viernes, 23 de septiembre de 2011

PINDAYA

06/08/11
Salimos temprano de Kalaw y nuestro viaje nos lleva por más campos de coles hasta la primera parada, la visita al mercado de Aungban. Callejeamos por los diferentes puestos, muy animados a esta hora de la mañana, en donde se vende todo tipo de productos de la tierra (también pescado seco, que aquí no hay frigoríficos para su conservación). Nosotros compramos a una simpática aldeana una bolsita de cacahuetes por 300 kyats (al cambio 30 céntimos de euro; barato para nosotros y bastante dinero para ellos), muy ricos en este país. Después de la visita al mercado nos dirigimos a Pindaya para visitar la famosa cueva de los 8000 budas. ¡A descalzarse toca! Es muy bonito el emplazamiento de la cueva, en mitad de una montaña en donde predomina el color verde de la abundante vegetación, pero una vez dentro, las figuras de diferentes materiales representando a buda dejan de mostrar interés en el momento que pasan a ser multitud. Comemos y visitamos una taller artesano que se dedica a la fabricación de sombrillas de papel. Nos explican el proceso de elaboración, desde la extracción de una pasta de un árbol de la zona, que se vierte en un cedazo mezclado con flores de distintos colores, y que luego una vez que se pasa por agua y se seca al sol, se convierte en la pasta de celulosa necesaria para la fabricación de las sombrillas. También nos hacen una pequeña demostración de cómo trabajan la madera para la elaboración del varillaje y el mango de la sombrilla. Todo manual; todo muy profesional. La tienda del taller es un buen lugar para que la gente empiece con la compra de sus regalos. Hay un poco de todo, abanicos, cuadernos, marcos de fotos a parte de las sombrillas de distintos tamaños. Una vez hechas las compras, viajamos por más campos de coles con carros repletos de verduras que pasan de mano en mano hasta los camiones que aguardan a ser cargados hasta la bandera. Y ya de noche, llegamos después de varias cabezadas interrumpidas por los continuos baches de la carretera, a Nyaung Shwe en el lago Inle. Nuestro hotel se llama Paradise y el alojamiento está dispuesto por una sucesión de coquetos bungalows de madera. Estamos situados en el centro del pueblo, a tiro de piedra de varios restaurantes en donde se ofrecen distintos menús y que van a convertirse en nuestros lugar de encuentro nocturno. En uno de ellos, hasta se puede comer diferentes platos de pizza bien rica en vez del arroz y los nuddles con los que nos estamos empapuzando estos días. Esta comida occidental fue el menú más repetido por la mayoría del grupo en los días que permanecimos en el lago Inle.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

