Siento una gran admiración por el escritor Vila-Matas labrada a lo largo de la lectura de muchas de sus obras. Nunca me ha decepcionado el autor catalán, ni su peculiar estilo, que considero uno de los mejores y más asentados de toda la literatura escrita en castellano. Vila-Matas es uno de los grandes en este oficio de escribir y no hay mas que seguir su trayectoria para comprobar que hay una coherencia que muchos otros escritores envidiarían. Dicho esto, nadie se imaginará una crítica negativa de este libro que me toca reseñar. Y no la puede haber si uno lee frases entresacadas del libro como estas:
"Y es que si bien se mira, la literatura vivirá mientras alguien que se disponga a escribir una simple carta dude unos instantes acerca de la manera de hacer verosímil lo que se propone decir en ella".
Y si el trabajo para los Shandys pudo convertirse en una droga, según nos cuenta el autor en este libro, para los lectores de Vila-Matas, sus libros resultan adictivos, provocando que ese universo literario se mezcle con la vida, y la vida deje de tener sentido si no es vista desde el punto literario. Al fin y al cabo, que más puede pedir un aficionado a la literatura que encontrar las palabras justas para emprender un viaje por medio de la historia que le es contada:
"¿Pero cómo se convirtieron los alegres, volubles y chiflados shandys en unos héroes de la voluntad? Pienso que es por el hecho de que el trabajo puede convertirse en una droga, en una compulsión. "El pensamiento, que es un narcótico eminente", escribió Walter Benjamín".
Para finalizar esta breve reseña, me gustaría imaginarme que Vila-Matas no es un escritor de culto, que ese trabajó de escribir tiene más que ver con el oficio de artesano que gracias a su pericia y habilidad, y al fruto de su paciencia labrada a lo largo de muchos años de aislamiento, consigue idear unas historias que son siempre la misma historia: su amor por la literatura.
"En realidad, todos estamos haciendo cosas. Más que artistas, que suena hueco y pomposo, somos artesanos, es decir, gente que hace cosas. Un aire de feliz creatividad recorre las estancias del Sanatorio Internacional. Apenas nos vemos entre nosotros, pues como artesanos permanecemos aferrados a nuestra individualidad, pero a veces sopla un viento polar que nos reúne a todos en el patio central, donde, sonrientes y abrigados, intercambiamos miradas de complicidad".