesperada, lloraba histérica presa del nerviosismo-. ¿Será que me lo estoy inventando todo? ¡Dios mío! ¿Por qué me pasará esto a mí; por qué soy una sonámbula? ¡Creo que me estoy volviendo loca!”. María seguía llorando desconsoladamente. Arrodillada junto a la mesilla de noche componía una figura lastimosa, al borde de la desesperación.
A la mañana siguiente María estaba deshecha porque había dormido muy poco esa noche. Las ojeras eran evidentes en su rostro, que como espejo del alma, reflejaba la tensión vivida últimamente. Y sentía que su salud se encontraba bastante más resentida de lo habitual. “Menos mal que mis amigas no me pueden ver ahora. Ellas se preocupan tanto por mi salud que hasta resultan un tanto pesadas cuando me sermonean con sus recomendaciones. ¡Ay, Dios mío! -suspiró María-. Noto el corazón muy alterado, como si quisiera salirse por la boca”. -María intentaba sacar fuerzas bromeando consigo misma.
Un día más, María se encontraba desvelada. Su cabeza daba vueltas y más vueltas a todas las cosas que le habían sucedido de un tiempo a esta parte. Intentaba racionalizar el problema, buscarle una explicación convincente que derrumbase todos esos castillos en el aire que su mente se había forjado últimamente. Estaba claro que ella no quería empezar a dudar sobre aquello que constituía su principal virtud: su fuerza de voluntad; escudo protector contra el que se chocaban todos los problemas.
Pasaban las horas sin novedad, hasta que de pronto sonó el teléfono. Esta vez no había duda, era consciente de estar despierta. Esta evidencia le hizo sentir más miedo todavía. María no se movió de la cama, permaneció paralizada y sin fuerzas. Dejó que el teléfono siguiera sonando hasta que se cortó la llamada. Pero otra vez volvió a sonar el timbre, estremeciendo toda la casa con su sonido estridente. María no sabía qué hacer. De repente, creyó oír un ruido en el pasillo. Sí; alguien andaba sigilosamente por su casa. María se levantó nerviosa de la cama. Dudando, fue hacia la puerta del dormitorio. No podía calmar su respiración incontrolada. Al abrirla, de golpe se encontró con una figura que se abalanzaba sobre ella amenazándola con un cuchillo de grandes dimensiones. Sólo tuvo tiempo de emitir un grito entrecortado antes de que su débil corazón dejara de latir para siempre.
El susto fue mortal. El cuerpo sin vida de María se desmoronó en el suelo de la habitación, hecho un pelele. Sus ojos abiertos aún parecían contar con vida y se dirigían estupefactos a una figura de mujer, con un cuchillo y un teléfono móvil en sus manos. La mujer, era su amiga Teresa, que miraba con inusitada curiosidad a su víctima. Sus fríos ojos observaban la expresión muerta de la cara de María como si quisieran analizar cada detalle de su rostro; como si quisieran atrapar ese momento en el que la energía vital se pierde para convertirse en simple materia yacente. El paso de la vida a la muerte parecía atraer su interés por encima de todas las cosas. Los labios de Teresa se movieron casi imperceptiblemente, como si buscaran las palabras justas para definir lo que estaba observando con tanto interés, hasta que de su boca surgió una extraña frase que hirió el silencio de la estancia: “María, la muerte es fea”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario