martes, 27 de julio de 2010

TIEMPO DE VIDA


Hacía tiempo que no leía un libro autobiográfico tan extraño. Es un trabajo que destaca, sobre todo, por su sinceridad a la hora de narrar la relación del autor con su propio padre, el pintor Juan Giralt. Me figuro que el autor se ha tenido que enfrentar constantemente con el pudor de tener que hablar de cuestiones tan personales, que a nadie ajeno a la familia le importan, salvo que pretendas ensalzar la figura de tu padre. Él se refiere varias veces a que es necesario coger distancia y sobrevolar por encima para distinguir lo que se debe y lo que no se debe contar, ya que es fácil dejarse llevar por las emociones y caer en la cursilería. Y para mí, ese es el punto fuerte de este libro, ya que todo está contado con sinceridad y cariño, pero sin caer en los aspectos más socorridos del melodrama. A lo largo del libro se cuentan muchas miserias, unas propias de la grave enfermedad que sufrió su padre por culpa de un cancer que le llevó a la muerte, y otras, que se refieren a la relación padre-hijo hasta el fatal desenlace de la enfermedad. Desde las desavenencias y continuos altibajos propios de toda relación familiar, hasta la entrega total por parte del hijo durante la grave enfermedad de su padre, dejando al margen todos los rencores anteriores. “Tiempo de vida”, es un libro que describe el paso del tiempo, con sus continuas referencias a fechas y lugares que pintan un paisaje de luces y sombras, pero que en todo momento nos advierte de la suerte de estar vivos, de poder luchar por aquello que nos llena de gozo. Me quedo como resumen del libro, con una frase del padre de Marcos Giralt anotada en su diario: “pintar es crear algo en donde antes no había nada”.

