domingo, 8 de septiembre de 2013

EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO DE SALINGER




Ya he vivido esta situación anteriormente. Sé que es difícil enfrentarse a la reseña de una obra que todo el mundo considera una obra maestra. ¿Qué más puedo decir de ella que otras personas eruditas no hayan dicho ya? ¿Qué más puedo aportar a los ríos de tinta que ya circulan por todas partes? Creo que nada. Si, porque estamos hablando de un clásico de la literatura y de un autor que se ha convertido en todo un mito literario. La crítica considera a esta obra como una de las mejores de la literatura americana de todos los tiempos, y la fama del autor trascendió aún más gracias al misterio que provocó su decisión de desaparecer para siempre de la actividad pública. No hubo más obras escritas por el autor y tampoco entrevistas que explicaran su aislamiento voluntario. Y así hasta su muerte muchos años después a una edad avanzada. Mientras leía este libro, me entero por la prensa escrita que en breve está previsto que salga a la luz una biografía sobre Salinger, y según se rumorea, el autor debió dejar varias obras escritas con instrucciones innegociables del propio escritor para que fueran publicadas en el 2015. Está claro que en estos días la figura de Salinger va a cobrar mucho protagonismo en los medios de comunicación.

No obstante, y sin pretender resultar arrogante, no me niego a dar mi visión personal de esta obra. ¿De qué trata este libro? El guardián entre el centeno es un libro que relata en primera persona el paso de la adolescencia a la madurez de Holden, el protagonista del libro. ¿Y que me ha llamado primeramente la atención? La mirada sarcástica que Salinger ha impuesto en este libro y sobre todo la fina ironía que desborda continuamente el protagonista:

"Pensé que las dos feas, Marty y Laveme, eran hermanas, pero cuando se lo pregunté se ofendieron muchísimo. Se veía que ninguna quería parecerse a la otra, lo cual era comprensible pero no dejaba de tener cierta gracia. 
Bailé con las tres, una detrás de otra. La más fea, Laveme, no lo hacía mal del todo, pero lo que es la otra, era criminal. Bailar con la tal Marty era como arrastrar la estatua de la Libertad por toda la pista".

¿Y qué otra peculiaridad he encontrado en Holden, el protagonista de este libro? La rebeldía y el típico apasionamiento juvenil que no duda nunca en posicionarse caiga quien caiga:

"Les aseguro que si fuera pianista o actor de cine o algo así, me reventaría que esos imbéciles me consideraran maravilloso. Hasta me molestaría que me aplaudiesen. La gente siempre aplaude cuando no debe. Si yo fuera pianista, creo que tocaría dentro de un armario. Pero, como iba diciendo, cuando acabó de tocar y todos se pusieron a aplaudirle como locos, Ernie se volvió y, sin levantarse del taburete, hizo una reverencia falsísima, como muy humilde. Como si además de tocar el piano como nadie fuera un tío sensacional. Tratándose como se trataba de un snob de primera categoría, la cosa resultaba bastante hipócrita. Pero, en cierto modo, hasta me dio lástima porque creo que él ya no sabe siguiera cuándo toca bien y cuándo no. Y me parece que no es culpa suya del todo. En parte, es culpa de esos cretinos que le aplauden como energúmenos. Esa gente es capaz de confundir a cualquiera".

¿Y cómo acaba este libro? Con una buena dosis de amargura. Holden, en un abrir y cerrar de ojos, se nos transforma en una persona madura y es descrito en las páginas finales del libro en actitud complaciente y con una forma de ser apática que choca frontalmente con esa ironía y rebeldía a la que anteriormente hacía mención: 

"Me senté y ella subió al tiovivo. Dio la vuelta a toda la plataforma y al final se montó en un caballo marrón muy grande. Luego el tiovivo se puso en marcha y la vi girar y girar. Todos los críos trataban de estirar los brazos para tocar la anilla dorada del premio y Phoebe también. Me dio miedo que se cayera del caballo, pero no le dije nada. A los niños hay que tratarles así. Cuando se empeñan en hacer una cosa, es mejor dejarles. Si se caen que se caigan, pero no es bueno decirles nada.
Cuando el tiovivo paró se bajó del caballo y vino a decirme:
- Esta vez te toca a ti.
- No. Prefiero verte montar -le dije. Le di más dinero-. Toma, saca unos cuantos tickets".

¿Será esa la razón por por la que Salinger decidió "desaparecer públicamente de este mundo"? ¿Consideraría que esa era la única manera de perpetuar su rebeldía al amparo de las estrictas normas que toda sociedad no duda en imponer para su propio beneficio? 

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