martes, 26 de octubre de 2010

¿QUÉ OPINÁIS?


En la Unesco me correspondió sustentar una vez más la idea de la captación precoz de las aptitudes y las vocaciones que tanta falta le hacen al mundo. El fundamento es que si a un niño se le pone frente a un grupo de juguetes diversos, terminará por quedarse con uno solo, y el deber del Estado sería crear las condiciones para que ese juguete le durara a ese niño. Soy un convencido de que ésa es la fórmula secreta de la felicidad y la longevidad. Que cada quien pueda vivir y hacer sólo lo que le gusta, desde la cuna hasta la tumba.

Gabriel García Márquez

lunes, 25 de octubre de 2010

DIARIO IRREAL DE UNA SEMANA INUSUAL


DIARIO IRREAL DE UNA SEMANA INUSUAL

LUNES, 3 DE DICIEMBRE DEL 2.006

Hace una semana soñé que mi hermano se moría. Recuerdo que fue una pesadilla tan real que sentí un miedo atroz en mitad de la noche. Me desperté abrazado al cuerpo tibio de mi mujer, envuelto en un fino sudor que delataba mi alterado estado de ánimo. Por desgracia, y con la sombra de la incredulidad reflejada en mi semblante, al día siguiente me dieron la noticia de su muerte. Javier Olivenza Fernández, varón de cuarenta y cinco años, ha fallecido de un ataque al corazón a causa de una obstrucción de la arteria coronaria. Los médicos diagnosticaron que el colapso fue repentino y que no sufrió mucho. Eso sí, ha dejado mujer y dos hijos de corta edad y un montón de recuerdos para sus seres queridos. Sé que no debería preocuparme ni sentirme culpable por lo que ha pasado; sé que no merece la pena vivir con la incertidumbre que nos depara el día después; sé que los sueños siempre han creado inquietud en el ser humano, para bien o para mal, como en este triste caso tan cercano. ¡Ya lo sé! Pero lo peor de esta situación asfixiante es que mis sueños se materializan en una eterna pesadilla que impone la presencia cíclica del insomnio. ¿Y yo, qué camino he de tomar? ¿Cómo puedo protegerme de tanto desasosiego? Porque cuando esos sueños tejen una película tenebrosa bajo mis pupilas, el temor me arrebata el valor, mostrando mi más íntima esencia. Porque reconozco que soy débil e insignificante, con múltiples taras y complejos a los que enfrentarme a diario. El sueño me desvela una realidad que no quiero asumir en la vida cotidiana: soy un ser perecedero, huérfano en el abismo que engulle mi cuerpo con el peso de mis recuerdos.



MARTES, 4 DE DICIEMBRE DEL 2.006

Últimamente, por mi cabeza circulan extraños pensamientos -sobre todo cuando se hace de noche y el silencio se erige con autoridad en el gran protagonista del momento-. Obligado a cargar con mis penas, me gusta deambular por el bullicioso centro de la ciudad, para no sentirme solo. Así paso el tiempo, curioseando desde la calle el interior de las casas, a través del hueco de las ventanas. Amparado en la intimidad de la noche, la luminosidad artificial nacida de una lámpara me descubre un pequeño hueco de la colmena humana. En sus límites se observa el fluir de la vida por medio de una persona que, justo en ese momento, camina afanosamente de un lado a otro de la estancia, y en donde cualquier objeto cotidiano, sea un cuadro colgado de la pared del fondo o un armario con sus estanterías cargadas de recuerdos, deja entrever los gustos y personalidad de aquellos que habitan ese edificio levantado en el centro de la gran ciudad.

Sólo en pocas ocasiones me he visto sorprendido por la curiosidad de otro espectador. Resulta un tanto incómodo sentirse cazado en ese cruce de miradas. No obstante, reconozco que también he sido parte privilegiada en ese triángulo morboso, presto a desnudar almas con los ojos, y que deja a la luz muchos rasgos de la personalidad humana. No hay margen para protegernos con la ambigüedad de los gestos y las palabras. No hay posibilidad de maniobra dentro de este mundo dominado por las apariencias. En un suspiro, cae de manera inevitable la careta del disfraz con el que nos protegemos a diario de nuestros semejantes. Y, pese a nuestros reparos, nos ven como francamente somos en realidad”.



