jueves, 30 de diciembre de 2010

MI LISTA DEL 2010


Toca hacer balance del 2010. Os detallo a continuación mi lista de los mejores cinco libros que he podido leer este año. Tengo que admitir que en el 2010 no he podido satisfacer mis ansias lectoras todo lo que quisiera, pero como están de moda las listas de las mejores canciones, de las mejores películas, de los mejores libros, etc, por aquello de que se acaba el año, aquí queda mi visión personal sin tener en cuenta el año de la publicación del libro:

EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS DE JOSEPH CONRAD
LA INVENCIÓN DE LA SOLEDAD DE PAUL AUSTER
ÉBANO DE RYSZARD KAPUSCINSKY
DUBLINESCA DE ENRIQUE VILA-MATAS
TIEMPO DE VIDA DE MARCOS GIRALT TORRENTE



martes, 21 de diciembre de 2010

¡HORROR, EL HORROR!


Ha sido un fin de semana un tanto extraño, un tanto triste. En el amargo guión no ha faltado de nada: un fallecimiento, problemas laborales de un amigo, seres queridos que todavía no ven la luz al final del túnel y gente que me agobia con su espíritu competitivo en carreras populares. Además, no sé si embargado por este espíritu de tristeza he decidido releer “El corazón de las tinieblas” de Conrad. Creo que es la tercera vez que leo este libro y debo reconocer que es uno de mis preferidos. No obstante, cada vez que lo leo, siento como si la maldad humana colgara de las ramas de los árboles oscureciendo la marcha del río Congo, y que la niebla que cubre las riberas del río,destilara una humedad ponzoñosa que calara el alma de las personas, impregnándolo todo de horror. ¿Será que se acercan las navidades?

viernes, 17 de diciembre de 2010

CALLE DE LAS TIENDAS OSCURAS


Acabo de leer el libro de Modiano "Calle de las tiendas oscuras”. Y cuando piensas que todas las cartas que se están apilando, unas sobre otras, van a dar como resultado la solución al enigma de la identidad del protagonista de este libro, de repente se desmorona toda la baraja en el instante final, dejándonos una sensación de desasosiego en las entrañas.
El paso del tiempo y la pérdida de la memoria son los temas recurrentes de Patrick Modiano, y son dos características mezcladas con acierto en este libro. Gracias a esa habilidad los personajes son más humanos y creíbles, y eso que muchos de ellos sólo forman parte del recuerdo del protagonista.
En todos los libros de Modiano, la ciudad de París no forma parte de un escenario onírico, sino que cobra vida gracias al continuo deambular de los personajes por sus calles y cafeterías.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

ES CURIOSO


Es curioso. Paseaba por el monte, por un estrecho camino desgastado por el tránsito de muchos montañeros, cuando observé un pajarillo en mitad del sendero. Me llamó la atención su inmovilidad, que resaltaba más si cabe en los blancos manchones de nieve que un invierno tardío había dibujado en el paisaje. Lo noté débil y desvalido, hecho una pequeña bola de plumas que el viento removía con cada soplo helado. A medida que me acercaba a su frágil cuerpo la impresión de extrañeza se me iba acrecentando, hasta que estuve bien cerca, a un solo paso de distancia. Comprobé con ternura que ni siquiera era capaz de mirarme, como si no sintiera ningún peligro; como si se encontrara solitario en el monte y sin enemigos acechándole. Aunque, bien pensado, imaginé que hasta podría ser un gesto de indiferencia ante su suerte.

Tan cerca me encontraba, arrodillado a su vera, que quise atraparlo con un gesto de mi mano. Pero el animal pegó un pequeño brinco, que no un vuelo, para adoptar una posición insólita delante de mis ojos. Había un agujero excavado en la tierra, no lo suficientemente grande como para que se refugiara por completo, y allí es donde escondió su cabeza. Para mi asombro, retornó a su estado inmóvil a pesar de la evidente fragilidad de su refugio. De nuevo, contemplé con cara de pena al pajarillo. Volvía a estar a merced de cualquier depredador y sin abrigo donde cobijarse de los cambios del tiempo. Me impresionó de tal manera su vulnerabilidad, que incluso me entristecía continuar mi camino dejándolo solo y desamparado. De nuevo, intenté agarrarlo y justo cuando las puntas de mis dedos lo tenían al alcance, pegó otro brinco que le hizo alejarse hasta unos matorrales. Desapareció de mi vista, protegido esta vez por una maraña de espino que impedía su captura. Permanecí varios minutos paralizado, esperando que el pájaro volviera a salir de las zarzas. Creo que en el fondo la razón que me impedía avanzar no era otra que sentirme útil, aunque fuese por una vez en la vida. Nada más lejos de la realidad. Después de un tiempo que consideré prudencial, perdí la esperanza de poder ayudarlo y decidí proseguir mi camino. De vez en cuando, volvía para atrás la mirada, buscando una última oportunidad de cumplir con ese propósito que me había impuesto. Me iba alejando y las matas de zarzas cada vez se difuminaban más hasta perderse finalmente con el resto del paisaje.