lunes, 19 de julio de 2010

SI TÚ ME DICES VEN




¡Queridos oyentes, son las dos de la tarde; luce un sol radiante y las previsiones del tiempo nos auguran un fin de semana con altas temperaturas. Acabo de recibir la llamada de un oyente del programa solicitando un bolero muy conocido por todos los aficionados a este género de música. Sé que os gustará este tema que tiene como título “Si tú me dices ven” ¡Ah, por cierto; esta entrañable canción está dedicada con amor a Clara, de su inseparable Juan!
En una ciudad de provincias, un hombre cualquiera se asoma desde el marco de su ventana a un patio de vecinos. La vida se manifiesta en cada hueco de la casa, amplificándose en este espacio estrecho de intimidad compartida, gracias al continuo fluir de voces, músicas y tareas hogareñas:
- ¡Mamá, baja la radio un poco, que no me dejas estudiar!
- ¡Joder, que la niña tiene razón; ni que estuvieras sorda!
...Si tú me dices ven, lo dejo todo...!”
Nuestro hombre vuelve su mirada al fondo de la habitación al verse sorprendido por una llamada de teléfono. Mira el auricular, pero no hace ningún gesto por descolgarlo ya que reconoce el número pregrabado de un amigo. Al sexto tono salta un contestador con su mensaje de bienvenida. Una voz masculina se escucha tras el pitido: “¡Hola Juanito. Acaban de dar las dos de la tarde y aquí estoy, plantado, sin saber dónde cojones estás! ¿No se te habrá olvidado la cita que teníamos para jugar un partido de bádminton? Bueno..., como máximo te espero un cuarto de hora más. Agur”. De nuevo, sólo se oyen los sonidos del exterior, pero en Juan se aprecia un cierto nerviosismo. “¡Manolo, déjame ahora, que espero otra llamada! ¡Olvídate del puto partido de bádminton, que no estoy para juegos! ¡Joder, Manolo! Siempre tan dispuesto a tomarte todo a la ligera; como si las cosas fueran tan sencillas. Nunca le he conocido una preocupación que le angustiara más de dos horas. ¡Qué felicidad! ¡Además, fuiste tú quien me presentó a Clara! Todavía me acuerdo de la cara de pícaro que se te puso cuando nos quedamos mirándonos como lelos tras los besos de presentación. Intuías que había chispa, y acertaste. Fue un flechazo en toda regla. A mi modo de ver todo se desarrolló muy rápido, pero no lo lamento, porque desde el primer instante supe que ella era mi chica. Me acuerdo cuando por primera vez subí con Clara a este piso. No paraba de mirar en todas las direcciones; que si este sofá es muy coqueto; que si es un piso pequeño pero muy bien distribuido; que si la cama de tamaño familiar será por algo... ¡Todo fue rapidísimo! Por asuntos de trabajo pasamos varios días sin vernos aunque no dejamos de telefonearnos. Quedamos en el cine la segunda vez que nos citamos. Era una americanada de las que tanto le gustan a ella. No recuerdo el título de la película..., pero sí el pelo alborotado de Clara, su vestido hippy (que le sentaba de maravilla) y el tacto de su piel cuando nos cogimos de la mano, como si fuéramos dos colegiales. Otra vez, todo fue maravilloso. De vuelta a mi casa, ella ya no se fijó en ningún detalle referente a la decoración del piso. ¡Todo fue rapidísimo! Y la tercera cita..., ¡joder, si quedamos en que hoy a la mañana me llamaría! ¡Y ya son las dos y cuarto de la tarde!”.
El meditabundo Juan se había sentado en el sofá. Alterado nuevamente por los gritos que se oían desde el patio, miró de nuevo el reloj con un gesto de fastidio y se repitió así mismo en voz alta, como para darse ánimos: “¡Juan, hay que ser más fuerte con las mujeres; no des tu brazo a torcer a las primeras de cambio! ¡Joder! Ya sé que en estos momentos es difícil pensar, pero cuanta razón tiene Manolo cuando dice que el amor levanta altares que la pasión desmedida desmorona.
Acto seguido, Juan se levanta de nuevo en dirección a la ventana e intenta relajarse observando el quehacer rutinario de su vecindario. Espía a sus vecinos mientras tienden la ropa en el colgador aprovechando la bonanza del tiempo; escucha sin disimulo a una joven pareja que mantiene una conversación airada sobre un tema que a él le parece banal, y observa desperezarse en la ventana de su dormitorio a la inquilina de enfrente, vestida con un pijama rosa palo. “Creo recordar que Clara me propuso ir esta noche al teatro. De todas formas, me gustaría invitarla a cenar en casa. No soy mal cocinero y seguro que le sorprendería la idea. Todavía no hemos comido uno enfrente del otro, hablando de lo divino y de lo humano. A ver, tengo lechuga y tomates para la ensalada, y en el congelador guardo unos solomillos muy ricos; pero me falta el vino, tengo que bajar a la tienda en un momento y comprar una botella, o dos”.
El reloj sigue delatando el paso del tiempo; ya son las cuatro de la tarde y la ansiada llamada no se produce. “¡Seré tonto! ¿Y si me he equivocado y hubiéramos quedado en que era yo quién llamaba? ¡Lo más seguro es que Clara esté esperando mi aviso impacientemente, mientras yo intento hacerme el hombre interesante y dominador de la situación! ¡Joder; espero que no sea tarde para rectificar! Lo primero..., será pedirle perdón y excusarme con la visita inesperada de algún amigo pelmazo. Para el caso sirve Manolo, ¡cómo no! ¡Ya sé que es una disculpa vulgar; pero cualquier apaño es bueno para salir del paso! De todas formas, una vez que pase el tiempo, ambos nos reiremos de esta anécdota graciosa. ¡El amor es así de loco!”.
Juan marca el número de teléfono de Clara. Gracias a esta decisión se siente más aliviado y cargado de razones. Los tonos se suceden y Juan los cuenta en voz alta alargando la entonación hasta el comienzo del siguiente tono: “cuatro..., cinco..., seis...,” Cuando llega a doce, el teléfono rechaza su llamada con un pitido intermitente y desconsolador. “¡Joder, qué tonto soy! Clara ha salido de casa, seguramente harta y aburrida de esperarme”.
Apesadumbrado, se deja caer en el sofá. Al momento le embarga una sensación de frío que recorre todos sus miembros. Agacha la cabeza y sus manos temblorosas corren raudas hacia sus mejillas. Dos lágrimas descienden de sus ojos, fijados en la distancia, en algún punto inconcreto de la habitación. El recuerdo de su amor por Clara le provoca esta cascada emocional de manera irremediable.
Juan está tan ensimismado que no se ha dado cuenta de que el teléfono está sonando de forma insistente. Atolondrado, da dos pasos en dirección al aparato, que casi se le resbala de las manos:
-¡Sí,dígame!
- ¡Hola Juan, soy Manolo! ¡Joder tío, desde que eres escritor no se te ve el pelo! Recuerdo que la última vez que nos tomamos juntos una cerveza fue hace un mes, y los amigos de la cuadrilla están un poco mosqueados con tu retiro creativo. A propósito, ¿has escrito algo interesante sobre esa historia que me describiste? ¡Sí; de un sueño que te dejó marcado hace ya tiempo! ¡Joder, tío! ¿No te acuerdas? El sueño era de una tía llamada Clara, de la que te enamorabas perdidamente nada más conocerla...; y todo era muy bonito...; y como dice el cuento, fuisteis felices y comisteis perdices. ¡Oye, por cierto!, A ver si de una puta vez, dejas la fantasía a un lado y te vemos el pelo más a menudo, que de un tiempo a esta parte todo el mundo te busca novia, más si cabe, desde que eres un afamado escritor...

