viernes, 9 de noviembre de 2012

SPITZKOPPE



No sé si es un sueño, pero en Namibia hay veces que piensas que no viajas por África. Por ejemplo, estás en el centro de la ciudad de Swakopmund, en la intersección de varias calles mientras esperas que se ponga el semáforo en rojo y el paisaje que divisas no puede ser más semejante a la de cualquier ciudad europea. Los edificios son de influencia alemana, los coches que circulan son modernos, las calles están limpias y no se ven muchos negros andando por las aceras. Pero sí, estamos en África, descansando en Swakopmund en un hotel que es también una residencia de ancianos (blancos, por supuesto), después de pasar varios días durmiendo en tienda de campaña. En Swakopmund se puede beber cerveza, visitar algún museo, darse un paseo a orillas del mar y cenar un buen pescado fresco. Pasar dos días en esta ciudad resultaría aburridísmo, no me extraña que los de Kananga se lo planteen como una jornada de transición. Dejemos Swakopmund y hablemos de Spitzkoppe. De dormir cómodamente en nuestra amplísima habitación del hotel, a pasar la noche en un campamento libre, en medio de un paisaje en donde la roca granítica sobresale en múltiples formas ofreciéndonos un paisaje de ensueño. Cerca de nuestras tiendas se encuentra una cueva lo suficientemente grande para que nos sirva de comedor para la cena. Laura, nuestra guía, se ha guardado este secreto y sólo a la hora de la cena nos desvela la sorpresa iluminando el camino hasta el fondo de la cueva mediante velas encendidas. Gracias a esta experiencia vivimos uno de esos momentos que recordaremos durante mucho tiempo. Mis recuerdos después de tanto tiempo van dando saltos en el tiempo, no es extraño por tanto que narre anécdotas que han sucedido después de otras, pero espero que no altere mucho los acontecimientos si me permito esta licencia. Ese mismo día, aprovechando los últimos rayos de sol, nos hemos dado un paseo por el paraíso de los bosquimanos en Spitzkope. Conducidos por un guía del parque hemos escalado una pequeña y empinada montaña agarrándonos a una pasarela montada para la ocasión. Una vez que ascendemos el guía nos muestra unas figuras pintadas en la roca de cazadores y animales salvajes que se encuentran en un estado de conservación bastante precario. La visita termina en un escenario natural con una acústica especial semejante a un teatro. Justo enfrente nuestro, el sol se va poniendo poco a poco, alargando nuestras sombras por este paisaje primigenio de roca granítica. Y qué decir de la cena en la cueva iluminada a la luz de las velas. Parecía un escenario sacado de una película de trogloditas. Sólo nos faltó que después de nuestras ya habituales "cacerías nocturas" o "bicho hunting" nos pusiéramos a pintar las paredes de la cueva con los animales avistados en la jornada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario