miércoles, 23 de octubre de 2013

EL PLANTADOR DE TABACO DE JOHN BARTH



El plantador de tabaco es un libro río. John Barth ha escrito un libro en donde la corriente de palabras fluye mansamente por un cauce que se ramifica en múltiples historias entrelazadas en el tiempo, y que por medio del peculiar estilo del autor, forma con sus digresiones un sinfín de meandros sobre el terreno literario. Vamos, que para unos esta novela es un coñazo de más de 1200 páginas que no acaba nunca, y para otros es una obra maestra que no ha contado con la repercusión mediática que se merecía. Voy a ir de conciliador en esta reseña. Y si he de mediar, tendré que contar las verdades de cada alternativa.
Del plantador de tabaco hay que decir que es un libro que pesa. Y pesa en todos los sentidos. Un "tocho" que desanima a todo aquel que no sea entusiasta de las causas perdidas. No quiero decir con esto que sea una obra de baja literatura, todo lo contrario, pero sí que es un libro para iniciados, sólo apto para bregadores de las letras o lectores voraces. A la inmensa mayoría le asustará este libro nada más que se tope con las numerosas páginas que a base de digresiones relatan la historia de la colonia de Maryland.
Por otra parte, que una editorial de la calidad de sexto piso haya decidido volver a editar este libro, hace pensar que esta obra no merece permanecer olvidada en "el limbo de los justos". Una apuesta arriesgada como esta no la toman las grandes editoriales, para eso están las pequeñas como la que nos atañe, que van buscando esos tesoros escondidos que por una razón u otra las "grandes" no se preocupan de editar. Cada una busca su cuota de mercado, es lógico.
La erudición del autor es incuestionable. Aquel que es capaz de pergeñar una historia tan extensa y tan bien armada, y condersarla en frases como esta que entresaco del texto, merece posicionarse en primera línea de la categoría de escritores:

"La historia la escriben los apretones de manos que se dan en secreto, más que las batallas, las leyes y las proclamas".

Es difícil que una frase sea capaz de resumir todo lo que quiere expresar un libro, sobre todo cuando la subjetividad influye de tal manera en cada lector, pero me voy a atrever a destacar la siguiente que tiene que ver mucho con la ingenuidad, tema muy presente en este libro:

"-Temo el licor como temo a las fiebres, a las drogas y a los sueños, que modifican la perspectiva humana. El hombre debe ver el mundo como es, para bien o para mal.-Es ése un don que aún no te ha sido concedido, amigo mío. ¿Por qué esperar alcanzarlo esta noche?"

Es esta la ingenuidad que el protagonista del libro enarbola como bandera y que acabará perdiendo de la manera más pura por medio de un sacrificio que recuerda en cierta manera a un martirio de consecuencias evidentes. A medida que iba leyendo este libro, la ingenuidad de Ebenezer Cooke, protagonista de este libro, la iba asociando continuamente con la de otro gran ingenuo de la literatura: el caballero Don Quijote de la Mancha. Y aunque Ebenezer no ejerce de caballero andante "desfaciendo entuertos" como Don Quijote, su figura alta y desgarbada, junto con su capacidad de meterse en líos inesperados provocaba en mí esa ingenua asociación.

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