martes, 30 de octubre de 2012

SEDA



Después de leer Bonsái de Alejandro Zambra, y mientras leo La broma infinita de David Foster Wallace (¡vaya curro!, me he puesto el buzo de trabajo para leer esta densa obra), he terminado Seda, el libro con el que Alessandro Baricco obtuvo el éxito en su carrera literaria. Bonsái y Seda tienen en común la concisión y la poética. Son dos libros breves y dos estilos en donde se destila una esencia que se aleja de la palabrería vana y sin sentido. ¿La forma por encima del contenido? ¿Es pura estética su discurso? No lo creo. En Seda nos cuentan una historia completa: la vida de Hervé Joncour que viaja hasta cuatro veces a Japón sin ser un aventurero, la relación apacible de esa persona con Hélène su mujer, la amistad con su socio y gran amigo Baldaboiu, el amor prohibido por una concubina en Japón, la vida contemplativa de Hervé Joncour hasta su muerte. Todas estas historias se cuentan en este libro, pero sin necesidad de desarrollarlas, porque al autor le interesa más insinuarlas y dejar que sea el propio lector el que las complete según su parecer. Esa es la razón por la que tanto me ha gustado este exitoso libro de Baricco. Sin que sirva de precedente, habrá que decir que si ha gustado tanto este libro y tantas ediciones se han sacado de esta obra, será por algo. Léanlo.

martes, 16 de octubre de 2012

DESIERTO DEL NAMIB



Nuestro destino vacacional este mes de agosto ha vuelto a ser África, en concreto hemos viajado por buena parte de Namibia, y en menor medida, por otros dos países del sur de África como son Botswana y Zimbabwe. Un viaje que nos ha impresionado por su variedad paisajística y por la calidad del grupo humano que formamos todos los que nos montamos un día a mediados de agosto en el camión de Kananga (agencia especializada en viajes por África). Volamos hasta Windhoek, vía Londres-Johanesburgo, cruzando casi todo el continente africano de norte a sur. A poco de transitar por sus calles, la capital de Namibia nos sorprende por su modernidad, por su incuestionable influencia alemana y holandesa. Se nota que hasta el año 1990 Namibia no consiguió su independencia. Si tenemos en cuenta que lo más importante que hay que reseñar de Windhoek son las vistas de la ciudad desde la terraza de un hotel de lujo, pues todo queda dicho. En defensa de Windhoek hay que decir que la mayoría de ciudades africanas carecen de interés en comparación con el paisaje y su fauna, o los poblados con sus mercados bulliciosos. Pasemos página y montemos en el camión que nos va a llevar hasta un destino que sí parece mucho más interesante. Llueve en Namibia. Laura, nuestra guía, no se lo puede creer, pero parece que estamos sufriendo los últimos coletazos de un frente frío que ha dejado hace un semana una pequeña nevada en Sudáfrica. Creo que ya todos sabéis que esta parte de África se encuentra en el hemisferio sur, con lo que aquí es invierno. Ya nos han avisado amigos que han viajado por Namibia en otras ocasiones que en el mes de julio hace bastante frío en este país, pero es que estamos a mediados de agosto y ¡joder con el tiempo que estamos soportando! El camión se va comiendo poco a poco los kilómetros por rectas carreteras que parecen no tener fin. Es una manera poética de hablar, porque nuestra meta del día está fijada en el desierto del Namib, en un camping cercano en donde montamos por primera vez nuestras tiendas de campaña y en donde también esperamos con ansiedad subirnos en la avioneta que nos permitirá sobrevolar este inmenso desierto de dunas rojas. Y que os puedo contar de esta experiencia que otros no hayan narrado anteriormente. Pues que hay que vivirla en primera persona; que te sientes más pequeño si cabe al volar por encima de la inmensidad del desierto; que al atardecer el contraste del rojo intenso de las dunas con el cielo azulado te deja boquiabierto y sin palabras. Una vez puestos los pies en el suelo, toca cenar y pasar la noche más fría de mi vida. A mitad de la noche tuve que salirme del saco para ponerme el forro polar, y ni con esas entraba en calor. Tiritaba y tiritaba, y no veía el momento en que se hiciera de día para desayunarme un café calentito con el que templar mi cuerpo. Toca madrugar para estar lo antes posible en la famosa duna 45 del desierto del Namib. Todavía adormecidos emprendemos a la carrera la empinada subida hasta la cima de la duna con el único objetivo de conseguir ser de los primeros en llegar para contemplar desde un lugar privilegiado la salida del sol. Como son casi ciento cincuenta metros de desnivel que se ascienden por una estrecha cresta que impide los adelantamientos, lo único que consigo es un meritorio décimo puesto, que eso sí, me otorga unas preciosas vistas de ese sol que poco a poco nos tiñe con su luz de tonos rojizos. No hay que ser un experto fotógrafo porque hasta con la cámara más sencilla se consigue sacar una fotos estupendas. Según van pasando los minutos la luz va cambiando a tonos cada vez más claros y el horizonte parece extenderse más allá de donde abarca nuestra vista. Desde nuestra atalaya contemplamos la base de la duna como si ejerciera una fuerza gravitatoria imposible de superar, por eso nos lanzamos gritando por la pendiente hundiendo los pies hasta más allá de los tobillos y rodamos algún tramo haciendo la popular "croqueta". Después de tantas emociones nos hemos ganado un buen desayuno a pie de duna. Tras reponer fuerzas, un breve desplazamiento en todo-terreno y luego a pié nos conduce hasta Deadvlei, en donde contemplamos otro paisaje muy característico del desierto del Namib. En medio de este valle salado se alzan los troncos quemados y retorcidos de varias acacias. El contraste de sus troncos carbonizados con el color naranja de las dunas y el blanco del suelo salado deja boquiabierto cualquiera. Para sacar fotos, de vez en cuando hay que espantar a alguna señora que se ha hecho fuerte a la sombra de una acacia, y que está cansada de esperar a que su marido deje de sacar fotos de cada metro cuadrado de Deadvlei. De valle a valle; de Deadvlei a Sossusvlei para contemplar un lago con el agua suficiente como para que un par de flamencos hundan su pico en busca de comida. De esta forma nos despedimos de los paisajes desérticos del Namib. Hemos tenido la posibilidad de contemplar sus dunas planeando con la avioneta mientras surcábamos un cielo azulado, o montados en nuestra casa-camión en alegre camaradería, o a "pata", sintiendo cómo se filtra la fina arena por nuestro calzado mientras caminamos por este inmenso paisaje; lo hemos vivido soportando el frío de la noche y el impenitente sol del mediodía; lo hemos disfrutado observando el amanecer desde lo alto de una gran duna o al calor de una hoguera en una noche de grata conversación en grupo. El sueño nos conduce a nuestras tiendas, y soñamos ya con los nuevos paisajes que nos faltan por descubrir en este viaje.