MIÉRCOLES, 5 DE DICIEMBRE DEL 2.006

Esta mañana, poniendo un poco de orden entre los papeles de mi hermano, he rescatado del fondo de un armario una caja metálica con viejas fotos familiares. He sentido nostalgia al curiosear esas fotos en blanco y negro, y esas otras más llamativas de tonos color sepia y bordes deteriorados por el trasiego de muchas manos. No he podido dejar de emocionarme al reconocer a muchos de los allí retratados, con sus rostros sin arrugas ni canas que peine el viento. Una de esas fotos ha llamado especialmente mi atención. En ella se observaba la imagen de un grupo de niños jugando en una calle embarrada de una ciudad de provincias (allí estaba con Manolo “Bokas”, Ernesto “Guindilla” , Paco “Heavy” y Juanito “Kuesko”), y mi mirada se ha dirigido ávida y curiosa hacia la fecha que aparecía en el pie de foto. ¡Cuántos años han pasado desde que nos hicieron esa instantánea! A pesar de que no deseo refugiarme en un pesimismo sin fronteras, tras el fallecimiento de mi hermano siento la presencia de la muerte cada vez más cercana. Su manifestación es una constante desde hace pocas fechas, y se me revela, aunque sea una contradicción, en esos ojos que se dirigen con curiosidad e inocencia infantil hacia la cámara que los está retratando. Sé que ahora, algunos de esos niños están muertos, y ya nada les importa; pero a mí, que todavía sigo vivo, me ocasiona una profunda inquietud e incertidumbre. ¿Por qué? Porque siento pasar el tiempo, con su pasatiempo que canta el viento y que escucho de fondo con rumor nostálgico de sombras, de pasos correteando en una calle del pasado, y codazos de niños traviesos que luchan por salir en una foto de barrio.




JUEVES, 6 DE DICIEMBRE DEL 2.006

Hoy, como ayer, y como sucederá mañana y pasado mañana, hasta que llegue el ansiado día de mi jubilación, me dirijo por inercia hacia mi trabajo. No obstante, es en este preciso momento, en el que soy consciente de mi propio abatimiento, cuando noto el deseo de cambiar esta rutina que se me impone. Por eso; ahora que mis pasos se tornan pesados, y no ayer, ni anteayer, necesito sentarme frente a mi mesa de trabajo y expresar mis sentimientos por medio de la escritura. Gracias a esos pequeños momentos en los que puedo materializar los pensamientos que deambulan por mi cabeza, la monotonía del trabajo de oficina se me hace más llevadera. Sólo sé, que me convertiría en un autómata si no buscara un medio de evasión que me liberara de este ambiente opresivo y deshumanizado. Sólo sé, que si no mostrara rebeldía ante esta situación, me sentiría incompleto y notaría un vacío en mi vida, primer síntoma de la indolencia más absoluta. Sólo sé, que en estos instantes previos al inicio de la jornada laboral, cuento con el serio convencimiento de combatir la mediocridad que me rodea y que intenta por todos los medios de anular la energía que me sustenta.




VIERNES, 7 DE DICIEMBRE DEL 2006

El pasado aguarda agazapado, refugiado tras un halo de nostalgia. Esta mañana, mientras desayunaba en una cafetería de mi barrio, me ha llamado la atención una persona acodada en la barra. Un cierto parecido físico suyo, junto con un determinado gesto de concentración en la lectura del periódico ha motivado que surja el recuerdo de mi padre. Todos los domingos a la tarde, y con el ruido de fondo de la radio emitiendo los resultados de los encuentros de fútbol de la jornada, se sentaba en su banqueta de la cocina mientras el resto de la familia devorábamos en el salón las emisiones vespertinas de la televisión. Mi padre acostumbraba desde hacía años a alternar su atención entre las emisiones radiofónicas y la lectura parsimoniosa de los titulares de la prensa. Cuando el hambre aguzaba mi estómago, me levantaba de un brinco del sofá para dirigirme hacia la cocina. Una vez que asomaba la cabeza por el marco de la puerta, asistía en directo a ese momento mágico para mis sentidos. Entonces, me sentaba frente a él con mi sempiterna merienda en la mano –exquisita tortilla de patatas especialidad de mi madre, y lonchas de jamón serrano cortadas por mi padre-, para observarlo con atención mientras leía la prensa dominical. A medida que pasaba las páginas, mi padre iba leyendo en voz baja y con no poco esfuerzo, cada titular del periódico, nunca el artículo entero, porque eso hubiera supuesto un gran trabajo para sus hábitos de lectura. Gracias a la concentración puesta en su lectura, podía observarlo mientras leía la prensa sin que él se percatara de mi atenta curiosidad. Siempre recordaré con nostalgia, que cuando presenciaba esta escena familiar, notaba como si una corriente eléctrica recorriera la espina dorsal de mi cuerpo; experimentaba tal hormigueo agradable, que esa sensación vivida con tanto amor ha conseguido permanecer en el tiempo, hasta hoy mismo, que la he recordado con cariño.



