Primera impresión. Primeros días en la playa. Coincidiendo con estas fechas, mi familia política alquila durante una semana un apartamento en Isla, una pequeña población costera de Cantabria muy cerca de Noja. Yo me suelo coger uno o dos días que empalmo con el fin de semana para alargar las mini-vacaciones. En agosto nos llega el plato fuerte, un viaje a Madagascar de veinticinco días que siento que necesitamos como agua de mayo. No sé que sería de nosotros sin esas escapadas en donde desconectamos tanto del trabajo como de la rutina diaria de amigos y familia. Que nadie se sorprenda con este último comentario. Sí, hasta los ratos que pasamos con los amigos implican una rutina que conviene romper de vez en cuando. Se vive muy bien sin obligaciones, dejándose llevar por la inercia del propio viaje por países que no dejan de sorprenderte gracias a su variedad de costumbres y tradiciones enmarcadas en paisajes que se burlan de las dimensiones de nuestros lugares de residencia habitual.
Segunda impresión. Suave es la noche de Fitzgerald es mi lectura del verano. La citaba continuamente Rodrigo Fresán en La parte Inventada, su último libro publicado. Una cosa lleva a la otra, y después de leer un gran libro es lógico dejarse influir y cobijarse en la sombra que proyecta. Un buen libro es como esos árboles de los que cuelgan sabrosos frutos. Todo alimenta. La semilla de un libro son sus palabras, unas se las lleva el viento y caen en terreno desértico y no prosperan, en cambio otras germinan, crecen con la humedad y el calor, y toman forma en otros libros igual de interesantes. Y así se forma una cadena que no tiene fin y que me tiene encadenado a la lectura de Suave es la noche y de otros libros que se multiplicarán en los estantes de cualquier librería o biblioteca para uso de lectores hambrientos.
Tercera impresión. Ya he comentado antes que el verano es el mejor escenario para intentar desconectar del mundo. Por lo menos de ese mundo que nos acompaña durante once meses, y que fluye despacio, estancándose a menudo en el fango más pantanoso. En su esencia la vida es fácil. Y por eso me gusta rodearme del tipo de gente que hace que la vida fluya fácil y sin complicaciones añadidas, personas que disfrutan y dan valor a muchos de sus actos aunque aparentemente sean insignificantes. La perspectiva de viajar a sitios desfavorecidos me ha enseñado que las necesidades reales son bien pocas, y que la acumulación sólo sirve para hacernos más esclavos. Iba a escribir un decálogo en plan trascendente de necesidades básicas, pero lo he pensado mejor y no lo considero ni básico ni necesario. Prefiero seguir con la lectura de Suave es la noche.