martes, 16 de noviembre de 2010

MADRID


Viajamos a Madrid montados en el autobús de ALSA. Llueve y la transitada carretera está hecha un asco a causa de los estrechamientos de carril que nos vamos encontrando según avanzamos por la AP-1. De vez en cuando, un accidente colapsa aún más la circulación y nos vemos obligados a detener nuestra marcha. Para matar el tiempo, E y yo, compartimos los auriculares del móvil y seleccionamos canciones para crear una lista de reproducción. Hasta Bruce Springsteen puede llegar a ser monótono y repetitivo cuando estás en medio de un atasco. Retomo el libro de Paul Bowles, “El cielo protector”, pero mi pensamiento no viaja a ningún desierto, ni sus páginas me hacen imaginar el laberinto de calles estrechas de los pueblos africanos. Con una hora de retraso llegamos a Madrid. Cargamos con nuestras mochilas y nos dirigimos rápidamente al metro. “¡Línea 6; por aquí!”, le digo a E un tanto nervioso porque ya llegamos muy tarde y hemos quedado a cenar con nuestros anfitriones. Pues no, que nos hemos equivocado de sentido, no de línea, y nos espera un periplo circular por Madrid.

A la mañana siguiente quedamos con el resto de nuestros amigos madrileños para comer una injera en un restaurante etíope. Creo que por el barrio de Malasaña, pero mi conocimiento de Madrid es limitado. La injera se come con las manos, y a mí ese acto tan primitivo me trae recuerdos de la infancia, de cuando vivíamos sin prejuicios y las normas de urbanidad no estaban por encima de las personas.

Y otro día más en Madrid. Esta vez desayunamos porras y churros con O. Al mediodía quedamos con el resto para comernos un castizo cocido madrileño. Como se retrasa la hora de la comida (parece que en Madrid es imposible comer antes de las tres y media), picoteamos unas fabes, unas aceitunas machacadas y unos callitos a la madrileña, todo ello regado con cerveza y vermut de garrafón. Ya con el cocidito calentito en nuestro estómago (son las seis y media de la tarde), que tardaremos en digerir el resto del día y de la noche, nos vamos a beber hasta que el cuerpo aguante. A la salida del último garito nos despedimos de P y J, los últimos supervivientes de la noche, y les dejamos solos ante el peligro aunque se les ve muy curtidos en bares de ambiente. Nosotros nos volvemos con O a su casa. El taxi circula veloz por las calles y avenidas del centro. Hay decenas de taxis, se diría que cientos de ellos transitando a estas horas de la noche y ejerciendo su hegemonía entre las luces y sombras de las calles de Madrid.

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