martes, 18 de noviembre de 2014

IMPRESIONES DE MADAGASCAR (5 Y ÚLTIMA)

Las capitales africanas no suelen ser lugares muy atractivos para el turista, ni los más seguros para su propia integridad y pertenencias. En Tana, como se conoce popularmente a la capital de Madagascar, la seguridad brilla por su ausencia, sobre todo cuando se sale de noche o se deambula por concurridos lugares como el mercado principal de esta localidad. Por esa razón, nuestra guía nos advierte de antemano que la mejor manera de visitar el céntrico mercado de Tana es con los bolsillos vacíos. Bueno, con los bolsillos vacíos y sin cámaras de fotos, ni móviles, ni por supuesto, joyas ostentosas que llamen poderosamente la atención del mangante de turno. Por no llevar, no llevamos ni reloj, y cuando Viky nos plantea quedar a una hora en un punto en concreto, todos reímos la ocurrencia porque vamos casi desnudos para no exponernos a ningún robo. Todas estas recomendaciones de nuestra guía cayeron en saco roto para uno de nuestro grupo, por lo que no dudó en llevar su móvil de última generación además de bastante dinero. Por arte de magia desapareció de sus bolsillos en menos que canta un gallo, y se le quedó una cara de tonto que le duró el resto del viaje. Me figuro que el móvil se materializó en pocas horas en los diferentes coches aparcados al lado del mercado, y que por un módico precio, liberaban en un pis-pas con sus viejos ordenadores los teléfonos robados.


Durante todo el viaje por Madagascar nos acompañan las diarreas. Un día lo sufres en tu propia carne, otro día le toca a tu compañera de habitación que huye despavorida en dirección al cuarto de baño en mitad de la noche, y al día siguiente se extiende como una plaga a una parte importante del grupo. Y eso que nuestra guía tiene la precaución de preguntar a los cocineros de los hoteles si tratan adecuadamente el agua con el que lavan las verduras, y todos le dicen que sí, pero nosotros nos retorcemos a causa de las continuas diarreas que revuelven nuestras delicadas tripas. ¿Será el agua, serán las verduras, será la vajilla que por supuesto no se trata cuando la friegan, será la comida que no llegamos a asimilar convenientemente, o serán los cambios de tiempo entre las frías zonas altas y las cálidas regiones costeras? El caso es que me han extrañado tantos casos de diarrea en un país en el que hemos comido la mayoría de los días en decentes restaurantes, y las comidas nunca han sido ni tan especiadas ni tan exóticas como para que me vea obligado a hacer este comentario escatológico que seguro ha provocado la carcajada de muchos.


Del Indri al ïndico. Ya he hablado anteriormente del Indri, el lemur más tierno a este lado del hemisferio sur. Tan suave como un oso de peluche, un juguete vivo en nuestras manos que hasta se deja acariciar en semi-libertad cuando lo engatusas como a un niño a base de trocitos de plátano. Todo lo contrario del océano Indico. Estamos en la zona del canal de Pangalanes, al noreste de la isla. Esta parte del país destaca por la construcción de una extensa obra de ingeniería de unos 700 kilómetros que sirvió para contener la bravura del océano Indico. Os puedo asegurar que este mar es tan salvaje que horada las playas con tal fuerza que se te quitan las ganas hasta de mojarte los pies. Lo pudimos comprobar los más valientes cuando nos remangamos el pantalón a la altura de la rodilla para jugar con las olas que iban llegando a la orilla a ritmo constante. Dejamos que el agua nos cubriera sólo hasta la altura del tobillo ya que sentíamos como la resaca nos arrastraba hacia el interior como si fuera un imán. Esta fuerza del mar era aprovechada por los niños del pueblo pesquero que visitamos jugando en la playa a su manera. Estos niños no se entretenían construyendo castillos de arena, no. A los críos les gustaba más asumir riesgos subiéndose a lo alto de un talud por medio de unas escalones improvisados que se fabricaban en la arena justo antes de que llegase la ola y se los pudiera tragar. 


Viky es el nombre de nuestra guía en Madagascar. Es una mujer que nunca pasará desapercibida allá adonde vaya. Nos cuenta que ya desde muy joven decidió independizarse de sus padres asumiendo a una edad temprana responsabilidades y obligaciones. Es una mujer que a su edad ya ha vivido muchas experiencias y que también destaca por ser una persona sin complejos. Viky viste de manera informal y también habla con desparpajo, sin miedo a meter la pata en mitad de la conversación. Viky se hizo popular entre nosotros por sus "palabros", aunque teniendo en cuanta que ella es catalana y vive habitualmente en un pueblo perdido en el pirineo leridano, hay que destacar su esfuerzo por hablar el castellano correctamente. No obstante, Viky se hizo famosa por sus frases de ambigua interpretación, como las que a continuación destaco: "que no se pierda nadie que es un lío", "si alguien se pierde yo llevo un silbato", o cuando se inventaba palabras con su habitual naturalidad y que el resto sabíamos interpretar según el contexto de cada momento. Viky, mujer práctica de los pies a la cabeza, lo tenía perfectamente asumido y no dudaba en comentar que lo importante al final es entenderse.


En muchos países del tercer mundo es común encontrarse con una bandada de niños que revolotean alrededor del turista en busca de caramelos o dinero. Los niños son utilizados por sus propios padres como reclamo para enternecer el alma del turista. Es comprensible esta circunstancia cuando aprieta tanto la necesidad, sobre todo si pensamos que una mísera moneda en nuestros bolsillos supone para ellos la posibilidad de comer ese día. 
En Madagascar sí que hay niños que piden en las calles, sobre todo porque hay más miseria en las ciudades, pero en los pequeños pueblos te encuentras a niños que sólo pretenden jugar con el visitante. Nos pasó en un pequeño pueblo pesquero a orillas del mar Índico en donde unos niños jugueteaban en la playa buscando nuestra complicidad. Corríamos detrás de ellos simulando una persecución y ellos rompían a reír con grandes carcajadas. Así hasta que nos dimos cuenta de que era la hora de regresar a la barca con el resto de compañeros, y como nos vieron despistados dudando en un cruce de senderos, no dudaron en ejercer de guías indicándonos el camino de regreso. 
Y una experiencia similiar la vivimos en otro pueblo del canal de Pangalanes, en donde un niño se nos acercó curioso y con ganas de entablar conversación mientras paseábamos a orillas del canal. En esas que observamos como un señor del poblado se desviste y cruza el agua hasta la otra orilla en calzoncillos. A nosotros nos pilla de sorpresa, porque pensábamos que había más profundidad, pero sólo le cubre hasta la cintura. Está claro que debe ser el paso habitual de una a otra orilla para la gente del cercano poblado. Ya que hace calor, decido darme un chapuzón muy cerca del paso. El niño, nada más que me ve meter los pies en el agua piensa que también quiero pasar a la otra orilla, y me hace gestos con la mano para indicarme el camino correcto. Ante su insistencia, y como nuestra comunicación sólo funciona mediante gestos, intento explicarle mis verdaderas intenciones que el crío comprende rápidamente, no obstante, agradezco su atención con una de las pocas palabras que se decir en malgache: misaotra, un gracias en su idioma.


No niego que cuando viajo por el mundo me considero un turista. El término viajero enfrentado al de turista es una discusión estéril que no lleva a ningún camino. Hay mucho viajero disfrazado con la vestimenta del coronel tapioca que no es más que un coleccionista de visados. Un caso aparte son estos viajeros armados con sus exclusivas cámaras fotográficas a los que no les tiembla el pulso cuando se trata de captar las moscas comiéndose la carita de los niños famélicos africanos. A esta clase de gente se le huele a la legua y su presencia se hace evidente nada más que desembarcan con su ardor guerrero por hacerse un hueco frente a todos los demás turistas. Buscan una foto exclusiva con la que impresionar a sus amistades nada más que regresen a su afortunado primer mundo. Frente a esta forma de viajar o de hacer turismo, está lo que a continuación os describo y que es la última impresión de mi viaje por Madagascar: "pasear" un pueblo. Cada guía tiene una forma de trabajar, un estilo muy personal de viajar con un grupo de turistas. Viky es de esas guías a las que les gusta hacer una parada con el autobús a la entrada de un pueblo para que estiremos las piernas mientras el conductor nos espera con el vehículo a la salida del poblado. De esta sencilla manera visitamos el pueblo, normalmente menos turístico que otros de obligado visita; pequeñas poblaciones en donde el turista pasa habitualmente de largo y en donde su estancia causa verdadera sorpresa entre sus habitantes. Uno tiene la impresión de caminar y no estorbar. Ya sé que sólo es una ilusión fruto de mi inquieta imaginación, que busca, compara y no encuentra mejor forma de integrarse con la población.

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