KALAW

05/08/11
Otro día de transición, otra día que nos tenemos que comer muchos kilómetros en autobús hasta llegar a Kalaw, nuestro siguiente destino. Y también sigue lloviendo durante todo el viaje. No me extraña que el paisaje sea tan verde, con encharcados campos de arroz por todo el camino, y campesinos encorvados trabajando en los arrozales, o guiando a la pareja de bueyes como antaño se veía en España. La primera sensación que uno siente en Birmania nada más que se adentra en sus zonas rurales es que retrocedes cien años en el tiempo. El trabajo es totalmente manual y los animales de carga son todavía una pieza fundamental en las duras actividades del campo (en europa sólo relacionamos los bueyes con un buen chuletón). En este país no hay tractores y el ritmo lo marca el campesino con sus manos o el paso del buey mientras tira del arado. Seguimos avanzando y casi al final de la jornada nos toca subir un puerto de montaña que se eleva entre las nubes. El firme no es ni mucho menos tan firme, y la anchura de la carretera pone a prueba la pericia de nuestro conductor, que pita en cada curva de la carretera debido al elevado tránsito de camiones cargados con coles. ¿De dónde viene tanta col? Es que nada más que llegamos a la parte de alta del puerto el paisaje de montaña se transforma en una inmensa llanura de tierra fértil a más de mil metros de altitud, y no se ven mas que campos de coles, unos seguidos de otros hasta perderse en el horizonte. Llegamos a Kalaw casi de noche, con el tiempo justo para instalarnos en la habitación del hotel y salir a dar una vuelta por el pueblo. Nos acercamos en autobús porque el hotel está un poco alejado del pueblo y no conocemos el camino de tan recién llegados que estamos. La mayoría del grupo decide buscar un restaurante en donde matar el hambre, que no es hambre ni es nada, pero algo hay que comer aunque no se haya andando ni un metro en todo el día. Unos pocos, acompañados por Manu, estiramos las piernas subiendo las escaleras que nos conducen hasta la pagoda del pueblo. Si fuera de día se verían unas buenas vistas del entorno; como es de noche, el sonido de las oraciones nos anima a asomarnos de puntillas a una ventana iluminada del monasterio. Observamos y somos observados por unos niños vestidos con su atuendo de monje mientras rezan sus oraciones disciplinadamente guiados por su maestro. Ya hemos hecho hambre. Bajamos nuevamente al pueblo y cenamos en un restaurante chino con el aliciente de acompañar esta comida con un vino de la tierra que nos cuesta nueve euros. Merece la pena degustar este vino y probar otra cosa que no sea la cerveza de 650 cl que acostumbramos a tomar desde que hemos pisado suelo birmano.

lunes, 5 de septiembre de 2011

BAGO Y TAUNGOO


04/08/11

Sabemos que en estos primeros días de viaje tenemos que recorrer largas jornadas montados en el autobús. También sabemos que aunque en el camino visitemos pueblos, pagodas y mercados, nuestro objetivo inicial es llegar hasta el lago Inle. Por lo tanto, pasamos muchas horas en el bus, bien leyendo o dormitando, bien conversando con el resto del grupo (así nos vamos conociendo porque hasta ahora sabemos nuestros nombres y poco más). El viaje discurre de este modo, y Manu, que para eso es nuestro guía, es el que decide las paradas del itinerario. Primera parada: cementerio de soldados ingleses, con sus tumbas perfectamente ordenadas y un jardín cuidado a la perfección por un jardinero birmano pagado por el gobierno inglés. Mejor seguir. Segunda parada: visita a la pagoda del buda reclinado de Shwethalyaung de 60 metros de largo por 20 metros de alto. Por su tamaño, casi es imposible sacarle una foto de cuerpo entero. Nos cobran por la entrada 10 dólares, que también vale para visitar la pagoda de Shwemawdaw en Bago (tercera parada). Hay que pagar por primera vez por utilizar la cámara de fotos. Son sólo 300 kyats, que para nosotros no es mucho dinero, pero empezamos a cansarnos por esa manía que tienen por hacernos pagar por todo. Como hoy me ha dado por hablar de “las pelas”, tengo que reconocer que comer en Birmania es muy barato. Hoy hemos comido los dos el típico curry birmano por 2500 kyats en un restaurante de los denominados no turísticos. Cuarta parada: Taungoo. Nos alojamos en el hotel Mother’s hotel, un hotel a las afueras del pueblo con bonitos bungalows y un buen restaurante. Tras instalarnos en el hotel, visitamos la pagoda del pueblo y su mercado, en donde Manu se compra una fruta llamada durian que desprende un olor a cebolla bastante desagradable. Es muy apreciada en estas tierras, pero he de confesar que una vez probado su fruto tampoco me resulta muy exquisito. Cenamos en el restaurante del hotel. Buena comida, buena cerveza y animada charla que deriva hacia el tema de la malaria. Resulta que mucha gente del grupo no va a tomar las pastillas del malarone, bien por propia decisión, bien porque no se lo han aconsejado en el departamento de salud internacional de su ciudad. Nosotros, que somos muy bien mandados, seguiremos tomando nuestra pastillita diaria de malarone en el desayuno, que nunca se sabe.