jueves, 22 de abril de 2010

VIAJE POR EL RÍO NÍGER (7)


Hoy nos espera un día menos fatigoso ya que la idea es viajar todo el santo día en pinaza, parando solamente en aquellos sitios que nos resulten interesantes. Dicho y hecho. Tras salvar algunos rápidos del río gracias a la pericia de nuestros “capitanes” de pinaza, hacemos un alto en el camino para visitar un poblado nómada de la etnia de los Fulani. Estos nómadas viven en chozas confeccionadas con pieles curtidas y duermen encima de una especie de plataforma a cierta altura que les preserva de las alimañas. Los Fulani van con su ganado huyendo de la sequía y se trasladan incluso a otro país si hace falta, porque para ellos no hay fronteras y sus costumbres se remontan a tiempos ancestrales. Por ello, conviven con los dueños de los terrenos, en este caso agricultores de la etnia de los Bela, que les permiten introducir su ganado para que puedan fertilizar las tierras con sus excrementos. Una colaboración que les reporta beneficios a ambos. Curioseando en una de las chozas nos encontramos con una adolescente madre con su hijo nacido hace tres días. Nos mostraban con orgullo a la criatura, que para nuestros ojos del primer mundo resultaba ser extremadamente frágil. Nos despedimos de ellos, y tras un trayecto corto en pinaza paramos nuevamente en otro poblado, esta vez habitado por la etnia Hausa. Resulta ser un orgulloso pueblo de pescadores originarios de Nigeria, que se desplazan en sus grandes pinazas hasta Níger para pescar durante seis meses. Pasado ese tiempo, retornan a su pueblo de origen para seguir ejerciendo su actividad pesquera. Otro caso de pueblo sin fronteras que se mueve por diferentes países buscándose la vida por esta región de Africa. Tras parar a comer en un recodo del río, esta vez con la música reggae de fondo que proporcionaba un cassette de un grupo de chavales que ejercían de “domingueros”, viajamos hasta Dosoul, un pueblo cercano a Ayorou. En este bello pueblo de casas pintadas pudimos asistir a la recepción que nos ofreció su alcalde. Nuestro guía quería respetar el protocolo y no entrar en el pueblo como unos turistas más, eso provocó que pareciéramos embajadores cargados de buenas intenciones. Respondiéndonos a nuestras preguntas, el alcalde nos enseñó la “historia” de su pueblo perfectamente caligrafiada en un cuaderno de hojas a rayas. Tras la recepción, intentamos dar una vuelta por el pueblo, cuestión casi imposible, porque nos vimos inmediatamente rodeados de todos los niños del pueblo en busca de “cadeaux”. Como si fuéramos los últimos supervivientes de una gran batalla, buscamos la orilla del río en donde habíamos quedado con nuestras pinazas. Éstas, nos llevaron a la otra orilla, cerca de un antiguo cementerio en el que estaba situado nuestro último campamento del viaje.

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