SÁBADO, 8 DE DICIEMBRE DEL 2.006
Tras la muerte inesperada de mi hermano percibo la vida de un modo diferente. Antes, no me daba cuenta de que vivía en un mundo sumergido en la indolencia. Ahora, soy consciente de esta opresiva realidad que me desborda: mi esperanza comienza a sentirse abrumada por una cotidianidad formada por gente manipulada bajo un Sistema Político y Económico que no le permite ninguna libertad, aunque presuma de vivir con la palabra democracia en su boca. Por todas partes me siento rodeado de personas adocenadas por los grandes y poderosos Medios de Comunicación, que sólo se ocupan de desinformar a las masas, manipulando la opinión pública con el fin de utilizarla en todos los ámbitos de la vida como un gran poder fáctico. Me desconcierta que el modelo a seguir esté representado por aquellos hombres y mujeres que forman esta sociedad maniquea a cambio de bienestar social y material, sin por supuesto tener en cuenta a aquellos habitantes cuyo único sustento son las migajas sobrantes de este mundo globalizado y egoísta. Y yo, me siento un hombre desorientado, que más le hubiera tenido en cuenta vaciar su mente de pensamientos, para no tener que cuestionarse nada y dejarse mecer en brazos de la indolencia general. Una cosa tengo clara: pensar es sufrir.






DOMINGO, 9 DE DICIEMBRE DEL 2.006


Estoy escribiendo concentrado dentro de una amplia y luminosa habitación. Las paredes, suelo y techo de la estancia, sorprenden por su decoración entrecruzada de múltiples colores, cuya visión caleidoscópica provoca una sensación de ingravidez en todos los objetos que se encuentran en su límite. Aferrado con fuerza entre mis dedos sostengo un fino pincel, con el que en vez de pintar formas y contornos, encadeno frases y más frases escritas en un papel de tez rugosa. Lo más curioso y llamativo del caso es que cada palabra que escribo en el papel, se transforma poco a poco, línea tras línea, en un vistoso cuadro en donde los diversos colores se armonizan unos con otros con singular maestría. De esta peculiar manera, cada palabra se disfraza bajo una pincelada de fino grosor y matiz diferente, que en conjunto va dando forma a una serie de figuras que representan aquello que quiero expresar por medio de la escritura.

En un primer instante, vivo esa experiencia francamente desconcertado; como cuando se quiere tomar la palabra en un momento determinado y no se puede emitir ningún sonido por mucho que uno se empeñe en desgañitarse a voz en grito. Más tarde, y a medida que voy cogiendo pericia y confianza con el dominio de esta nueva técnica de expresión ajena a mi creatividad, me voy encontrando a gusto dentro de esta singular experiencia que parece formar una burbuja protectora a mi alrededor. Al fin y al cabo, asumo ese sentido oculto, esa magia que provoca perplejidad en mi ser y que pone a prueba mi visión unívoca de persona adulta. De esta sencilla manera, el secreto deja de obsesionarme, para acabar arrastrado por la fascinación que nace de mis manos.

A pesar de que en todo momento soy testigo de que mis dedos son el instrumento con el que otra persona expresa su brillante e ingeniosa imaginación, sigo pintando -digo escribiendo-, emocionándome con aquello que nace de esa enigmática creatividad. Cuando por fin me paro a contemplar desde una cierta distancia aquello que sin explicación aparente se ha creado en el papel, me confieso desconcertado ante su visión: sufro al contemplarlo un fuerte sentimiento contradictorio de admiración e indignación. En ese momento de ofuscamiento y confusión, se me manifiesta la realidad en su forma más cruda, para mostrarme con excesiva vileza que nunca podré igualar semejante nivel creativo.



