miércoles, 31 de agosto de 2011

SHWEDAGON


03/08/11

Lo primero que un turista tiene que hacer antes de pisar la calle es procurarse un buen cambio en moneda local. Nosotros aguardamos pacientemente en el vestíbulo del hotel a que llegue el cambista con su cartera llena de Kyats, la moneda de Birmania. Cambiamos 600 dólares y nos devuelve un gran fajo de billetes que parecen salidos del monopoly, con un olor rancio a billete usado. Eso sí, nuestros dólares los examina detenidamente el cambista porque como estén doblados, o la serie empiece por A o B, o la jeta del presidente de turno tenga un puntito negro, el cambio baja con respecto a los que ellos consideran perfectos. Así de chocante es la vida en Birmania. Salimos del hotel para darnos un paseo por Yangón y a los pocos minutos nos cae nuestra primera tromba de agua. Los que han salido sin paraguas se ven obligados a gastar sus primeros kyats en la compra de un buen paraguas, que en este país, sirve tanto para la lluvia como para protegerse del sol. Visitamos un templo hindú, otro chino, una sinagoga y la céntrica pagoda de Shule. Luego vamos hasta el hotel Strand, uno de esos lujosos hoteles que los ingleses construyeron en sus colonias y que ahora son visita obligada para viajeros mitómanos. Salimos del aire acondicionado del hotel a la cruda realidad birmana, con su humedad cien por cien pegajosa. Necesitamos hacer otra parada inmediatamente. Manu, nuestro guía, nos encamina hasta un restaurante situado al lado del puerto y que destaca por su oferta culinaria. Como somos estómagos agradecidos nos zampamos nuestro primer plato birmano sin rechistar. Todo hay que decirlo, el curry birmano de pollo que me pedí estaba muy rico, y si lo acompañas con salsa picante no te digo nada. Ya a la tarde visitamos la pagoda de Shwedagon, que es la más importante de Birmania en el rancking oficial de pagodas del país. Sin todavía contar con el criterio suficiente para poder comparar, sí que nos sorprende la dimensión y la belleza del entorno, destacando la brillante cúpula central, que está recubierta de oro y pan de oro en toda su superficie y piedras preciosas colgadas en la cúspide de la campana que tintinean al antojo del viento. De repente se nos hace de noche antes de lo esperado porque se avecina una tormenta que oscurece el cielo. Y comienza a llover de forma torrencial. Nos refugiamos de la lluvia dentro de una pequeña pagoda situada enfrente de la gran cúpula dorada. La estampa que contemplamos es distinta gracias a la luz artificial. Parece que todo Shwedagon brilla más, como cuando la campana dorada es iluminada por la luz del atardecer, y según nos cuentan los testigos privilegiados que lo han vivido, el conjunto se embellece aún más si cabe. Saco la foto de este mágico momento para intentar captar la paz que se respira con su contemplación. Ahora comprendo lo de la meditación budista.

martes, 30 de agosto de 2011

YANGÓN


01-02/08/11

Nos espera un largo viaje hasta llegar a Birmania. Volamos de escala en escala, primero hasta Zurich, luego Bangkok y por fin aterrizamos en Yangón después de un día entero de agotador viaje. En el camino ha habido un poco de todo. Lo ya habitual de estos viajes, como la comida en bandejas de los aviones, la estrechez de los asientos que adormece nuestras piernas, el sueño intermitente descabezado a 10.000 metros de altura o las turbulencias que rompen de vez en cuando la monotonía del viaje. También hemos sufrido nuestro primer retraso (¡delayed, delayed, qué horror!). Si ya de por sí resulta cansado la larga escala que debemos hacer en Bangkok (unas cuatro horas), que cada uno soluciona como puede, bien matando el tiempo entre las tiendas del duty free o bien buscando un restaurante de comida local para cenar, en una de esas miradas que dirigimos a los paneles informativos comprobamos que nos han retrasado el vuelo un par de horas. Toca aburrirse un poco más, esta vez sentados en cómodos butacones mientras leemos un monográfico de Birmania en la revista altair. Por fin cogemos nuestro último vuelo, el que nos lleva con nocturnidad y alevosía hasta Yangón. Llueve en Birmania. En la pista de aterrizaje afloran charcos que reflejan el fuselaje del avión. Sin mucha demora, nos trasladan hasta el hotel Yuzana Garden. Es un hotel situado en la parte antigua de la ciudad, de estilo victoriano y con amplísimas habitaciones (más grandes que toda mi casa) y un viejo ascensor que el botones del hotel nos recuerda que cuenta con cien años de servicio. Así es Birmania, en muchos casos es como retroceder cien años en el tiempo, pero aun así todo funciona, aunque sea a un ritmo más pausado, más humano también se podría decir. Me desvelo en mitad de la noche. No sé si es a consecuencia del cambio horario (hay cuatro horas y media de diferencia horaria con españa. ¡Qué antojo lo del pico de la media hora!) o por culpa de una tormenta que arrecia en esos momentos. Serán constantes que se repetirán a lo largo de todo el viaje y que estarán, día sí, día no, en boca de todos nosotros.