A medida que ascendía por el empinado sendero intentaba distraer mi errático pensamiento contemplando en la lejanía el camino que me guiaba hasta la cumbre, y que transitaba por un estrecho collado rocoso localizado a bastante altitud. Desde la pequeña majada de pastores en donde me encontraba, el paso hasta el collado se intuía relativamente complicado. No obstante, me sentía capacitado para afrontar ese riesgo. Más respeto me infundía el tramo final hasta la cumbre, que discurría por una estrecha “chimenea” de diez metros de longitud y roca descompuesta. Este paso albergaba una triste leyenda negra motivada por los continuos accidentes acaecidos en ese tramo de pared. De ahí que se hubiera ganado el curioso y siniestro nombre de “la escupidera de la bruja”.

Una vez superado la altitud del collado, avanzaba sin contratiempos por un terreno quebrado e inestable. Sin solución de continuidad me enfrenté al último tramo complicado de subida, el conocido como “la escupidera de la bruja”. Ascendía atento por la pendiente, asegurándome con pies y manos a todo resalte que me ofreciera confianza. No obstante, sufrí un resbalón de forma inesperada y me golpeé contra las afiladas rocas. Creo que perdí el conocimiento durante varias horas, porque cuando recobré el sentido, pude observar que la luz tomaba un color rojizo propio del anochecer. En esos instantes de incertidumbre, la cabeza me daba vueltas buscando una salida para superar esta situación tan delicada. A pesar de todo, había tenido mucha suerte en la caída. Mis daños se reducían a unos cuantos rasguños en el brazo derecho y una contusión en la cabeza de la que emanaba un pequeño reguero de sangre. Estaba un tanto desorientado por el golpe, pero tenía que tomar una decisión antes de que se hiciera completamente de noche. Lo más urgente en un primer momento era comprobar si podía valerme por mí mismo. A pesar de tener el cuerpo magullado por la caída, pude enderezarme para iniciar el delicado descenso por la “chimenea”. Al principio, me temblaban los pies y notaba muy alterada la respiración. No obstante, intenté serenar mis nervios para no verme envuelto en otro accidente inesperado.

A medida que iba descendiendo por el collado una fina niebla fue envolviéndome, hasta que mi entorno se transformó en un blanco muro que entorpecía mi capacidad de orientación. Transitaba en esos momentos por un terreno menos técnico, pero era consciente de que las cosas se iban torciendo cada vez más. Las referencias del paisaje que me iba topando no me eran nada familiares y mi memoria visual se veía incapaz de recordar el camino correcto. Estaba perdido. Me sentí totalmente frustrado al descubrir que llevaba dando vueltas sobre el mismo terreno desde hacía más de media hora. Desesperado, me senté encima de una roca que sobresalía entre varios matorrales de zarzas. Me encontraba muy cansado, sin fuerzas para proseguir el camino. Cuando ya estaba decidido a buscar cualquier refugio para pasar la noche, me asustó la salida inesperada de un pajarillo desde las matas que se encontraban a mi espalda. El ave se posó sin ningún miedo junto a una roca situada a mi lado. Desde donde estaba sentado pude observarlo bien cerca y percatarme de su gran parecido con el desvalido pajarillo de la mañana. De repente, pegó un brinco y se plantó a un metro de distancia. Otro salto más, y giró la cabeza como si me indicara una señal determinada. Al tercer brinco, me dejé guiar por el instinto y seguí los pasos del animal. Ya sé que puede resultar sorprendente el discurrir de esta historia, pero gracias a mi pequeño amigo conseguí reencontrar el camino, que perfectamente marcado con pintura roja y blanca, me permitía soñar con el ansiado regreso.

¿Y el pajarillo? En el momento que retorné al sendero, desapareció de mi vista tras el manto de niebla que cubría el paisaje. Resultará extraño y misterioso, pero a medida que iba descendiendo por la senda escuchaba a mi alrededor un leve sonido, como un rumor conocido y cercano que presagiaba su mirada vigilante y protectora. “Es curioso, Juanito, es muy curioso”. Me rebotaban constantemente estas dos palabras en la cabeza a medida que la sombra de la noche se pegaba a mi estela y rodaba mi paso pendiente abajo.