Este desconcertante sueño, aguarda agazapado en los callejones de mi mente, sorprendiéndome en la impunidad de la noche cuando menos lo espero. Lo siento materializarse, crecer y tomar forma, desplazarse a la velocidad de la luz cual rayo luminoso que sigue deslumbrando con su halo incandescente. Todos los vericuetos de mi mente, incluso los atajos menos transitados por las ideas, engordan y se ensanchan con el caldo espeso de su luz. Ante la evidente superioridad a la que me enfrento, es fácil dejarse someter por la indolencia, por la falta de confianza en uno mismo, y por la resignación nacida de la debilidad que en todo ser humano aflora, más tarde o más temprano. Pero, igual que en esos sueños de pesadilla en donde uno es perseguido por un ser terrorífico, deseo que esa experiencia se resuma en una carrera en cámara lenta, con la sombra amenazante pegada a un metro de la espalda; en un sudor frío que recorra toda la superficie de mi cuerpo, seguido de un ansiado despertar de segundo, pero nada más; porque el susto se ha de esfumar con los últimos vapores que envuelven al sueño. Como cualquier experiencia sufrida tantas veces en la soledad de la noche, tengo la esperanza de que todo este mal rato dure sólo un instante, que sea como cualquier otro mal sueño que muere al amanecer de la consciencia. No obstante, noto muy alterado el latido de mi corazón. Llegaría a explotar si no reaccionara a tiempo; estallaría en mil pedazos si no consiguiera guardar a buen recaudo mi creatividad; se angostaría de tristeza si no pudiera ser su propio demiurgo; se marchitaría para siempre si no fuera capaz de crear por medio de la literatura un universo propio, derrocando a ese Dios que lo somete según sus caprichos.

En los instantes finales del sueño, me veo sentado en el quicio de una casa en sombras, esperando a que todo este marasmo de incertidumbre se diluya como un azucarillo en una taza de café. Son momentos de extremada tensión, en donde todas las cosas que me rodean permanecen inquietantemente inmóviles, como esperando una decisión de un Ser Superior. ¡No puedo más! Lucho con todas mis fuerzas para que se rompa este sueño angustioso; tenso desesperado todos los músculos de mi cuerpo buscando la liberación; agoto mis fuerzas en un último esfuerzo acompañado de un grito que sale de lo más profundo de mi ser. ¡Ahhhhhh!

lunes, 11 de octubre de 2010

BARTLEBY EL ESCRIBIENTE


¿Quién me llevó hasta este libro? Todo empezó cuando leí un artículo de Vila-Matas en donde hablaba de su libro "Bartleby y compañía" y citaba el libro de Melville. Sí, el mismo autor que escribió "Moby-Dick", novela que se mueve en los grandes espacios que crea el mar, en este caso se refugió en las cuatro paredes de una oficina para mostrarnos la soledad de un hombre. He leído por encima la biografía de Melville y se ve que él también era un hombre solitario, que fue marinero y ejerció otros oficios antes de poder ser escritor. Vamos, que la vida no le trató muy bien. Por tanto, no me extraña que sus protagonistas sufran de ese mismo problema, que deriva en enfermedad, incluso en locura para ellos mismos y para las personas que los rodean. "Bartleby el escribiente" es un libro triste, pero conmovedor. Y como el mismo Bartleby diría, preferiría no hablar más de este libro, para dejar que otros lectores se acerquen a su manera a este personaje que no pasará nunca inadvertido gracias a su postura frente a la vida.

LOS CAMINOS PERDIDOS DE ÁFRICA


Tras mi viaje este verano por Etiopía y mientras hojeaba unos libros en una librería de mi ciudad, me encontré con este libro de Javier Reverte. Ya contaba en mi biblioteca con otros libros del autor, pero en éste el autor viaja por Etiopía, Sudán y Egipto. Siempre me ha gustado el estilo de Reverte cuando escribe sus libros de viajes. Se ve que el autor se documenta muchísimo antes de visitar un país, y que luego, cuando se trata de confeccionar el libro, todos esos datos se mezclan junto con la experiencia directa del viaje. Y todo está contado sin caer en vacías palabras, sin valerse de un estilo artificioso ni almibarado. Se crea por tanto una historia bien trenzada, que es la propia historia del país, con sus datos fidedignos, junto con las anécdotas (graciosas en muchos casos) y experiencias vividas en su propia carne por Javier Reverte después de haberse pateado el país. Creo que es un buen representante de esos escritores que nos hacen viajar por el mundo valiéndose de la literatura.