martes, 13 de julio de 2010

VACACIONES POR EL SUR DE ETIOPÍA


Se acercan las vacaciones de verano y el calor se hace notar hasta en el interior de las casas. Por las noches abrimos las ventanas por si refresca, pero ya llevamos varios días durmiendo mal por culpa del calor. No obstante, este verano es especial. El 31 de julio viajaremos hasta Etiopía para ejercer de "exploradores" por el sur del país. Como dicen mis padres, vamos a que nos coman las moscas. Este viaje a Etiopía se parece un poco al que hicimos en Semana Santa a Níger, ya que conoceremos diferentes mercados y trataremos con varias etnias que nos mirarán como las vacas al tren. Es que somos muy blancos para ellos, y eso que ya se están acostumbrando a nuestra presencia en estas fechas veraniegas. Mi novia y yo, no somos muy aficionados a la fotografía y menos que lo vamos a ser en cuanto pongamos los pies en cualquier poblado etíope y nos pidan dinero por cada foto que pretendamos sacar. Por otra parte, es lógico que se aprovechen del típico turista armado con su cámara fotográfica que se pasa por el "forro de los huevos" el respeto que toda persona se merece. Es que no porque sean negros pierden su condición de respetabilidad, o eso me han enseñado a mí desde pequeño en la escuela. Bueno, que como todo viaje por Africa, seguro que vivimos situaciones que recordaremos por mucho tiempo. Ya os seguiré contando en este blog "nuestras aventuras" por el sur de Etiopía.

lunes, 12 de julio de 2010

LA INVENCIÓN DE LA SOLEDAD


Hacía tiempo que quería leer un libro de Paul Auster pero no me decidía por uno en concreto. Hasta que un día leí un comentario en la sección relecturas de la página web de Vila-Matas que hablaba sobre el libro "La invención de la soledad". Y como una cosa lleva a la otra, me compré este libro en su edición de bolsillo para disfrutar con su lectura. Tras la muerte del padre de Auster, el escritor escribió este libro sin asomo de sentimentalismo, acercándonos la figura de su padre por medio de la memoria. Gracias a ese recuerdo, a esa semblanza de su padre, el escritor nos revela diferentes características de su progenitor que fueron marcando su vida y que dejaron un poso de soledad en todo lo que tocaba. Auster también reflexiona en la segunda parte de este libro sobre su propia paternidad. Por ejemplo, observa a su hijo por medio de sus juegos, que son tan imaginativos, tan irreales, que le recuerdan la labor que todo escritor lleva en soledad cuando se pone a la tarea de escribir un libro. El escritor también se inventa un mundo muy personal por medio de sensaciones, de emociones basadas en la realidad. Así pasa con su hijo, que es capaz de inventarse que los camiones vuelen, que los cubos se transformen en personas y que los muertos resuciten.