viernes, 18 de mayo de 2012

Caligrafía de los sueños





Pocas veces me ha decepcionado la literatura de Juan Marsé. Me cae bien hasta como persona, porque se le ve que es un hombre sencillo que vive al margen de los medios, que disfruta con su profesión de escritor y que no va de garante de la cultura. Me gustan los escritores que siguen el lema de "vive y deja vivir". Se nota que Marsé tuvo que sufrir cuarenta años de dictadura con Franco, no como otros, que enseguida se erigen en portadores de la verdad, incuestionable según su punto de vista. En Caligrafía de los sueños, Marsé nos relata su infancia vivida en Barcelona. Un despertar a la madurez que discurre entre "aventis" en compañía de su pandilla de amigos y sus primeras experiencias laborales como aprendiz de joyero que van a marcar el futuro de su vida por culpa de un accidente que le provoca la amputación de uno de sus dedos. Este niño queda marcado física y sicológicamente por culpa de esta amputación que pone fin a sus estudios musicales de piano. Entresaco estas anotaciones del libro que describen esta frustración: "¿Adónde van a parar los dedos muertos de los pianistas?, anota con letra diminuta en su cuaderno secreto de tapas negras." "¿Adónde van a para los dedos muertos de los pianistas?, se pregunta con amargura. Y acto seguido, en voz alta: - ¿Cómo es que me duele el dedo que no tengo, madre?"." Mi nombre es Domingo, muñeca, pero de pequeño me quitaron el do, la primera nota de la escala musical, y se quedó en Mingo, que no me gusta nada. Nombre mutilado como mi dedo. Me quitaron la nota musical, pero yo cambié una letra, una sola, y desde entonces hay que buscarme por las praderas de Arizona, lejos de este cochino barrio..."



Pero como no hay mal que por bien no venga, Marsé encaminó su vida hacia los terrenos de la literatura para gozo y disfrute de todos sus seguidores. Primero, compaginando la escritura con trabajos alimenticios, y luego, ya a partir de publicar "Últimas tardes con Teresa", más en serio porque él mismo empieza a reconocerse como escritor. Y gracias a esas casualidades que proporciona la vida (cómo me gusta ese mundo de las casualidades, en donde nada está escrito y un simple detalle o una pequeña elección hace que cambie por completo la vida de una persona), Marsé ha escrito páginas que respiran vida como este trozo que también entresaco de "Caligrafía de los sueños":
 "Diez años. Demasiados para mí. -Daba vueltas al caramelo dentro de la boca, ruidosamente y sin remilgos, junto con la saliva y algunas palabras que le amargaban. Sí, ahora ya es un viejo de verdad, por dentro y por fuera, pensó Ringo". O como ésta: "A él apenas le ha prestado atención, pegado como está al zócalo igual que una sombra, una más entre esa penumbra de la taberna, tan cotidiana y familiar que es casi un estado de ánimo".




He leído en varias entrevistas que le han hecho a Juan Marsé que no guarda buen recuerdo de las adaptaciones al cine que han realizado de sus libros. Me acuerdo de la adaptación que Víctor Erice tenía pensado realizar del libro "El embrujo de Shanghai" y que por culpa de las desavenencias que tuvo con el productor de la película se quedó el proyecto sólo en un guión que Erice publicó con el título de "La promesa de Shanghai". Conociendo la calidad de todos los proyectos de Erice, estoy seguro que esta película hubiera cumplido las expectativas de Marsé. Una pena, porque la trayectoria literaria de Marsé se merecía una adaptación como la que se entreveía en el guión de Erice. Para finalizar esta reseña literaria entresaco como ejemplo otro pasaje del libro "Caligrafía de los sueños" que tiene unas características tan visuales, que según iba leyendo el texto me lo estaba imaginando en la gran pantalla de un cine:
 "Hace un rato ha eructado sonoramente y se ha excusado diciendo que lleva una semana con un terrible dolor de muelas. Ha bromeado con su barrigón feliz y se ha servido una compita de licor de menta, paladeándolo y sonriendo al chico con sus ojitos de rata ocultos detrás de los altos pómulos sanguíneos. Cuando ve entrar a su hermana con la compra, deja el diario abierto sobre el mostrador y carga con el capacho hasta la cocina. Quejándose de los pies, ella pasa junto a Ringo sin mirarle y mientras se quita el abrigo anuncia que sube al cuarto a cambiarse de zapatos.

- Pon el pescado en la nevera y veta al dentista, yo me ocuparé de lo demás -añade alzando al voz para que su hermano la oiga-.
Mientras ella está arriba aparece el señor Agustín con gabardina y boina. ¡Me voy, Paqui!, grita desde la puerta de la calle y le hace a Ringo la seña habitual: vigila si entra alguien".



No hay comentarios:

Publicar un comentario